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Petrona Martínez

Petrona Martínez

La reina del bullerengue

(San Cayetano, Bolívar, 1939)

“La música es alegría, vida y salud”.

Una mañana de agosto, como cualquier otra, Petrona Martínez salió de su casa, caminó hasta un arroyo cercano y se dispuso a hacer lo de siempre: lavar la ropa y sacar algo de arena para venderla a los constructores de Palenque, corregimiento del departamento de Bolívar, donde vivía con su esposo y siete hijos. Realizó sus labores como había hecho por más de 30 años, cantando al son de la cumbia, la puya y el porro, los ritmos que conoció desde niña en San Cayetano, pueblo en el que nació.

Un músico que pasaba cerca alcanzó a escuchar aquella voz vigorosa y se acercó a ver a quién pertenecía; descubrió que era de una negra maciza de ojos verdes, a quien de inmediato imaginó en tarima, acompañada de una tambora, una gaita, algunas maracas y el ritmo de las palmas y coros. Le comentó que en un municipio cercano estaban buscando vocalistas para un nuevo grupo folclórico y que ella sería perfecta. “Esta mujer canta más que Celia Cruz”, le dijo al organizador de Los Soneros de Gamero cuando le presentó a la señora Martínez. Planearon, entonces, su debut musical oficial; ella lo tomó con mucha tranquilidad, pues, como dice, “lo que conviene a casa viene”.

Además, cantaría como lo había hecho desde niña, sin pretensiones, siguiendo el ejemplo de su papá, un parrandero legendario que iba de pueblo en pueblo cantando puyas gozonas, y de su abuela y bisabuela, quienes convertían las labores domésticas en verdaderas fiestas de bullerengue, género musical del Caribe colombiano que se caracteriza por ser un baile cantado, cuya danza realizan solamente las mujeres.

De sus mayores había aprendido que no era necesario tener una educación formal para componer, porque la música es tan natural como respirar y bastaba con observar lo que pasaba a su alrededor. Cualquier asunto, por simple que pareciera, podía convertirse en una canción para ser bailada. En la canción La vida vale la pena, por ejemplo, alienta a su familia a continuar con su trabajo: “Cuando vine a Palenquito yo vi la vida en un hoyo; me dediqué con mis hijos a sacar arena del arroyo. Oye, mi chale, la vida vale la pena; coge la pala en la mano, vamos a sacar la arena”.

Un par de años después, y ante la buena acogida que tuvieron sus presentaciones, formó su propio grupo: Petrona Martínez y Los Tambores de Malagana. Les decían los vejestorios porque todos los integrantes pasaban de los 50 años y ninguno había grabado jamás un disco. Esto hace que la historia de esta cantadora sea tan llamativa, pues no es común que una carrera musical exitosa comience a los 45 años.

Antes de llegar a los escenarios de todo Colombia y de países como Inglaterra, Canadá, Brasil, Alemania, Francia, Marruecos y Malasia, la historia de Petrona Martínez era la de una mujer humilde que desde pequeña tuvo que buscar cómo ganarse la vida. Vendía cocadas, lavaba ropa ajena y esperaba con paciencia la temporada de mangos para salir a ofrecerlos a las calles. Cuidaba de sus hijos, de su esposo Tomás y del pedazo de tierra que tenían en Palenquito, un rincón ubicado a 10 minutos de San Basilio de Palenque, considerado el primer pueblo libre de América, el lugar al que escapaban los esclavos africanos para vivir con total independencia y donde pudieron asegurar que sus costumbres, entre ellas la música que heredó Petrona Martínez, sobrevivieran.

De allí se resiste a salir, a pesar de que ahora cuenta con los medios para vivir en una ciudad con más comodidades. “A mí nadie me echa el cuento cuando se trata de sembrar una yuca, un ñame o un maíz. No me duele el brazo para alzar el machete y cortar un palo pa’l fogón. A todos les digo, déjenme ser feliz en mi casa, en mi patio, con mi negro Tomás y con mis nietos”, afirma la artista, nominada en dos oportunidades a los Grammy Latinos, los premios más importantes de la música en español.

En ambas ocasiones, Martínez respondió al reconocimiento con una amplia sonrisa. “Qué bonito. Es que en la vida hay tiempo y hay tiempitos. El primero es cuando nos llegan las cosas en abundancia, como los aplausos y los reconocimientos. Los tiempitos son esos días en que aparecen las dificultades, pero que también hay que saber llevar”.

Sin embargo, esas distinciones, aunque las reciba con tanta naturalidad, tienen una enorme trascendencia, por cuanto fortalecen un legado musical que en estos tiempos modernos podría desaparecer ante la popularidad de otros géneros. “Gracias a ella se mantiene viva esa tradición oral de las cantadoras del Caribe. Detrás de sus composiciones siempre hay una historia que retrata la vida en esa región del país, con la que muchos se pueden sentir identificados y que seguro te hace bailar, seas de donde seas”, dice el gaitero de su grupo. Esto lo confirma la distinción que recibió en 2015, cuando ganó el Premio Nacional Vida y Obra del Ministerio de Cultura, el máximo reconocimiento a aquellos ciudadanos que a lo largo de su vida han contribuido de manera significativa al enriquecimiento de los valores artísticos y culturales de Colombia.

Con sus más de 180 canciones compuestas ha influenciado a las nuevas generaciones de músicos, con quienes ha colaborado hasta en versiones electrónicas. Gracias a esto, el bullerengue dejó de ser casi invisible y ahora se escucha en escenarios impensables, en los que se ve a esta cantadora tal como dice su canción Tierra santa: “Con su blusa blanca, su pollerita rizada. Petrona Martínez, caramba, bonito que canta”.

En 2019 celebró sus 80 años con su familia, que sigue creciendo: tiene más de 40 nietos y también es bisabuela de otros tantos. Algunos de sus descendientes han seguido sus pasos: tres de sus hijas cantan, dos componen y su hijo toca el tambor. “Es que lo que uno ha vivido con amor es muy difícil que se le borre”, confirma esta mujer cuya voz fue descubierta en el arroyo de Lata, al lado del cual piensa morir cuando le llegue su momento. “Eso ya lo decidí, ahí me pienso morir, cantando, feliz, mis bullerengues”.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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