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Fernando González

Fernando González

El filósofo de Otraparte

(Envigado, Antioquia, 1895 – Envigado, 1964)

“Lo primero es conocerse, y lo segundo, cultivarse. Nuestra individualidad es nuestro huerto, y la personalidad es nuestro fruto”.

Fernando González Ochoa fue el segundo de los siete hijos de Daniel González, maestro de escuela y negociante, y de Pastora Ochoa, ama de casa. Según su propia descripción, “era blanco, paliducho, lombriciento, silencioso, solitario. Con frecuencia me quedaba por ahí parado en los rincones, en suspenso, quieto”. Se enfadaba con sus hermanos fácilmente y cuando esto ocurría se iba a revolcar a un caño cercano a la casa, donde dejaba su rabia.

La primaria la hizo en un colegio religioso de Envigado, y luego ingresó al Colegio San Ignacio de Loyola, de donde fue expulsado porque las directivas, también religiosas, consideraban que leía textos inapropiados, como los de los filósofos Schopenhauer y Nietzsche, que fomentaban en él la rebeldía, pues cuestionaba todo lo que le enseñaban sus profesores. Para colmo, decían, quería transmitir esas ideas a sus compañeros y, como si fuera poco, faltaba a los retiros espirituales y no comulgaba en las misas.

Durante tres años no asistió a ningún colegio, tiempo que aprovechó para escribir su primera obra, Pensamientos de un viejo; sí, “de un viejo”, aunque él apenas tenía 21 años. “Se me ocurre que este libro no tiene finalidad alguna… Así como no he podido descubrir para qué nací yo, tampoco he podido descubrir para qué nació este libro…”, escribió González, dando muestras de un carácter filosófico que lo hacía cuestionar el porqué de las cosas, incluida su propia existencia. De eso se trata, precisamente, la filosofía, término que viene del griego y significa amor por la sabiduría, por el conocimiento de la esencia del hombre y el universo.

En 1917, a los 22 años, terminó, finalmente, el bachillerato en la Universidad de Antioquia, y en 1919 se graduó de la misma institución como abogado. Uno de los requisitos para recibir su título era entregar una tesis, es decir, un trabajo investigativo. González, fiel a su espíritu, tituló la suya El derecho a no obedecer, lo que, por supuesto, no les gustó a las directivas universitarias. Accedió a cambiarle el nombre y la llamó, simplemente, Una tesis.

Una vez se graduó, fue nombrado magistrado del Tribunal Superior de Manizales, cargo que ejercía simultáneamente con la escritura, a la que dedicaba mayor atención. Por esa época, conoció a Margarita Restrepo Gaviria, mencionada en sus libros como Berenguela, y quien no solo fue la madre de sus cinco hijos y su gran compañera, sino una lectora devota de sus obras. Se casaron, según él, para “filosofar y para siempre”.

En 1928 recibió una oferta laboral que, sin saberlo, fue determinante para escribir una de sus obras más reconocidas: Viaje a pie. Esto ocurrió cuando fue nombrado juez en Medellín y le asignaron un secretario, Benjamín Correa, un aficionado a la filosofía que se convertiría en su gran amigo. Juntos emprendieron una travesía que duró 30 días; salieron de Envigado, pasaron por varios municipios de Antioquia, Caldas, Quindío y el Valle del Cauca; luego retornaron al punto de partida.

El propósito del viaje era que la mente siguiera siendo como la de los jóvenes, quienes suelen apartarse de las ideas y reglas que les impone la sociedad, especialmente cuando consideran que van en contra de su forma de ser e impiden su autenticidad. Así lo relató: “Íbamos, pues, de cara al oriente, trepando a Las Palmas, por el camino bordeado de eucaliptos, entregados a nuestro amor a la juventud, al aire puro, a la respiración profunda, a la elasticidad muscular y cerebral”.

El libro, publicado en Francia, fue prohibido por el arzobispo de Medellín una vez empezó a circular en la ciudad; leerlo se consideraba pecado mortal porque atacaba los fundamentos de la religión, se burlaba de la fe e incitaba a los placeres. Sin embargo, hoy es reconocido porque incorpora la realidad colombiana a su pensamiento filosófico, el cual transmite con un lenguaje sencillo que todavía atrae lectores.

En 1957, después de vivir algunos años en Europa, donde ocupó cargos diplomáticos, regresó definitivamente a Envigado con su familia y se mudó a una casa campestre a la que llamó Otraparte. Amplia, con corredores, un pozo y un buen balcón para sentarse a ver el atardecer, este lugar fue convirtiéndose, poco a poco, en más que un hogar para los González Restrepo. Era el paso obligado de intelectuales locales y extranjeros que querían charlar con el maestro acerca de su obra, también de los jóvenes que lo admiraban y querían verlo en persona. Y, por supuesto, el espacio favorito para filosofar con sus amigos, a quienes invitaba a pasear entre la variedad de árboles frutales que había sembrado.

Sobre estas visitas escribió el poeta Gonzalo Arango, uno de sus amigos más entrañables y fundador del nadaísmo, un movimiento del que González fue precursor, y el cual buscaba la comprensión de la realidad a partir de las propias experiencias: “Bajo un cielo de pájaros y naranjas emprendíamos el viaje a pie por los maravillosos mundos del conocimiento, guiados por la varita mágica de este filósofo”.

En este lugar encantador continuó con la escritura, cada vez más enfocada en lo espiritual, como si estuviera realizando un viaje al interior de sí mismo. En medio de estas reflexiones lo sorprendió la muerte un domingo: un infarto cardíaco se llevó su cuerpo, para siempre, a otra parte. Su espíritu, sin embargo, sigue presente en sus libros y en Otraparte, convertida en la casa museo que guarda la historia de un escritor inclasificable, de un hombre auténtico que nunca dejó de creer en Dios a pesar de cuestionar la religión católica. La originalidad de su vida y obra es una invitación a la espontaneidad, a encontrar aquello que hace único a cada ser y a defenderlo sin importar lo que piensen los demás.

A los 69 años, poco antes de morir, escribió cómo imaginaba que sería ese momento: “El fin del hombre es dormirse en el Silencio. No se dirá ‘murió’, sino ‘lo recogió el Silencio’, y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio”. Buena noche al mago envigadeño.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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