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Belisario Betancur

Belisario Betancur

El político que navegó a través de la poesía

(Amagá, Antioquia, 1923 – Bogotá, 2018)

“A los jóvenes les queda trabajar por la construcción de este país tan promisorio”.

“Monstruo”, así le decían a Belisario Betancur en la vereda El Morro de la Paila, ubicada en el municipio de Amagá, un lugar al que solo se podía llegar, como contaba él, subiendo “a pie limpio”, pues no había ningún medio de transporte que llegara hasta allá.

La razón por la cual tenía este apodo era bastante contradictoria: se debía al hecho de que a los cuatro años sabía leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir; conocimientos que no obtuvo en la escuela, sino de los arrieros que frecuentaban las fondas a las que iba con su padre, quien transportaba mercancías por las montañas antioqueñas en sus cuatro mulas.

La familia Betancur Cuartas estaba conformada por Rosendo, el padre, Ana Otilia, la madre, Belisario y cuatro hijos más. En realidad, habían nacido 22 hijos, pero 17 murieron, casi recién nacidos, debido a las precarias condiciones del campo, especialmente en cuanto a salud y alimentación, lo que dificultaba la supervivencia en los primeros meses de vida. Sin embargo, siempre dijo que “éramos muy ricos porque, como no teníamos nada, en últimas nos considerábamos dueños de todo”.

A pesar de que la edad mínima de ingreso a la escuela era de siete años, la maestra Rosario Rivera admitió al pequeño, con apenas cinco, por sus avanzados conocimientos. Fue así como dejó de ser el monstruo para convertirse en su asistente. A cambio de esto, misiá Rosario, como la llamaban, le daba lecciones particulares para que fuera adelantándose. “Era un ser bondadoso y lleno de sabiduría; la persona que me ayudó a descubrir lo más importante de la vida: el amor por el conocimiento. A ella le he dedicado todo lo bueno que me ha pasado”, solía decir él.

De la escuela rural pasó al Seminario de Misiones de Yarumal, al que ingresó gracias a la influencia de un pariente sacerdote; pero allí no pudo terminar su educación media porque los religiosos lo consideraban un joven rebelde, con una inteligencia perversa. Había fundado un periódico clandestino en el que publicó los versos que le valieron la expulsión: “Señor, señor, te rogamos, y rogaremos sin fin, que caigan rayos al profesor de latín”.

Gracias a esa misma inteligencia, logró una beca para terminar su bachillerato en Medellín, en el Colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana, institución en la que posteriormente estudió Derecho y la cual fue determinante en su formación personal y profesional. Como debía ahorrar lo que más pudiera, pues la ayuda económica que recibía solo le alcanzaba para la matrícula, se quedaba casi todo el día en la biblioteca; leía textos filosóficos, políticos y literarios, los cuales fueron convirtiéndolo en un intelectual preocupado por el bienestar de la humanidad. En este lugar empezó su contacto con la política, al ingresar a las Juventudes Conservadoras.

Además de estudiar, leer y escribir para el periódico universitario, trabajaba en lo que podía. “Trabajé en bares del sector de Guayaquil haciendo lo que tocara. Pasé de ayudante de arriería a vitrolero, ponía los discos en una anciana vitrola, cantaba y tocaba el tiple; era algo así como el disc jockey, para decirlo con más elegancia”, señaló alguna vez.

Después de graduarse como doctor en Derecho y Economía, se casó, en 1945, con Rosa Helena Álvarez, con quien tuvo tres hijos. Ese mismo año fue elegido como diputado de la Asamblea Departamental de Antioquia por el Partido Conservador, al que perteneció desde entonces. Posteriormente, fue representante a la Cámara por Antioquia y senador de la República. Ocupó el Ministerio del Trabajo y el cargo de embajador en España.

En 1982, tras dos intentos fallidos por llegar a la Casa de Nariño, fue elegido como presidente de Colombia con la votación más alta de la historia hasta ese entonces. El lema de su campaña, “Sí se puede”, era una invitación a los colombianos que, como él, eran optimistas frente a un mejor futuro, el cual empezaría con la pacificación del país.

Betancur estaba convencido de que el fin del conflicto con los distintos grupos armados al margen de la ley solo sería posible a través del diálogo. Desafortunadamente, las negociaciones no pudieron concretarse, la situación del país era muy compleja y no había suficiente voluntad de las partes. Sin embargo, los esfuerzos no fueron en vano, pues muchas de las lecciones aprendidas abonaron el camino de los siguientes intentos por buscar una paz estable y duradera.

También buscó la pacificación de otros países en conflicto. Junto con gobiernos de la región logró restablecer la paz en Centroamérica a través del Acuerdo de Paz de Esquipulas, labor por la que recibió, en 1983, el Premio Príncipe de Asturias, que reconocía su cooperación incansable para lograr la estabilidad latinoamericana.

Su presidencia estuvo marcada por dos sucesos trágicos: la toma violenta del Palacio de Justicia por parte del grupo guerrillero M-19 y la avalancha de Armero, un municipio del departamento del Tolima que prácticamente desapareció bajo el lodo luego de que el volcán Nevado del Ruiz erupcionara en 1985.

Una vez convertido en expresidente, tomó la decisión de alejarse de la política definitivamente, y respetar a quien estuviera gobernando sin importar si estaba de acuerdo o no con sus acciones. Esta decisión, coherente con sus maneras pacíficas y actitud filosófica, sigue generando enorme admiración.

A partir de ese momento, dedicó el resto de su vida a la cultura apoyando iniciativas artísticas y poniendo él mismo manos a la obra; y escribió libros de poesía, su género favorito. Sobre esta faceta, Gabriel García Márquez afirmó que Betancur fue “un poeta que se extravió en la política para bien de Colombia”. Por su gran conocimiento sobre la lengua española fue nombrado miembro de academias y otras instituciones de varios países.

En sus últimos años descubrió otro talento, la pintura, a la que también se dedicó con entusiasmo y disciplina. En una entrevista hecha poco antes de su muerte dijo no temerle a su llegada porque estaba en paz consigo mismo; “lo único que quiero es que me recuerden como un hombre que era amigo de la cultura, de los intelectuales, de los pobres; como un hombre que amó a Colombia”.

 

(Ilustración: María Luisa Isaza G.)

 

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