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Esmeralda Arboleda

Esmeralda Arboleda

La política de la igualdad

(Palmira, Valle del Cauca, 1921 – Bogotá, 1997)

“Se requiere de valor, fortaleza y mucha determinación para ser una mujer pionera en cualquier ámbito”.

Esmeralda Arboleda Cadavid nació en una casa de mujeres, en una época en la cual se esperaba que estas aprendieran a llevar un hogar y a obedecer a sus padres o maridos. Sin embargo, su madre, Rosa Cadavid, formó a sus seis hijas con otra mentalidad. Tenía la certeza de que la educación era el camino hacia la autonomía y la felicidad, y por eso les inculcó el desarrollo de la inteligencia y el amor por el trabajo. Su esposo, Fernando Arboleda, estuvo de acuerdo con ella.

Convencida de que sus hijas debían ir a la universidad, en 1935 logró que un colegio masculino en Palmira aceptara mujeres en sus aulas, quienes hasta entonces tenían negada la posibilidad del bachillerato académico y solo podían estudiar en las Normales para formarse como maestras. Esmeralda Arboleda fue la primera mujer en graduarse como abogada en el Valle del Cauca, un hecho que transformó su vida. “El estudio del derecho hizo germinar en mí una semilla feminista con la cual nací. Era el drama de tener que estudiar las leyes de una nación que con total desvergüenza legitimaba la discriminación y la supuesta inferioridad femenina”, explicaba cuando le preguntaban de dónde había surgido su vocación de lucha por las mujeres.

Y es que se declaraba feminista, pues no concebía la desigualdad a la que veía sometidas a las mujeres y creía que era necesario cambiar los estereotipos, es decir, los modelos de conducta esperados que la sociedad, dominada por los hombres, había creado para ellas. Los roles de madres abnegadas, esposas a la sombra del marido o figuras que cumplían un papel pasivo, casi decorativo, no estaban ajustados a la idea que tenía de que las mujeres debían compartir responsabilidades con los hombres. Además, sostenía que la historia del país había sido escrita por ellos, según sus concepciones del mundo y de la vida, excluyendo la visión femenina y, por ende, la de la mitad de la población del país.

Comprometida con ser parte del cambio, en 1953 promovió, con otro grupo de mujeres, la Unión de Mujeres de Colombia, cuyo objetivo era unirse en la lucha por sus derechos civiles y políticos, sin importar religión, inclinación política o clase social. Además del voto, pedían la igualdad en los salarios, la protección del despido por maternidad, la posibilidad de ocupar altos cargos del Estado y el desarrollo de campañas educativas que buscaran eliminar la noción de que las mujeres eran inferiores, ideas innovadoras que todavía hoy generan impacto.

Consecuente con la idea de que ellas debían acompañar a los hombres como iguales, no solo en la construcción de un hogar, sino en la formación de la patria, muy pronto Esmeralda Arboleda se convirtió en líder del movimiento sufragista, que tenía la intención de obtener el voto femenino, un derecho elemental que les permitiría participar en las elecciones y contribuir a las decisiones políticas del país. Sorprendentemente, quienes se le oponían argumentaron que las mujeres se desviarían de su vocación natural: ser amas de casa; que las discusiones políticas dentro de los hogares amenazarían su estabilidad; y que ellas perderían su feminidad. Nada de esto ocurrió cuando, en 1957, casi dos millones de mujeres colombianas votaron por primera vez, conformando el 42 % del electorado.

Como suele ocurrir cuando se lucha por transformaciones, sus logros conllevaron sacrificios en el plano personal. Ese mismo año, 1957, debió abandonar el país inesperadamente en compañía de su hijo pequeño, tras un intento de secuestro. Sus enemigos, conscientes del poder de cambio que tenían sus propuestas y de los riesgos que esto implicaba para ellos, buscaron sacarla del panorama político. Sin embargo, desde la distancia continuó trabajando por el país y cuando creyó seguro regresar, lo hizo con valentía para continuar con su labor.

Elegante en sus modales y en el cuidado de su aspecto físico, Esmeralda Arboleda retó una vez más el concepto de feminidad que imperaba en ese entonces, al demostrar que estas cualidades no les negaban la posibilidad de ejercer como ciudadanas en las mismas condiciones que los hombres. “Siempre he creído que la feminidad es de la esencia misma de la mujer y nunca hubiese pensado que pudiese dejarse en la urna con la papeleta electoral”. Quienes ponían en tela de juicio esta calidad, por el contrario, se enfrentaron a una mujer que ampliaba el radio de acción de las mujeres al ejercer cargos antes inalcanzables para estas sin abandonar los tradicionales. Y es que a pesar de sus múltiples ocupaciones, fue una madre dedicada y amorosa con Sergio Uribe Arboleda, su único hijo, demostrando así que mientras los hombres podían descuidar su rol de padres sin ser cuestionados socialmente, las mujeres eran capaces de ser exitosas en ambas labores a la vez.

Pero Esmeralda Arboleda no se conformó con lograr el voto femenino; por el resto de su vida continuó haciendo todo lo que no hacían las mujeres de su generación. Aparte de ser miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1954, frente a la cual pronunció un discurso decisivo en el que transmitió la noción de que la participación política de las mujeres convenía al país entero, fue columnista del periódico El Espectador, la primera senadora del país, ministra de Comunicaciones, embajadora ante Austria y Yugoslavia, representante de Colombia ante la Organización de las Naciones Unidas y asesora de las campañas electorales de tres presidentes de la República. Asimismo, participó en la articulación de la televisión educativa en el país y dirigió un programa televisivo de opinión llamado Controversia, el cual generó debates sobre temas como el divorcio, la planificación familiar, la prostitución y la pena de muerte.

Esmeralda Arboleda no dudaba acerca del logro más importante de su vida: “Haber contribuido al restablecimiento de la democracia en Colombia y al reconocimiento de la plena ciudadanía de la mujer”. Y es que sus conquistas ampliaron no solo el campo de realización femenino, también significaron un avance enorme en las expresiones de igualdad y justicia social. No es poco abrir el camino para pensar en respetar las diferencias y buscar la equidad.

 

(Ilustración: María Luisa Isaza G.)

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