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María Cano

María Cano

La mujer que alzó la voz

(Medellín, Antioquia, 1887 – Medellín, 1967)

“Es un deber responder al llamado de la historia. Tenemos que hacer que Colombia responda. Cada vez son más amplios los horizontes de libertad, de justicia y de paz”.

 

María de los Ángeles fue la menor de los ocho hijos que nacieron en el hogar de Rodolfo Cano y Amelia Márquez; la bautizaron, como era costumbre en esa época, con el nombre de una hermana suya que había muerto anteriormente. Pero sus padres, en realidad, no solían seguir las costumbres, y en muchas ocasiones iban en contra de la corriente.

Su papá, por ejemplo, no se dedicó ni a la minería ni a la arriería ni al comercio, las profesiones más comunes a comienzos del siglo xx, época en la que Medellín empezaba su proceso de industrialización, sino a ampliar su conocimiento, a leer y a conversar con otras personas curiosas, con quienes intercambiaba ideas acerca de la ciudad, el país y el mundo. Le gustaba que esas tertulias fueran en su casa y permitía que sus hijos asistieran, incluso sus hijas, pues no consideraba que el saber fuera un asunto exclusivo de los hombres.

A María le encantaban esas reuniones en las que se hablaba con libertad, especialmente de política y literatura. Allí era usual que se leyera en voz alta y que luego se reflexionara sobre lo que habían leído. Las lecturas y las discusiones fueron las semillas que poco a poco germinaron en ella, y desde muy pequeña se hizo consciente de que debía ser una mujer independiente. “Tengo ojos, oídos, una voz propia; me puedo mover y pensar por mí misma”.

Mientras más aprendía sobre el mundo que la rodeaba, más interés perdía en los bordados y en las tardes con sus amigas; por el contrario, quería escribir acerca de la realidad social del país y dedicar su tiempo a ayudar a los más necesitados, sobre todo a las mujeres obreras, que debían repartir su tiempo entre las fábricas y los hogares. María empezó a visitar los barrios obreros y allí se dio cuenta de las dificultades que pasaban, de la precariedad de sus viviendas, de la escasez de alimentos y del mal estado de salud de los niños.

Comprendió que algunas madres cabeza de familia debían trabajar hasta 20 horas diarias en trilladoras de café, en fábricas de botones o de cigarros, o de confecciones y tejidos. ¿Cuándo descansaban estas mujeres? ¿Acaso no dormían? Cualquier persona, pensaba María, tiene derecho no solo a descansar, sino también a capacitarse para poder progresar. Lo lógico sería que las 24 horas del día estuvieran divididas en tres períodos iguales: ocho para trabajar, ocho para estudiar y ocho para descansar.

Muy pronto las obras de caridad dejaron de ser la actividad central de María; se dedicó con enorme pasión al activismo político, un ejercicio completamente ajeno a las mujeres de esa época, quienes tenían más prohibiciones que permisos. Era común que, en caso de ser casadas, sus esposos tomaran todas las decisiones del hogar; o, en caso de ser solteras, sus padres o hermanos mayores escogieran por ellas.

La casa de María se volvió el lugar de encuentro de trabajadores y estudiantes, a quienes invitaba a pensar, a comprender el contexto en el que vivían para poderlo cambiar. Les enseñó que no se debía trabajar para sobrevivir, sino para vivir, algo que solo sería posible si se organizaban, si colectivamente pedían mejores condiciones laborales. La unión, les decía, es una palanca poderosísima.

La labor de María comenzó a ser reconocida. Cada vez eran más los obreros y los jóvenes que la acompañaban en sus recorridos por la ciudad; las plazas se volvieron el escenario natural de esta mujer delgada, de manos y pies pequeñitos, y de piel muy blanca. Su apariencia frágil contrastaba con su energía incansable. “Digan que una voz de mujer les grita”, así iniciaba sus discursos, los cuales eran cálidos y maternales.

El 1.º de mayo de 1925, María fue elegida como la Flor del Trabajo de Medellín, título que se otorgaba a una mujer joven para que impulsara acciones de beneficencia en favor de las familias obreras. Este reconocimiento no solo elevó su popularidad entre los trabajadores, también aumentó su compromiso con la causa de la justicia social. La consigna de “los tres ochos” asimismo empezó a escucharse en otros lugares del país a los que María viajó sin importarle el qué dirían. La mujer rebelde ya no se conformaba con hablar, decían con malicia en Medellín, ahora viajaba acompañada de hombres a lugares desconocidos. Hizo siete giras por el país, en ciudades como Manizales, Cali, Ibagué y Bogotá, donde fue elegida Flor del Trabajo de Colombia.

Pero al igual que crecían sus seguidores, lo hacían sus detractores. María era criticada por sus ideas, a las que calificaban de revolucionarias; decían que sus discursos invitaban a los trabajadores a entrar en huelgas y a enfrentarse con sus empleadores y aun con la ley. Sin embargo, María despreciaba el uso de la violencia, le parecía inútil, consideraba que recurrir a esta iba en contra de la causa que quería defender.

Sorprendida al ser encarcelada en 1928 junto con otros líderes obreros, se preguntó: “¿Realmente me consideran una amenaza?”. Tres meses después recobró la libertad y al volver a casa se dio cuenta de que algo había cambiado definitivamente: a pesar de que conservaba los mismos principios e ideales, su estado de ánimo era otro. Estaba triste y agotada; los recorridos por Colombia y los enfrentamientos con los políticos y los dueños de las fábricas le habían mostrado que cambiar la realidad era más duro de lo que pensaba. Decía que el país necesitaba una transformación del alma, una que les mostrara a las personas que la felicidad propia depende de la colectiva.

Después de seis años de intenso activismo político, tarea en la que fue la primera líder femenina en el país, María decidió quedarse en su casa, retirarse de las plazas y alejarse del público; trabajó por un tiempo en la biblioteca municipal y luego en la imprenta departamental. Volvió a dedicarse por entero a la lectura y a compartir con sus hermanas; de vez en cuando recibía visitas de sus seguidores, especialmente de los jóvenes a quienes inspiró a luchar para que todos los colombianos, sin excepción alguna, tuvieran los mismos derechos.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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