Llegó el día en que la rueda hidráulica, que aprovechaba la fuerza de las corrientes de agua, no fue suficiente para mover las hilanderías ni los molinos. El hombre quería algo más efectivo, que no dependiera del variante caudal de las aguas para tener energía.
Apareció entonces la máquina que convertía la fuerza del vapor en energía motriz: la máquina de vapor. Lo que hizo el ingenio del hombre fue darle una salida controlada a la presión del vapor generado al hervir agua en recipientes herméticamente cerrados.
Es el mismo principio que hace girar la válvula de una olla a presión. En un comienzo, el combustible usado para hervir el agua fue la leña. Le siguieron el carbón, el petróleo y la energía nuclear.
La máquina se fue perfeccionando hasta que en 1790 el escocés James Watt la hizo más rápida y eficiente usando el famoso pistón de vapor. Podía impulsar varias máquinas mediante correas de transmisión.
Los dueños de las hilanderías usaron de inmediato la nueva tecnología. Se les acabó la obligación de estar a orillas de los ríos.
Las primeras máquinas de vapor fueron ideales para la minería, pues con ellas se bombeó el agua que estorbaba el trabajo en los socavones.