Este cuento nos habla de cómo la unión hace la fuerza, y cómo el Estado brinda a los ciudadanos herramientas para que tomen sus propias decisiones y dirijan el rumbo de sus destinos.
Este era un pueblo pintoresco y bonito, con una arquitectura tradicional que evocaba los tiempos antiguos y la vida amable del campo. Las ventanas, puertas y balcones de las casas estaban vestidos de muchos colores y esto llenaba de alegría los ojos de los pobladores y de los visitantes. Pero la belleza del pueblo no solo residía en sus casas lindas y coloridas; también en el lugar en el que, muchísimos años atrás, fue fundado: casi en la cima de una cordillera que dominaba un extenso y fértil valle. Los visitantes gozaban con los hermosos paisajes que ofrecía y siempre querían volver.
Por todos estos motivos en el pueblo había muy buena afluencia de turistas y esto, a su vez, había generado un comercio vigoroso, una oferta hotelera y gastronómica variada y muchos emprendimientos que mezclaban las actividades de producción agropecuaria con el turismo y el disfrute de la naturaleza. Era, pues, un pueblo próspero, que crecía, donde había una buena oferta de trabajo y en el que sus pobladores tenían un fuerte sentido de pertenencia.
Pero nada es perfecto… un día, a unos empresarios se les ocurrió la idea de hacer en el territorio del municipio un gran relleno sanitario para depositar las basuras de otros pueblos y hasta las de la ciudad. Al principio, mientras estuvieron negociando los predios, esta iniciativa fue un secreto. Una vez compraron varias haciendas en la vereda El Plan, le contaron sus intenciones al alcalde, a algunos de sus secretarios más allegados y a varios concejales aliados. Les explicaron al alcalde y a los funcionarios que el relleno sanitario traería más prosperidad a los pobladores, pues la empresa debía entregarle dinero contante y sonante al erario público y este dinero se podría utilizar para obras de diversa índole, como el mejoramiento de vías, la adecuación de escuelas y la ampliación del hospital. Casi todos vieron con buenos ojos el proyecto y empezaron a realizar las gestiones necesarias.
Sin embargo, en los pueblos pequeños los secretos duran poco. La información empezó a circular de boca en boca en las tiendas y los cafés, en los restaurantes, entre los conductores y los campesinos que llevaban sus productos a la plaza de mercado. En cuestión de semanas ya todos estaban enterados y, aunque a algunos les parecía una buena idea que al municipio le entrara ese dinero adicional, la gran mayoría pensaba que se estaba cocinando un problema más grande de lo que el alcalde y sus aliados preveían.
La mala noticia llega volando
La noticia no tardó en llegar a la vereda El Plan. Cuando se enteraron, sus pobladores inmediatamente convocaron a una asamblea de la Junta de Acción Comunal para discutir el tema. Hacía ya un tiempo habían visto con frecuencia a funcionarios de la alcaldía, acompañados de trabajadores de una empresa, visitando un predio grande que en su mayoría estaba conformado por potreros, pero nadie le había dado importancia a su presencia. Ahora sabían que en ese predio era donde se estaba proyectando la construcción del relleno sanitario y todos en la vereda se llenaron de espanto. Si empezaban a traer las basuras de otras partes a aquel lugar, se iban a desvalorizar sus tierras, se podrían contaminar sus aguas y proliferarían animales indeseables como las ratas y las cucarachas.
Alarmados, los miembros de la Junta Directiva de la Acción Comunal se fueron para la cabecera municipal y allí se dieron cuenta de que no estaban solos en sus preocupaciones. Numerosos representantes de otras veredas también estaban inquietos: unos porque las carreteras se iban a llenar de camiones y volquetas cargados de basura que deteriorarían las vías; otros, por los malos olores que se iban a despertar; otros más, que vivían en la parte de abajo, porque las aguas que utilizaban se podían ver contaminadas; y algunos, por los impactos ambientales que se generarían: deforestación en el lugar del relleno, desplazamiento de fauna nativa, degradación y contaminación de tierras bajas y desestabilización de terrenos producto de las obras. Pero lo que más preocupaba a todos en la cabecera municipal era si aquella prosperidad de la que habían gozado durante los últimos tiempos se vería afectada y los visitantes iban a dejar de llegar en la cantidad que llegaban, desmotivados por el alto tráfico de la carretera y por la pérdida de los espacios naturales, limpios y sanos, que siempre habían sido el mayor atractivo para los turistas.
Corriente y contracorriente
Viendo que los ánimos estaban caldeados entre los pobladores, el alcalde convocó a una reunión a todos los presidentes de las juntas de acción comunal de barrios y veredas, y a líderes de diferentes gremios, para explicarles la envergadura del proyecto y sus beneficios. En dicha reunión, que tuvo una asistencia masiva, el alcalde contó que una empresa seria y responsable había estado trabajando juiciosamente en la medición de los impactos que podría causar la obra y en la elaboración de una propuesta amigable con el ambiente y la comunidad. En dicha reunión hablaron también los representantes de aquella empresa, quienes explicaron a los asistentes detalles técnicos que intentaban aplacar los temores que sentía la mayoría de los asistentes, pero por más que hablaron de “mitigación de impactos”, “procesos certificados” y “beneficios para la comunidad”, el grueso de los asistentes continuó sin mostrar interés y planteando con vehemencia sus dudas sobre la conveniencia del proyecto.
La reunión se tornó tensa y, en cierto momento, el alcalde, tomando la palabra, dijo:
—Bueno, nosotros, desde la Administración Municipal, estamos convencidos de que es una iniciativa que beneficiará a la comunidad y estamos decididos a facilitarles las cosas. Si no quieren entender razones, eso ya es problema de ustedes.
Sus palabras fueron seguidas de abucheos generalizados y hasta palabras de grueso calibre se alcanzaron a escuchar entre la multitud. Así terminó la reunión, con un alcalde que había perdido la compostura, dispuesto a llevar adelante el proyecto, sin importarle la opinión de la población; y una población que se sentía atropellada en su derecho a expresar su parecer sobre algo de tanta importancia, que podía afectar a muchas personas y la vocación e imagen de todo un pueblo.
Barajando opciones
Esa misma tarde se reunieron en una finca muchos de los presidentes de las juntas de acción comunal y líderes de gremios. Su idea era discutir qué podían hacer para frenar las pretensiones de la empresa. Unos decían que lo que debían hacer era una gran protesta popular que llamara la atención de los medios de comunicación; otros, que lo mejor era denunciar al alcalde ante la Procuraduría para que le abriera una investigación, porque seguramente, detrás de todo aquel proyecto, había intereses personales y negocios turbios; algunos pesimistas opinaban que nada de lo que se intentara hacer iba a servir porque por la plata baila el perro.
Pero hubo una propuesta que fue tomando forma, principalmente porque venía de una persona que conocía muy bien las leyes. Se llamaba Victoria y era la presidente de la Junta de Acción Comunal de uno de los barrios. Había trabajado como abogada toda su vida y ahora estaba jubilada. Proponía hacer uso de los mecanismos de participación ciudadana que habían sido consagrados por la Constitución Política como mecanismos para que los ciudadanos ejercieran su derecho de participar en la conformación, ejercicio y control del poder político.
Todos estaban tomando conciencia de que si se unían podrían hacer algo, pero si actuaban cada uno por su lado, no sucedería nada. Le pidieron a Victoria que explicara su propuesta.
—Lo primero que debo decir, en relación con la participación de los ciudadanos en la política, es que el voto es la base de todo. Si votamos por corruptos, nos gobiernan con corrupción; si votamos por violentos, nos gobiernan con violencia; si vendemos nuestro voto, pues seremos mercancía para los que nos gobiernan. Por eso debemos votar por gente honesta, que se preocupe por nuestros verdaderos problemas y muestre que tiene voluntad de aportar soluciones en salud, educación, trabajo y ambiente. Eso es lo primero. Aprender a votar.
Victoria hizo silencio. Todos parecían comprender lo que decía, así que continuó:
—El problema es que a veces nos equivocamos, como ahora, y votamos por alguien que quiere apoyar un proyecto que no estaba en su programa de gobierno y que, a pesar de que la ciudadanía le manifestó su desacuerdo, está obstinado en seguir adelante. Y resulta que, como ciudadanos, tenemos derecho a ejercer control sobre aquellos que manejan la administración pública, y tenemos, por ley, varios mecanismos para esto. Dentro de ellos, están el referendo, el plebiscito, la revocatoria de mandato, el cabildo abierto y la iniciativa popular legislativa. Sin embargo, hay un mecanismo especialmente útil para situaciones como esta y es la consulta popular. Esta consiste en convocar a la ciudadanía a las urnas para responder una pregunta. Generalmente las consultas populares son convocadas por los alcaldes, los gobernadores o el presidente, pero también pueden surgir como una iniciativa ciudadana, por eso nosotros podríamos respaldar una con las firmas de los pobladores del municipio. En nuestro caso podríamos preguntar algo así: ¿considera usted que se debe realizar la construcción del relleno sanitario en la vereda El Plan, para recibir los residuos de otros municipios?
Un murmullo de aprobación se empezó a escuchar por todas partes. A todos les parecía que esta era una opción adecuada. Victoria continuó:
—Lo que debemos hacer es: primero, inscribir un comité promotor de la consulta popular ante la Registraduría; luego, conseguir los formularios para recoger firmas de la ciudadanía y presentarlas ante esta misma institución para que las valide. Después, convocar a las urnas para preguntarle a la gente si quiere que se realice el relleno sanitario.
La preparación del terreno
La reunión terminó aquel día en medio de un ambiente optimista. Fueron muchos los voluntarios para conformar el comité de promotores de la consulta popular y algunos días después empezaron a circular en los restaurantes, en las tiendas de los barrios, en la terminal de transporte, en el hospital y en los almacenes del comercio unos formatos donde se pedía a los ciudadanos su firma como muestra de respaldo a la consulta popular que había propuesto Victoria y que buscaba impedir la construcción del relleno sanitario.
En algo más de un mes, lograron recolectar muchas más firmas de las requeridas por la ley y presentaron todos los formularios a la Registraduría para que validara los apoyos. Dos semanas después, este organismo público se manifestó diciendo que la cantidad de firmas válidas era suficiente para que la consulta se realizara.
Entonces le tocó el turno al Concejo Municipal, que debía decidir sobre la conveniencia o no de la realización de la consulta. En una votación sin precedentes, todos los concejales estuvieron de acuerdo en que se realizara la consulta popular, porque sentían que la preocupación de los ciudadanos era tal que, de ir en contravía de sus inquietudes, traicionarían a sus electores y se perjudicarían políticamente. Así que el Concejo Municipal aprobó la realización de la consulta y fijó la fecha para que la gente manifestara su parecer.
La voz del pueblo es la voz de Dios
Por esos días hubo mucho movimiento en el pueblo. Llegaron periodistas de otros municipios y de la ciudad, curiosos por la noticia. En todas partes se hablaba del tema y las personas estaban ansiosas por acudir a las urnas a votar.
El día señalado, desde muy temprano, se vio a la gente en los puestos de votación, tanto en el pueblo como en las veredas. Tenían que marcar un tarjetón que preguntaba:
Más de uno se comía las uñas a la hora del almuerzo, pensando qué pasaría, cuál sería el mandato ciudadano y si se alcanzaría el número de votos necesario para detener la construcción del relleno sanitario.
A las cuatro de la tarde se cerraron las urnas. El parque del pueblo se llenó de personas esperando que comunicaran los resultados. Un delegado de la Registraduría acompañó todo el proceso y se aseguró de que fuera transparente, por medio de testigos que estaban a favor y en contra del proyecto.
Cuando empezó a caer la noche, y las nubes que surcaban las alturas empezaron a bajar para lamer los techos de las casas, desde el Palacio Municipal sacaron un parlante y una voz de locutor empezó a dar los resultados de la consulta popular que habían sido escritos en un comunicado por el delegado de la Registraduría. Esta lectura también se transmitió en directo por la emisora del pueblo, mientras las personas en sus casas escuchaban atentamente.
En el parque, la muchedumbre no dejó ni siquiera que se terminara de leer el comunicado pues rompió en gritos de emoción. La gran mayoría de las personas habían dicho NO al proyecto y casi todos los habilitados para votar habían participado. Ahora la voluntad del pueblo estaba clara.
La empresa no tuvo otra opción que echar para atrás sus pretensiones y poco a poco vendió los predios que había comprado. El alcalde, arrepentido del apoyo que le brindó, se dedicó a trabajar sin descanso por la comunidad para recuperar su imagen, que había quedado tan maltrecha luego de estos sucesos. Las personas volvieron a retomar sus rutinas y sus vidas regresaron a la normalidad.
Ahora el turismo florece, el comercio prospera y el pueblo es un ejemplo para muchos otros sobre cómo, al actuar unidos, se logra el bienestar de todos.
(Ilustraciones: Ana María López)