Los navegantes europeos fueron los encargados de descifrar cómo era en verdad el mundo. Viajaron por todas partes reclamando tierras para sus reyes. A partir del año 1500, las potencias europeas libraron muchas guerras en su afán de repartirse el mundo. Carlos I, rey de España —gobernó entre 1516 y 1556—, proclamaba que en su imperio jamás se ocultaba el Sol por lo inmenso que era. En América, España dominó desde un gran pedazo de lo que hoy es Estados Unidos, hasta el cono sur de Suramérica, sin incluir Brasil, que estaba en manos de Portugal. España, además, tenía grandes territorios en África y Asia.
Los ingleses también llegaron a decir lo mismo: en su imperio no se ponía el Sol. Controlaban gran parte de Norteamérica, Australia, India, Pakistán, Nepal, parte de Afganistán y media África. Impusieron su autoridad, su idioma, su religión, su sistema de pesas y medidas: las yardas, los pies, las pulgadas…
Los ingleses trataron, en repetidas ocasiones, de quitarle a España sus territorios conquistados. En sus intentos, llegaron a Cartagena de Indias en 1741 con una flota de 180 navíos y cerca de 24 mil hombres. Pero tuvieron que regresar derrotados por un puñado de hambrientos y enfermos soldados españoles, cartageneros comunes, esclavos africanos e indígenas. Si hubieran ganado, España habría perdido la totalidad de sus colonias en América y hoy hablaríamos inglés en toda Hispanoamérica. Por este y otros sucesos, a la ciudad de Cartagena se le conoce como “La Heroica”. Este tipo de enfrentamientos se repetían por todos los mares del mundo.
El deseo de obtener metales preciosos fue el principal motor de la conquista española. España necesitaba dinero para sostener guerras en distintos frentes: contra los franceses, ingleses y turcos. Los conquistadores también querían oro. Por eso, no dudaron en lanzarse a esta empresa tan riesgosa. Desafiaron mares embravecidos, tierras lejanas y peligrosas y animales desconocidos, muchos de ellos venenosos.
El gran reto de la conquista fue someter a los dos grandes imperios: el azteca y el Inca. Cuando llegaron a Tenochtitlán, capital Azteca, la ciudad tenía cerca de 200 mil habitantes. Los conquistadores no disimularon su asombro. La compararon con Roma, pero aun así la destruyeron sin consideración. Sobre sus ruinas, el conquistador Hernán Cortés construyó Ciudad de México. Los aztecas jugaron un papel triste en su propia conquista: el emperador Moctezuma recibió a Cortés. ¡Lo confundió con el Dios Quetzalcóalt! Francisco Pizarro llegó a Perú, con 200 hombres y dominó a los Incas, un imperio de más de un millón de almas. Los engañó y asesinó a Atahualpa, el último de sus soberanos.
La conquista en Colombia también fue cruel y dolorosa. Un ejemplo fue lo que ocurrió con los Quimbayas: Jorge Robledo, español de piel blanca y barba larga, los enfrentó. Algunos jefes indígenas se rebelaron. Mataron caballos, incendiaron haciendas y destruyeron cultivos para que los invasores se fueran. Sus estrategias no funcionaron. Los invasores tenían caballos y armas de fuego: arcabuces que disparaban utilizando la pólvora. Al final, unos indígenas huyeron y otros se doblegaron. Los invasores trajeron ganado, marranos y gallinas y fundaron pueblos. Formaron encomiendas, un sistema que obligaba a los indígenas a trabajar gratis y pagar muchos impuestos.
La rapiña por dominar el mundo llegó a ser tan cruel y ambiciosa, que las potencias europeas se fueron desgastando en costosas guerras. Estos enfrentamientos y los movimientos de independencia hicieron volar los imperios en mil pedazos.
La publicación en 1789 de Los Derechos del Hombre en Francia —en los que por primera vez se habló de la igualdad de todos los seres humanos y de su derecho a la libertad— y la Revolución Francesa —con sus ideas libertarias sobre la soberanía de los pueblos— alimentaron las ganas de independencia en las colonias. Cada día, los habitantes de las tierras dominadas se enfrentaban con más fuerza a los mandatos reales. Se negaban a acatar el pago de impuestos.
Antonio Nariño fue el primer traductor al español de Los Derechos del Hombre, publicados en Santa Fe de Bogotá en 1793. Fue un documento básico para la formación de las nuevas repúblicas latinoamericanas y más tarde sirvió de inspiración para redactar sus constituciones políticas.
En 1808, España fue ocupada por tropas francesas al mando del emperador Napoleón. En las colonias de América reinó el desconcierto: “si nuestro vínculo colonial es con la corona española, ¿ahora quién nos manda?” En medio de la incertidumbre, se establecieron juntas en las que se planteó: “No tenemos rey; no somos napoleónicos. Así las cosas, ¡nos autogobernamos!”. En Cartagena, Santa Fe de Bogotá y Santa Fe de Antioquia, entre otras, varios criollos —hijos de españoles nacidos en América— formaron juntas de gobierno. Unos pedían la independencia. Otros, que el rey español viniera a gobernar desde América.
El 20 de julio de 1810 se dio el grito de independencia en Santa Fe de Bogotá, capital de la Nueva Granada, uno de los virreinatos en los que dividió España sus territorios americanos para poder gobernarlos. Pero España no quería aceptar la pérdida de la Nueva Granada y envió a Pablo Morillo a reconquistarla.
Para defender su provincia, los patriotas antioqueños nombraron Presidente Dictador a Juan del Corral, un hacendado de Mompox radicado en Santa Fe de Antioquia. A toda carrera se armó en Medellín una fábrica de pólvora y, en Rionegro, Antioquia, un taller donde se hicieron cañones, incluso fundiendo las campanas de las iglesias. El 11 de agosto de 1813, Antioquia declaró formalmente su independencia. El dominio español en Antioquia se terminó con la Batalla de Chorros Blancos, en Yarumal, en el año de 1819. La independencia de Colombia se dio el 7 de agosto de 1819 con la famosa batalla del puente de Boyacá, en la cual participó Bolívar.
Simón Bolívar fue el libertador de cinco naciones: Colombia, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Perú. Nació en Caracas, Venezuela, en 1783. Tuvo dos maestros excepcionales: Simón Rodríguez, experto en reformas sociales, y Andrés Bello, escritor, filólogo, abogado y político. A los 14 años se hizo militar y a los 16 viajó a Europa a estudiar. Allí frecuentaba tertulias con sabios europeos. A los 24 años regresó a su país para unirse a la causa de la libertad. Soñó con crear una gran nación americana. Fue presidente de la Gran Colombia, república integrada por lo que hoy son Colombia, Venezuela y Ecuador. Francisco de Paula Santander fue el vicepresidente de esta unión que duró trece años. El libertador murió en Santa Marta, Colombia, a los 47 años. Su última proclama fue: “si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, bajaré tranquilo al sepulcro”. Se refería a los enfrentamientos entre sus partidarios y los de Santander, pues los dos tenían visiones diferentes sobre cómo armar Colombia, un nuevo país.