Fundación Secretos para contar | Nudos

Nudos

Anónimo

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Un día, dos niños llegaron a una pequeña aldea junto a la mar salada, para ver a un marinero que conocían. Encontraron al marinero sentado a la puerta de su casa, frente al océano, haciendo nudos en una cuerda.

—Buenos días —dijo el marinero—. ¿Cómo están?

—Muy bien, gracias —respondieron los niños, que estaban muy bien educados—. Hemos oído decir que usted tiene un barco y hemos pensado que quizá quisiera llevarnos para que pudiéramos aprender a navegar. Es lo que más deseamos.

—Cada cosa a su tiempo —dijo el marinero—. Ahora estoy muy ocupado, pero quizá luego, cuando haya terminado mi trabajo, llevaré a uno de ustedes conmigo, si están dispuestos a aprender. Ahora debo marcharme, pero he ahí unos cordeles que deben ser anudados; podrían hacerlo ustedes, porque tienen que estar listos.

Les enseñó la manera de hacer los nudos y se fue.

Cuando estuvo lejos, el mayor de los niños corrió hacia la ventana y miró hacia afuera.

—Veo el mar —dijo—. Las olas llegan hasta la playa, junto a la casa. Están cubiertas de espuma, como los caballos que se encabritan y luego arquean el lomo ¡ven a verlo!

—No puedo —dijo el otro niño. Estoy a punto de hacer un nudo.

—¡Oh! —gritó su hermano—, ¡veo la barca! Baila en el mar como una bailarina. No he visto jamás nada tan bonito. ¡Ven a verlo!

—¡No puedo! —dijo el segundo niño—. Estoy a punto de hacer otro nudo.

—Sería maravilloso pasear por allí —dijo el primer niño—. Creo que el marinero me llevará con él, porque soy el mayor. No necesito mirar cómo se hacen los nudos, porque ya lo sé.

En aquel preciso momento volvió el marinero.

—¡Bien! —dijo—. Ya he terminado. ¿Qué han hecho mientras me esperaban?

—Yo he mirado el barco —dijo el mayor de los niños—. ¡Qué bello es! Me alegro de poder subir a él!

—Yo he hecho nudos —dijo el segundo.

—Entonces, ven —dijo el marinero tendiéndole la mano—. Te llevaré conmigo en mi barco y te enseñaré a conducirlo.

—¡Pero yo soy el mayor! —gritó el otro—. ¡Y sé mucho más que él!

—Puede ser —dijo el marinero—. Pero es necesario aprender a hacer un nudo antes de querer navegar.

—Yo he aprendido a hacer nudos —gritó el niño—, Los hago muy bien.

—¿Cómo puedes saberlo si no has hecho ninguno? — preguntó el marinero.