Mi nombre es Xin, que significa “el afortunado”. Claro que todo depende de cómo lo digas, pues en chino la misma palabra puede tener varios significados, según el tono en el que la pronuncies. Vivo en el sur del país, en la ciudad de Jingdezhen.
Tengo nueve años, aunque en la China llevamos una cuenta particular porque siempre tenemos un año más que en otros países, pues sumamos el tiempo de la gestación y los meses que falten hasta completar un año. Vivo con mis papás y mis abuelos, porque en la China, cuando una pareja tiene hijos, los abuelos compran o alquilan la casa del lado o se van a vivir con ellos para quedar más cerca de sus nietos.
Mis papás hacen porcelana, tal como lo hacían mis abuelos y mis ta-ta-ta-ta-rabuelos, que durante varios siglos vendieron jarrones a los palacios de Europa. En la China siempre hemos tenido los ojos abiertos para saber lo que quieren en el resto del mundo. ¿Has visto alguna vez la marca Hecho en China? Pero así como estamos atentos a las modas que aparecen en el mundo, cultivamos nuestras propias tradiciones, que han estado vivas desde hace miles de años.
En la casa ponemos todos los platos sobre una mesa que gira para compartirlos. Partimos la comida en pequeños pedazos para poderla agarrar con dos palitos que nos sirven como cubiertos. Nos gustan las verduras cocinadas y, casi siempre, comemos arroz. Un arroz pegotudo y delicioso. Al final, nos tomamos la sopa para quedar calienticos. ¡En nuestra provincia sabemos preparar muy bien escorpiones, arañas, grillos, caimanes, culebras y ranas!
Una de nuestras tradiciones es la celebración del Año Nuevo chino. Para nosotros, el año no empieza en enero, sino en febrero, cuando la Luna vuelve a comenzar su caminata alrededor de la Tierra. Durante esos días de fiesta le damos la bienvenida al nuevo año con pólvora. Los mayores dicen que el fuego que revienta en el cielo con mil colores espanta a los malos espíritus y limpia las energías del año que está por venir. Para celebrar decimos “¡Un feliz año!”: Gong Xi Fa Cai.
Todas las mañanas, mi abuela me lleva a la escuela. En el recorrido, veo a la gente en los parques haciendo coreografías o practicando Tai Chi, un arte marcial en el que las personas hacen movimientos lentos para encontrar el equilibrio entre el cuerpo y el alma. Cuando le pregunto a mi abuela qué es el equilibrio, siempre me responde: “Xin, Xin, cuando lo tengas, lo vas a saber”.
En China, cuando señalamos a alguien, lo hacemos con el puño cerrado porque hacerlo con el dedo es considerado una falta de respeto. Cuando recibimos un regalo siempre lo hacemos con las dos manos, por más pequeño que sea. Y en las reuniones, saludamos primero a los mayores. Ellos son muy importantes para nosotros. Ellos nos enseñan a los niños a jugar Mahjong, un juego de mesa que tiene miles de años.
La mayoría de los niños en la China son hijos únicos porque las leyes obligan a los papás a tener un solo hijo. Claro que nos hacen falta otros niños para jugar, y por eso consideramos a nuestros amigos como hermanos.
Aquí hay dragones por todas partes: caminan en los desfiles, se trepan en los templos y nos miran desde los cuadros. Pero ni tiran fuego ni son peligrosos. Estos personajes con ojos de langosta, cuernos de ciervo, joroba de buey, nariz de perro y melena de león nos traen buena suerte y protección.
Si alguna vez vienen a visitarme, podemos ir a la gran Muralla China, la muralla más grande del mundo. Tiene una extensión de aproximadamente 7.000 kilómetros, que equivale a recorrer Colombia seis veces desde el norte (la Guajira) hasta el sur (la Amazonía). Vista desde el cielo parece una culebra gigante.
Para estar bien acompañado después de su muerte, el emperador Qin Shi Huang, mandó a construir 7.000 hombres de cerámica de tamaño natural, que luego hizo poner al lado de su tumba y que hoy se conocen como los Guerreros de Terracota. ¡Todos tienen una cara y un vestido distinto!
Este tesoro estuvo escondido durante 2.000 años, y hace poco, cuando en la provincia de Shanxi construían un pozo, los habitantes descubrieron ese gran ejército enterrado: tenía generales, capitanes, carruajes y soldados.
Cuando me enfermo, voy a donde el médico. Su consultorio está lleno de hierbas y de libros viejísimos. Después de examinarme, me receta una infusión y me dice: “Xin, Xin, esta hierba lleva más de mil años aliviando a niños como tú”.
En los campos de la China hay cultivos gigantes de arroz en medio de terrenos pantanosos. En época de siembra, los campos se llenan de hombres y mujeres que caminan por los arrozales con el agua hasta las rodillas. Cuando terminan, hacen la gran Fiesta de la Luna para agradecer la cosecha del año y pedir que el año siguiente no vaya a faltar el alimento.
En los bosques del sur de la China hay un gran tesoro que no existe en otra parte del mundo: los osos pandas. Ellos se dedican a comer bambú y a vagar por los bosques. ¡Comen durante doce horas!
En la China se hablan varios dialectos, muy parecidos entre sí, que se agrupan bajo un solo nombre: chino mandarín. La escritura está compuesta por ideogramas, cada uno de los cuales es un dibujo que representa una idea. Al contrario de nuestro alfabeto latino, que tiene 28 letras, el mandarín cuenta con miles de ideogramas. Para los chinos es tan importante lo que dice la escritura como la forma que ella tiene. Para esto, utilizan tintas, pinceles y papeles especiales. Cuando los expertos calígrafos escriben, los movimientos parecen los de un bailarín sobre el papel.