(Medellín, Antioquia, 1942)
“El ciclismo es cuestión de amor, ganas, sacrificio y disciplina”.
Cuando tenía 10 años, Martín Emilio vio Flecha rota, una película en la que se enfrentaban indios contra vaqueros; lo que más le impresionó fue la valentía del protagonista, el jefe de los indios apaches, a quien llamaban Cochise. Al regresar a su casa, les dijo a su madre y hermanos que no volvería a responder si lo llamaban por su nombre, pues en adelante él también sería Cochise.
Las condiciones económicas en el hogar de los Rodríguez Gutiérrez eran bastante difíciles, pues Victoriano, el padre, había muerto cuando Martín Emilio tenía apenas 11 días de nacido. El dinero que ganaba Gertrudis, la madre, no era suficiente para cubrir los gastos de sus cinco hijos, por lo que el joven Cochise, de 14 años, tuvo que buscar un empleo y así ayudar a la supervivencia de la familia.
Primero fue voceador de prensa, después vendió carbón, luego fue mandadero en un bar y, finalmente, consiguió el trabajo que cambiaría su vida: mensajero de una droguería. Los encargos los repartía en “la cachona sin cambios”, una bicicleta rudimentaria de 15 pesos que le había prestado su hermano. Cochise era tan veloz en la bicicleta que parecía compitiendo, pedaleaba sin descanso por las empinadas lomas del barrio Manrique en busca de una recompensa, pero no se trataba de una medalla o un trofeo, sino de las propinas que le daban los clientes si llegaba rápido con el pedido.
Un día tuvo que llevar un domicilio de afán, debía subir dos kilómetros en el menor tiempo posible. Después de entregarlo, volvió a la droguería y se sentó a esperar el próximo mandado. Al verlo tan campante, su jefe le preguntó: “Y el domicilio, ¿no lo ha llevado?”; sí, le respondió él, “y ya volví”. Incrédulo, su jefe llamó al cliente para verificar si era cierto; apenas colgó el teléfono, le dijo: “Usted hizo un récord, ahora lo que necesita es una buena bicicleta”.
En la droguería le prestaron los 70 pesos que valía el nuevo caballito de acero, le puso una parrilla para los domicilios y los domingos se la quitaba para poder correr en cuanta competencia podía inscribirse. Su primer triunfo fue en una prueba en la que debía subir dos veces desde Medellín hasta San Pedro de los Milagros, un recorrido de aproximadamente 35 kilómetros por trayecto; en esta carrera demostró que no solo era veloz, sino también un gran escalador, condición por la que siempre han sido reconocidos los ciclistas colombianos, a quienes han apodado los escarabajos, pues como estos, pueden escalar casi cualquier superficie sin importar la inclinación.
Antes de las carreras, su madre le daba una pócima mágica: jugo de hígado crudo con zanahoria y remolacha. “Sabía muy maluco”, dice Cochise, “pero con eso volaba”. Y así ganó una competencia cuyo premio era una bicicleta de semicarreras con la que sus triunfos aumentaron. En 1960 empezó a correr para el Club Medio Fondo y al año siguiente participó en su primera Vuelta a Colombia; quedó de sexto en la clasificación general y fue el campeón de los novatos.
En 1963 ganó esta competencia, la más importante del país, y repitió la hazaña en 1964, 1966 y 1967. En esa época, los aficionados a este deporte, que en Colombia ha sido tan popular como el fútbol, eran tan apasionados que salían a las carreteras sin importar el clima. Bajo el sol más intenso o en temporadas de lluvia y mucho frío, bordeaban las vías por las que subían, planeaban y descendían sus ídolos en bicicleta. No se despegaban de la radio, las transmisiones eran tan emocionantes que no había persona inmune a la fiebre del ciclismo.
La leyenda de Cochise se consolidó el 7 de octubre de 1970, en Ciudad de México, cuando superó la marca mundial al recorrer 47 kilómetros y 466 metros en una hora (recorrió casi 40 metros más que el anterior ganador). La exigente competencia se llevó a cabo en el óvalo de un velódromo, lo cual requiere ritmo, cadencia y, sobre todo, mucha concentración.
Cochise, quien tenía 28 años, dice que esta prueba fue la más difícil, la más dura, y también la más bonita. Pasados 30 minutos estaba tan cansado que pensó en retirarse, se sentía perdido; fue entonces cuando escuchó a unos niños que estaban en las graderías, lo estaban animando, gritaban su nombre y eso le ayudó a retomar fuerza para terminar. Se bajó de la bicicleta con tres kilos menos y un dolor en las nalgas que, según dice, no lo dejaba ni sentarse en plumas. Pero valió la pena, su récord estuvo vigente durante casi una década.
Un año después ratificó sus condiciones en Varese, una ciudad italiana en la que se coronó como campeón del mundo en la prueba de 4000 metros persecución individual. A su llegada al país, fue recibido como todo un héroe por miles de personas que lo saludaban mientras pasaba en un camión de bomberos. Un héroe de 1,80 metros, delgado, con el pelo y las patillas largas, con pinta de europeo.
Y fue precisamente a Europa a donde llegó en 1973 para correr, ahora como profesional, en el equipo Bianchi-Campagnolo, uno de los más importantes del mundo en los años 70 y 80. En el Viejo Continente siguieron los récords de Cochise: fue el primer ciclista colombiano que corrió en el profesionalismo europeo; ganó siete etapas en pruebas como el Giro de Italia, el Clásico de Camoire y la Vuelta de la Región de Marches. Además, fue el primer latinoamericano en participar en el Tour de Francia, en 1975.
En 1980 se retiró del ciclismo de alta competencia; sin embargo, sigue montando en bicicleta todos los días. Dice que esa es la mejor EPS: ejercicio para salud. En 2021, Cochise llegó a los 80 años, pero no se siente viejo, afirma, pues siguen intactos su amor por la bicicleta, su don de gentes, las ganas de conversar y de contar chistes. Pronostica que sus días acabarán cuando tenga que dejar definitivamente la bicicleta, a la cual le debe la vida. Ese momento aún no le preocupa; mientras tanto seguirá siendo, como el indio apache que admiró en la infancia, el Cochise luchador que dejó en alto el nombre del país.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)