Los hermanos Grimm (Alemania 1785 – 1863 / 1786 – 1859)
Imagen: Zapateros – Rafael Sáenz (Colombia, 1910 – 1998)
Érase una vez un zapatero que se había vuelto tan pobre, aunque no por su culpa, que al final no le quedaba más cuero que para un par de zapatos. Por la noche cortó los zapatos que quería terminar a la mañana siguiente, y como tenía la conciencia limpia se metió tranquilamente a la cama, se encomendó a Dios y se durmió.
A la mañana siguiente, después de haber recitado sus oraciones, se quiso poner de nuevo a su trabajo y se encontró los zapatos totalmente terminados encima de la mesa. Asombrado no sabía que decir a esto. Cogió los zapatos en la mano y los miró de cerca; estaban hechos de una forma tan perfecta que no había ni una mala puntada, como si fueran una obra maestra. Poco después llegó un comprador y le gustaron tanto los zapatos, que pagó más de lo que era normal, y con aquellas monedas el zapatero pudo hacerse cuero para dos pares de zapatos. Los cortó por la noche y quiso, por la mañana, dedicarse al trabajo con fuerzas renovadas, pero no lo necesitó, pues al levantarse estaban ya listos, y tampoco esta vez permanecieron ausentes los compradores, que le dieron tanto dinero que ahora pudo comprar cuero para cuatro pares de zapatos.
A la mañana siguiente se encontró los cuatro pares de zapatos listos, y así siguió pasando que lo que cortaba por la noche estaba hecho por la mañana. De tal manera que pronto llegó a tener para vivir decentemente, y finalmente llegó a ser un hombre rico.
Entonces sucedió una noche, no mucho antes de Navidad, que, cuando el hombre ya había cortado de nuevo los zapatos, antes de irse a la cama le dijo a su mujer:
–¿Qué pasaría si esta noche nos quedamos en pie para ver quién es el que nos presta tan buena ayuda?
La mujer asintió y encendió la luz, después se escondieron en la esquina de la habitación detrás de la ropa que estaba allí colgada y estuvieron atentos.
Cuando llegó la medianoche, vieron dos hombrecillos desnudos y graciosos, se sentaron ante la mesa del zapatero, cogieron todo el material cortado y comenzaron con sus deditos a clavar, cocer y golpear tan ágil y rápidamente, que el zapatero no podía apartar la vista de lo admirado que estaba. No lo dejaron hasta que todo estuvo terminado y listo sobre la mesa; después se fueron velozmente.
A la mañana siguiente dijo la mujer:
–Los hombrecitos nos han hecho ricos. Debíamos mostrarnos agradecidos. Corren por ahí sin nada en el cuerpo y tienen que pasar frío. ¿Sabes una cosa? Les haré unas camisitas, chaquetas, petos y pantaloncitos, les tejeré también un par de medias y tú hazle a cada uno un par de zapatos.
–Me parece muy bien.
Y por la noche, cuando tenían ya todo terminado, colocaron los regalos en vez del material cortado sobre la mesa y se escondieron para ver como se comportaban los hombrecillos. A medianoche entraron saltando y quisieron ponerse rápidamente al trabajo, pero cuando no encontraron ningún cuero cortado, sino las graciosas piezas de ropa, primero se asombraron, pero luego dieron muestra de gran alegría. Con enorme rapidez se la pusieron ajustándola a su cuerpo y cantaron:
–¿No somos elegantes muchachos retrecheros? –¿Por qué vamos a ser más tiempo zapateros?
Entonces brincaron, bailaron y saltaron sobre las sillas y bancos; luego se alejaron danzando por la puerta, y a partir de ese momento no volvieron nunca más; al zapatero le fue bien toda su vida y tuvo suerte en todo lo que emprendió.