(Cali, Valle del Cauca, 1980)
“Depende de ti y de Dios definir en quién te vas a convertir”.
Diana Trujillo llegó a Estados Unidos cuando tenía 17 años, con 300 dólares y sin saber hablar inglés. Sus padres se estaban divorciando y ella quería tomar distancia y construir su propio camino.
Llegó a la Florida, donde trabajó en una panadería y limpiando casas para pagarse sus estudios: primero hizo cursos de inglés en la escuela comunitaria, luego la carrera de Ciencias del Espacio y, por último, estudió Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de la Florida. Cuando era niña, le gustaba mirar el cielo, pues le traía paz en los momentos difíciles, sin saber todavía que más adelante contribuiría a resolver algunos de los misterios del espacio.
Desde muy joven sus aptitudes para las matemáticas y la química fueron evidentes. En el colegio su profesor de Química identificó el talento que tenía porque solucionaba correctamente y en muy poco tiempo ecuaciones avanzadas. Más tarde, cuando estudiaba inglés en la universidad y se sentía aburrida, se colaba en las clases de Matemáticas para resolver los problemas que los profesores planteaban, reafirmando así su gusto por los números. “Los números son iguales en todas partes, todos podemos hablar su idioma”, dice.
Buscar la perfección ha sido una de sus características, pues cree que las cosas están bien o no, sin matices. Esto lo aprendió de su profesora de ballet, una cubana con la que estudió durante 10 años, y quien le pedía repetir los movimientos y coreografías hasta que fueran impecables. Recuerda con una sonrisa el dolor en los pies y la fatiga en todo el cuerpo, pero también la satisfacción de un trabajo bien hecho. “Ella me enseñó a no ser mediocre”. A partir de ese momento se ha exigido al máximo, y cuando su trabajo se le hace fácil, siente que debe cambiar a otro que le presente un nuevo reto.
Además de ser una profesional íntegra, Diana Trujillo se ha convertido en una figura inspiradora. Cuestiona los roles de género que desde muy temprano la sociedad impone a las mujeres, como el de solo ser madres o amas de casa, y habla abiertamente de discriminación. En el colegio fue más amiga de los niños, pues se identificaba con ellos en el interés por lo científico. Luego notó que los hombres se inclinan por carreras que incorporan las matemáticas, como las ingenierías, mientras las mujeres prefieren las artísticas. “No es que aprendamos distinto”, dice, “sino que a las niñas les mandamos el mensaje de que las matemáticas no son para ellas”. Y lo lamenta, porque muchos talentos quedan sin materializarse.
En 2007 realizó una pasantía, es decir, una práctica profesional que un estudiante hace para aplicar sus conocimientos y explorar un área profesional que le interesa, en la NASA, la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos, agencia dedicada a la exploración e investigación del espacio en ese país, reconocida en el mundo entero. Fue la única latinoamericana seleccionada entre más de 3000 aspirantes. Esta fue una oportunidad crucial, pues le permitió demostrar que tenía las capacidades para seguir allí. En efecto, cuando terminó su práctica, recibió la oferta de un trabajo permanente.
En febrero de 2021, ante una audiencia de cientos de miles de personas, Diana Trujillo exclamó con voz emocionada: “Hemos llegado, el Perseverance llegó, confirmado”. Como directora de vuelo de la Misión Marte 2020, un proyecto ambicioso que llevó a Marte al robot con la tecnología más avanzada hasta el momento para explorar su terreno en busca de indicios de vida, estuvo encargada de transmitir para el público el aterrizaje planetario. Pero esa fue apenas una de sus labores. También diseñó, con su equipo de trabajo, el brazo robótico, que tiene más de 3000 piezas, responsable de recoger las muestras que luego serán analizadas. Como si fuera poco, lidera el grupo que debe procesar toda la información que el vehículo envía a la Tierra y, a más de 500 millones de kilómetros de distancia, supervisa que se desplace sin problemas por la superficie del planeta rojo.
“No es que yo sea especial”, reitera Diana Trujillo cuando alguien señala lo sorprendente que resulta que una mujer se desempeñe en el campo aeroespacial. Por ese motivo, apoya la organización Brooke Owens Fellowship, cuyo objetivo es descubrir el talento de las mujeres con menos oportunidades y de minorías étnicas, especialmente hispanoamericanas y afrodescendientes, para que puedan trabajar en esta industria. La organización lleva el nombre de una gran amiga de Diana y su esposo, quien murió de cáncer a los 36 años, pero que a su corta edad ya había alcanzado logros enormes en campos tradicionalmente desempeñados por hombres. “Si Brooke y yo hemos podido, hay muchas otras mujeres que también podrán. Nuestro deber es descubrirlas”, concluye.
La educación STEM, cuyas siglas en inglés significan ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, cada vez es más importante, pues las personas formadas en estas áreas serán los profesionales más demandados en el futuro. Los nuevos retos que el mundo plantea necesitan científicos para resolverlos. Sin embargo, en Estados Unidos menos del 2 % de estos empleos son desempeñados por mujeres latinas, algo que Diana Trujillo quiere ayudar a cambiar.
Uno de los principios por los que ha regido su vida consiste en no buscar la aprobación de lo que hace en los demás. Recuerda que los hombres de su familia la consideraban altanera, como una manera de desestimar su independencia y pedirle sumisión. “Quise tenerlo todo”, afirma, y lo ha logrado. Se casó con William Pomerantz, uno de los científicos más importantes de su generación, y con sus dos hijos conforman un hogar en el que aportan como iguales. Ha demostrado que una mujer puede tener una carrera exitosa y a la vez construir una familia estable.
Aún es joven y nadie cuestionaría que ha alcanzado el éxito. No obstante, a ella la motiva el crecimiento intelectual, y no concibe la realización personal sin educación y sin un propósito. Por eso, no sabe qué le espera, pero le interesaría prepararse para ser astronauta y así poder explorar el espacio desde otra perspectiva, o ser médica para retribuirle a la comunidad que tanto le ha dado. Conociendo su temple, quizá haga ambas cosas.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)