En lo alto de las montañas de Ciudad Bolívar se encuentra un corregimiento que, a falta de un nombre, tiene dos: San Gregorio y Alfonso López. Hecho curioso que se remonta a la época de la guerra bipartidista. Los conservadores lo llamaban San Gregorio y los liberales, Alfonso López. Hoy día la forma de nombrarlo es más libre, aunque he notado que la mayoría de las personas oriundas del corregimiento le dicen San Gregorio, y los foráneos lo llamamos Alfonso López. Este lugar se ha caracterizado por ser cuna de la arriería en el municipio y los pocos arrieros que quedan se pueden encontrar allí.
Al llegar a Alfonso López se encuentran personajes particulares y reconocidos en el lugar. Uno de ellos es Eliseo, más conocido como Cheo. A Cheo es común verlo en los alrededores del parque ya sea tomando tintico o cervecita. En cuanto a su trabajo, se dedica a diversas labores: es mensajero, cotero y hasta arriero. A Cheo lo distingo desde hace 5 años que visito el corregimiento en el marco del proyecto de la Alianza ERA, pero fue solo hasta el año pasado que tuve la oportunidad de entablar una conversación más larga mientras nos dirigíamos a la escuela de la vereda La Lindaja.
La Lindaja es una vereda que pertenece al corregimiento Alfonso López y queda en zona limítrofe con el municipio de Salgar. La mayor parte de sus habitantes mencionan que “toda la vida han vivido allí”. Se trata de una vereda donde la mayoría de las familias tienen su parcela propia y se dedican al cultivo del café. El 19 de julio del 2022, la profe Claudia, Cheo, su caballo y yo, nos dirigíamos a la sede de La Lindaja. Íbamos rumbo a la escuela después de que por varios meses no fue posible hacerlo, debido a que un deslizamiento de grandes magnitudes se llevó gran parte de la vía que conduce a la vereda. La Lindaja es una de las veredas más lejanas que tiene Ciudad Bolívar. Cuando había carretera nos podíamos demorar cerca de hora y media desde el casco urbano del municipio, pero con el deslizamiento el tiempo se incrementó de 30 a 40 minutos más. Después del derrumbe la comunidad tuvo que volver a los caminos de herraduras y tomar desechos por los cafetales. Es así como Cheo, un hombre alegre y jovial, presta el servicio de arriería y acompaña a la profe Claudia en su camino a la escuela.
Aunque se trata de unos 40 minutos de viaje, con Cheo el camino se hace más corto. Sus historias y ocurrencias nos invitan al diálogo y roban más de una sonrisa. En el camino converso con Cheo sobre su vida, me cuenta que siempre ha vivido en San Gregorio, que algunos de sus familiares se han ido, pero él se amaña en su pueblo. Cuando le pregunto si en el algún momento ha tenido curiosidad por irse a vivir a otro lugar, me responde: “no, monita. Yo aquí vivo muy bueno, tengo lo necesario para vivir bien”. Las palabras de Cheo me llevan a pensar en el cariño que tiene por su territorio y en lo maravilloso que es que existan personas como él; colaboradoras, serviciales, que hacen la diferencia en una comunidad.
Cerca de 8 meses después de este encuentro con Cheo, el 30 de marzo del 2023, me dirigía nuevamente a la escuela de La Lindaja en compañía de la profe Claudia. En este caso no nos acompañó Cheo, sino, Chiquito. Pero ¿quién es este personaje tan particular? Chiquito es lo que podría llamarse un ángel guardián. Desde mediados del año pasado empezó a ir con la profe a la escuela. Aunque es el perro de una vecina de la profe Claudia, Chiquito adoptó a la profe y todos los días la acompaña a la escuela. Él es noble, tierno y muy querido. Siempre que llega a la escuela los niños lo reciben con mucho cariño. Chiquito no es un simple perro, se trata de un amigo incondicional que en los momentos de angustia le brindó a la profe Claudia la seguridad que necesitaba después del suceso del deslizamiento. Al hablar con ella le pregunto “¿profe y cómo es que Chiquito la acompaña todos los días a la escuela, sabiendo que ni siquiera es suyo?” a lo que ella responde “Él es como mi ángel guardián. A mí me dio muy duro cuando sucedió el deslizamiento de la vereda, porque siempre estaba con la zozobra de que volviera a suceder. Él supo que yo tenía miedo, me sentía sola y necesitaba compañía”.
Cheo y Chiquito, son dos seres que nos recuerdan que los actos bondadosos, por más pequeños que parezcan, marcan la diferencia. Cuando una mujer recorre sola los caminos de la ruralidad, puede llegar a sentir temor ante lo desconocido y en este caso particular, ante el riesgo permanente de un nuevo deslizamiento. Pero seres como ellos contribuyen a que los temores se puedan superar en la compañía del otro.