Fundación Secretos para contar | El Kraken

El Kraken

(Basado en una leyenda nórdica)

Los primeros navegantes pensaban que el océano era un lugar traicionero y peligroso. Para ellos, el mar escondía en sus profundidades una asombrosa multitud de monstruos. Incluso los marineros más valientes mostraban un temor respetuoso por el mar, y sus historias se convirtieron en leyenda. Una de estas leyendas cuenta que un capitán noruego escuchó que, no muy lejos de donde vivía, existía una isla llena de diamantes. De inmediato, este ambicioso capitán se embarcó rumbo al mar del Norte, junto con otros diecisiete marineros, para tratar de encontrarla. El día que zarparon, soplaba una brisa suave y el mar estaba en calma. Mar adentro, pequeñas olas iban y venían, como si alguien sacudiera una sábana bajo el agua. Durante semanas enteras lo único que vieron los marineros fue la inmensidad del mar que se perdía en el horizonte. En una noche de luna llena, cerca de las dos de la madrugada, el vigía gritó desde lo alto: —¡Tierra a la vistaaaaaaa!

 

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Emocionados, todos se apresuraron a cubierta para ver una pequeña isla que estaba justo delante de ellos. Cansados de tantos días en altamar, los marineros le pidieron al capitán: —Capitán, por favor, descansemos un poco y detengámonos aunque sea una noche en esta isla, para pisar tierra firme. El capitán observó la isla a la distancia con su catalejo: no parecía ser la isla de diamantes que buscaba y esto lo desanimó. Sin embargo, le pareció adecuada para acampar, así que ordenó a toda la tripulación realizar las maniobras necesarias: —¡Timonel, viraje en redondo, rumbo a la isla, vamos a desembarcar! ¡Recojan las velas! ¡Remeros, a los remos! ¡Preparen las anclas! Los hombres descendieron del barco con leña, provisiones y el ánimo alegre. Cuando pisaron tierra, se percataron con asombro de que caminaban sobre una superficie que sus pies no conocían.

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—¡Qué suelo tan extraño el de esta isla! —dijo uno de ellos. —Estaba pensando lo mismo —dijo otro—. No es piedra, ni barro, ni arena, pero se siente blando y húmedo… como la piel de un animal. —Sí, es bien raro. Esta no parece la isla de los diamantes que nos prometió el capitán. A pesar de lo extraño que les resultaba aquel lugar, prepararon el fuego para cocinar. Cuando el pescado estuvo casi asado, el suelo bajo sus pies empezó a moverse y se escuchó un bufido que los aturdió a todos. —¡Terremotooooo! —gritaron algunos. En medio del pánico y la confusión, los marineros pudieron ver cómo alrededor de la isla comenzaron a emerger unos tentáculos que se elevaban sobre la superficie del agua, alcanzando la altura de los mástiles del barco. Eran los brazos de la bestia más temida por los hombres de mar, el Kraken, y todos lo supieron de inmediato. Aquel era el engendro más aterrador de los mares. Lo que los marineros creyeron una isla era en realidad un animal pulposo de color verde, de gran longitud y anchura. La inmensa cabeza no tenía cara o frente definida y, mientras flotaba en el agua, sus tentáculos se retorcían enloquecidos. —¡Todos al barco! —gritó el capitán, y los marineros corrieron despavoridos. En su carrera muchos fueron atacados por el Kraken. Cuando un tentáculo aprisionaba a un hombre, lo sumergía en el agua y nunca más se volvía a ver. Repentinamente, el Kraken rompió el costado del barco y atrapó al capitán. Los pocos marineros que aún quedaban con vida corrieron con sus hachas para ayudarlo, pero llegaron tarde: el tentáculo del gigantesco pulpo, que envolvía al capitán, lo condujo hacia su enorme boca que de inmediato lo engulló. Luego, la bestia se sumergió en el agua. La fuerza de su hundimiento causó tal oleaje en el mar, y tal remolino, que los arrastró a todos. El barco se hundió para siempre. Diecisiete hombres murieron esa noche. Abrazado a un tonel de agua vacío, el único hombre que logró sobrevivir arribó días después a tierra firme. Relató el furioso combate y las muertes que hubo en altamar, mientras veía cómo, sin poder hacer nada, el barco y su tripulación sucumbían ante la bestia-isla que desaparecía en las profundidades. Su relato viajó velozmente de puerto en puerto, de barco en barco, de boca en boca, y todavía hoy, hasta los marineros más curtidos por el sol saben de las consecuencias de una ambición exagerada, y tiemblan al pensar en la posibilidad de toparse con el Kraken durante sus travesías.