ANÓNIMO
Una anciana observaba que, con precisión casi matemática, su gallo se ponía a cantar todos los días, justamente antes de salir el sol. Está claro, clarísimo. El gallo llama al Sol y éste acude a su llamado. Es el gallo el que hace amanecer.
Por este motivo, cuando se le murió el gallo, se apresuró a reemplazarlo por otro. Temía que, a la mañana siguiente, el astro rey no se decidiera a salir.
—¡Estás loca, vieja!… ¿Cómo vas a pensar que el Sol… ¡el Sol!… obedece a tu gallo?
—Así es. Lo he comprobado durante años.
—Pero, vecina, piense, razone, lo que usted dice no tiene pies ni cabeza.
—Así es, señores… Con estos ojos que se los va a comer la tierra, lo he visto. Canta el gallo y sale el Sol.
—No sea tonta, vecina, ¿cómo se le ocurre que… ?
—Tonta serás tú que no entiendes cómo funciona el mundo. Ni tienes fe.
—¡Qué cabeza tan dura!… ¿Sabe qué, señora?… ¿Quiere convencerse de su error?… Váyase del pueblo y llévese a su gallo… ¡a ver si no amanece!
—Pues sí, me voy a ir. Me voy de este pueblo incrédulo. Arréglenselas como puedan cuando mañana se queden a oscuras… ¡A oscuras para siempre!
Dicho y hecho. La anciana se fue ese mismo día a vivir lejos, a un pueblo que quedaba a bastantes millas de la aldea donde había nacido.
Al día siguiente, en el nuevo pueblo, el gallo se puso a cantar bien temprano. Y un poco más tarde, comenzó a salir el Sol por el horizonte.
—¿Ya ven?… ¿Y todavía no se convencen?… El Sol sale ahora aquí, en este pueblo, porque aquí está el gallo.
Lo único que le extrañó a la anciana fue que sus antiguos vecinos nunca acudieron a rogarle que regresara al pueblo acompañada de su gallo.
—¡Bahhh!, por testarudos, por ignorantes. En fin, ellos se lo buscaron. Quisieron quedarse sin Sol, sin luz… ¡problema de ellos!