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Mariana Pajón

Mariana Pajón

La triple medallista olímpica

(Medellín, Antioquia, 1991)

“Mi vida ha sido una vida de cumplir sueños, de ponerme metas y superarlas”.

La primera vez que la bicicrosista Mariana Pajón lloró a causa de una carrera fue en 2012, en los Juegos Olímpicos de Londres, en los que ganó su primera medalla olímpica de oro. Nunca antes había llorado en una competencia a pesar de que se había subido muchas veces al podio, y tampoco lo había hecho por sus múltiples caídas en la pista. En esa oportunidad, las lágrimas fueron incontenibles porque la victoria era su realización como deportista, y no solo la suya, también la de su entrenador y su familia. Lloró, igualmente, porque sentía que le había cumplido al país, “a los millones de colombianos que pedalearon conmigo”, como ella misma dijo.

El 30 de julio de 2021, la reina del BMX, disciplina del ciclismo que se practica con bicicletas de cross, volvió a llorar; esta vez en los Juegos Olímpicos de Tokio después de cruzar la meta en segundo lugar. El motivo no fue, como podrían pensar algunos, no haber sido la primera; todo lo contrario: para la deportista antioqueña, esa medalla de plata valía oro. “Solo estar acá vale oro. Yo no venía con buenas condiciones, estaba coja y la preparación no fue tan buena como habría querido”, manifestó.

Y es que la participación de Pajón en este evento deportivo fue posible gracias a su fortaleza mental, determinación absoluta y autoconfianza, más que a sus condiciones físicas, pues fueron estas cualidades las que le permitieron superar las dificultades que había vivido en los últimos tres años, los más difíciles de su carrera. En 2018, durante la Copa Mundo de Holanda, se cayó de su bicicleta, lo que le ocasionó una lesión bastante grave en su rodilla izquierda y la sacó de las pistas durante nueve meses.

La recuperación fue muy complicada: subió 10 kilos de peso, dejó de lado las terapias y los dolores que sentía eran tan fuertes que alcanzó a pensar que sus mejores momentos en la bicicleta habían quedado atrás. Estaba acostumbrada a pelear y ganar todos los títulos de las carreras en las que competía, lo que hizo aún más complejo comprender que ya no era una atleta invencible y que, además, era una persona vulnerable. Gracias al apoyo de su familia, y en particular de su esposo, asumió el reto de la recuperación. A regañadientes se ponía el uniforme y se subía a su eterna compañera, en la que se montó por primera vez a los cuatro años y en la que había conseguido más de 10 títulos en el ámbito mundial y dos medallas olímpicas de oro: la obtenida en Londres en 2012 y la que logró cuatro años más tarde en Río de Janeiro.

La primera bicicleta de esta deportista, a quien por su baja estatura e inagotable energía se le conoce como la Hormiga Atómica, como el personaje de los dibujos animados, fue roja. No se la regalaron sus papás ni fue el traído del niño Jesús; se la encontró en un rincón de su casa, era la que había usado su hermano Miguel, practicante de bicicross, y a quien acompañaba a las carreras en las que se enamoró de la velocidad, los saltos y la adrenalina.

Cuando Mariana se subió a la bicicleta, casi ni podía sostenerse, pero una vez la dominó no quiso abandonarla nunca. Con apenas cuatro años hizo sus primeros entrenamientos en pista y corrió su primera competencia, a la que se inscribió sola. “Fui hasta donde los organizadores y les dije que quería correr con los niños de cinco y seis años porque no había una categoría para mi edad, y mucho menos para niñas. Cuando llegaron mis papás, les informé que iba a correr el sábado. De ahí salimos a comprar mi primera bicicleta oficial, una rosada, con la que gané”.

Aunque su talento era evidente, los padres de Mariana creían que los riesgos de este deporte eran enormes, y tenían razón: a los cinco años sufrió su primera lesión, fractura de la clavícula. Años después, cuando le preguntaron por qué no había abandonado el BMX después de ese accidente, respondió: “Porque la bicicleta es una extensión mía a la que, entre otras cosas, le hablo. Porque es mi alegría y es el lugar donde mejor me siento”.

El primer título importante que ganó lo logró en el 2000, en Argentina; tenía nueve años y antes de la carrera tuvo que convencer a los jurados de dejarla participar a pesar de ser la única mujer. Fue entonces cuando sus padres terminaron de comprender que las aspiraciones de su pequeña hija iban muy en serio, que no habría obstáculo capaz de detenerla. Y hasta ahora no lo ha habido, porque ella hace todo lo que esté a su alcance para ser la mejor. Incluso su amuleto de la suerte, el número 100 que lleva en su camiseta cuando compite, es la evidencia de que siempre se asegura de dar el 100 %.

Otro de sus agüeros es competir con medias de distinto color, hábito que adquirió un día en el que, por accidente, se puso dos calcetines diferentes y ganó la competencia después de una racha de pérdidas. Esa costumbre se sumó a otra que tiene desde que era adolescente, cuando descubrió que la rudeza del bicicross no era incompatible con su feminidad. Los accesorios, el maquillaje y los perfumes son parte de su indumentaria, tan importantes como el casco y los guantes, porque evidencian otra parte de su personalidad. Mariana quiere mostrarles a otras jóvenes que este deporte es cada vez más abierto a la presencia de mujeres, quienes no solo tienen sus propias categorías, sino que pueden asumirlo como mejor se sientan, y si es con las uñas pintadas, está muy bien.

Aunque aún no sabe por cuánto tiempo seguirá compitiendo profesionalmente, sí tiene claro, ahora más que nunca, que la actitud positiva es la clave para derrotar cualquier dificultad que se le presente. Esto lo aprendió en su casa, el lugar en el que siempre ha sentido el apoyo incondicional de sus padres y hermanos, y donde “se le hacía raya al que dijera algo negativo; porque todos tenemos claro que hablar bien es pensar bien y pensar bien es estar bien”. Mariana Pajón no podría estar mejor, tanto así que duerme sonriendo por la satisfacción que le produce ser mejor cada día.

 

(Ilustración: María Luisa Isaza G.)

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