Un hombre muy pobre se encontró con un viejo amigo que hacía milagros. El primero se quejó amargamente de su pobreza y el otro, para ayudarlo, tocó con su dedo un ladrillo que se convirtió en oro y se lo ofreció. El pobre dijo que era muy poco. Entonces su amigo tocó una estatua de piedra que también se convirtió en oro, y se la dio. El pobre volvió a decir que era muy poco. Su amigo le preguntó: “Dime entonces, ¿qué quieres?” El pobre contestó: “Quiero tu dedo”.