Hoy es domingo. En el vecino pueblo
las campanas con júbilo repican;
del mercado en la plaza ya hormiguean
los campesinos al salir de misa.
Hoy han resuelto los vecinos todos
hacer a la patrona rogativa,
para pedirle que el verano cese,
pues lluvia ya las rozas necesitan.
De golpe el gran rumor calla en la plaza,
el sombrero, a una vez, todos se quitan…
es que a la puerta de la iglesia asoma
la procesión en prolongada fila.
Va detrás de la cruz y los ciriales
una imagen llevada en andas limpias,
de la que siempre, aun en imagen tosca,
llena de gracia y de pureza brilla.
Brotaron del maíz en cada hoyo
tres o cuatro maticas amarillas,
que con dos hojas anchas y redondas
la tierna mata de frisol abriga.
El maíz con las lluvias va creciendo
henchido de verdor y lozanía,
y entorno de él, entapizando el suelo
va naciendo la hierba entretejida.
Queda el maíz en toda su belleza,
mostrando su verdor en largas filas,
en las cuales se ve la frisolera
con lujo tropical entretejida.
¡Qué bello es el maíz! Mas la costumbre
no nos deja admirar su bizarría,
ni agradecer al cielo ese presente,
sólo porque lo da todos los días.
Más distantes las hojas hacia abajo,
más rectas y agrupadas hacia arriba,
donde empieza a mostrar tímidamente
sus blancos tilos la primera espiga.
Forma el viento al mover sus largas hojas,
el rumor de dulzura indefinida
de los trajes de seda que se rozan
en el baile de boda de una niña.
La mata el seno suavemente abulta
donde la tusa aprisionada cría,
y allí los granos, como blancas perlas,
cuajan envueltos en sus hojas finas.
Los chócolos se ven a cada lado,
como rubios gemelos que reclinan
en los costados de su joven madre
sus doradas y tiernas cabecitas.