Fundación Secretos para contar | Los músicos de Bremen

Los músicos de Bremen

Jacob y Wilhelm Grimm

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Un burro se había vuelto muy viejo y ahora se cansaba mucho cargando y llevando en su lomo la comida de las otras bestias. Un día, oyó decir a su amo, con el que había trabajado toda su vida:

—Este animal ya no me sirve para nada, ¡lo voy a sacrificar! Puede que consiga algún dinero al vender su carne, y con eso compraré un burro más joven. Muy triste e indignado, el burro se lamentó:

—¡Qué desagradecido! Después de tantos esfuerzos, en lugar de darme el descanso que merezco, quiere matarme.

Y se puso a pensar:

—Nunca quise trabajar aquí, mi verdadera vocación es la música. Cuando todos estén dormidos, huiré a la ciudad de Bremen y me convertiré en un gran músico.

Y así lo hizo.

Llegó a un sitio donde oyó el ladrido de un perro viejo. Era un hermoso perro de caza echado a un lado del camino.

—¿Qué ocurre, perro? —le preguntó el burro—.
¿Necesitas ayuda? —Guau —saludó el perro—. Resulta que soy muy viejo y ya no corro tanto como en mi juventud. Mi amo ya no me lleva a cazar y me aburro sin hacer nada. Por eso decidí huir, pero ahora no sé cómo ganarme la vida.
—¡Ya somos dos! —dijo el burro—. A mí me pasa algo parecido. Pero ya sé lo que haré: seré un músico de Bremen. Ven conmigo, yo tocaré la trompeta y tú el tambor, ¿te parece buena idea?

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El perro se sintió feliz de acompañarlo.

Así, llegaron los dos a un sitio en el que oyeron que alguien maullaba. Era una gata con la cara larga y triste.

—¿Qué te ocurre gatica? —preguntaron—. ¿Por qué te quejas?
—Miau —contestó la gata—. Me quejo porque soy muy vieja y ya no puedo perseguir a los ratones como antes, y prefiero quedarme calientica junto a la chimenea. Y ahora mi dueña quiere deshacerse de mí. Así que esta noche decidí huir, pero no sé cómo ganarme la vida.
—¡Ya somos tres! —le dijeron—. Nos pasa algo parecido y hemos decidido ser músicos de Bremen. Allí podrás cantar serenatas nocturnas, ¿te pare- ce buena idea? A la gata le gustó la propuesta.

Así, llegó el trío a una finca donde cantaba un gallo encaramado en el tejado. Pero más que cantar, se desgañitaba.

—¿Qué te ocurre, gallo? —le preguntaron—. ¿Por qué estás tan enfadado?
—Qui quiri quí. Me encargo de predecir el buen tiempo —contestó el gallo—, pero ya el futuro es triste para mí. Esta mañana, mi dueña dijo que me iba a torcer el pescuezo para hacer un sancocho el próximo domingo.
—¡Ya somos cuatro! —dijeron en coro los otros animales—. Seremos el cuarteto de Bremen. Ven con nosotros y podrás cantar todas las mañanas, ¿te parece buena idea? El gallo aceptó complacido.

Así, siguieron andando hasta que, cansados, se detuvieron en un bosque.

El burro se apoyó en el grueso tronco de un cedro para dormir, el perro se echó, la gata se ovilló en una de las ramas bajas y el gallo voló hasta la copa del árbol.

A punto estaba el gallo de dormirse cuando, a lo lejos, vio una luz y les dijo a sus compañeros de viaje: —Muy cerca de aquí veo una casa. Tal vez allí podamos encontrar algo de comida.
—Mmm —dijo el burro—. ¿Será que tienen un establo cómodo y habrá hierba para los animales?
—Y unos huesos y algo de carne —añadió el perro—.
¡Qué delicia! —O un poco de leche —se relamió la gata.

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Y decidieron seguir andando hasta acercarse a la casa. Vieron que habían llegado en un buen momento, pues los ladrones que vivían allí estaban a punto de empezar un banquete.

Entonces el burro se apoyó sobre la ventana, el perro se le encaramó, la gata se trepó sobre el perro y el gallo voló a la cabeza de la gata. En ese momento, el burro hizo sonar su casco sobre el suelo y dio la señal para iniciar su primer concierto: El burro rebuznó, el perro ladró, la gata maulló y el gallo cantó. Al oír aquel concierto, los ladrones salieron despavoridos.

—¡Nos están espantando! —gritaron, y fueron a esconderse en el bosque.

 

Al ver que la casa había quedado solo para ellos, los músicos se acercaron a la mesa y comieron y comieron. Tanto se llenaron que los cogió el sueño. El burro durmió sobre paja. El perro, sobre un tapete. La gata, junto a la chimenea, y el gallo, sobre una viga del techo. A medianoche, los ladrones vieron desde su escondite que la casa estaba tranquila y a oscuras, y uno de ellos salió a comprobar si el peligro había pasado.

El ladrón se acercó sigilosamente y, sintiendo que todo estaba en calma, entró en la casa y vio en la oscuridad los brillantes ojos de la gata, que confundió con dos grandes brasas encendidas.

Pensando que había fuego, acercó las manos para calentarlas, pero la gata se le tiró encima y le arañó la cara con sus garras. Asustado, el ladrón salió corriendo, pero en la puerta se tropezó con el perro, que le mordió un pie. Entonces quiso refugiarse en el establo, y el burro le pegó una patada. Y con todo aquel escándalo, se despertó el gallo y cantó:

¡Qui quiri quí!

El ladrón corrió al escondite donde estaban los otros ladrones y les dijo: —La casa es de una espantosa bruja que me atacó con sus afiladas garras. Su nieto me clavó una navaja en el pie. Y en el establo vive un ser de tres cabezas que me golpeó con sus cuernos. Todo esto sucedió mientras chillaba un ave de mal agüero.

Los ladrones jamás volvieron a acercarse a su casa.

Después de esta aventura, los animales continuaron su camino hasta llegar a la ciudad de Bremen.

Allí sigue tocando este cuarteto tan especial, al cual todos conocen por su nombre artístico: Los músicos de Bremen.