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El pájaro inquieto

El pájaro inquieto

El pájaro inquieto

Cuento tradicional de Europa Oriental

 

pajaro inquieto

 

 

Recién creado el mundo, todas las aves eran blancas. Con el tiempo, se fueron cansando de ser todas del mismo color y rogaron al gran Dios Mulungu que les diera colores brillantes como los de las flores.

Mulungu accedió a ayudarlas. Todas las aves formaron semicírculos frente a Mulungu, que se sentaba en su silla de jefe, rodeado de cacharros con pinturas de distintos colores, dispuesto a cumplir la promesa que les había hecho.

Los pájaros debían esperar turno pacientemente. Cuando Mulungu los iba llamando, se subían a sus rodillas y él escogía los colores, los pintaba y los dejaba marchar. Sin embargo, había un pájaro llamado Manda, que tenía fama de ser inquieto e impaciente, estaba todo el tiempo corriendo de un lado al otro y haciendo el mayor ruido posible para llamar la atención de los presentes.

Ahora quería los colores más vistosos y no estaba dispuesto a esperar turno, sino que volaba una y otra vez acercándose a Mulungu y gritando:

—¡Píntame a mí! ¡Píntame a mí!

—Ten paciencia, Manda —le contestaba Mulungu, una y otra vez.

Y el gran Dios seguía pacientemente pintando a los que estaban por delante de Manda. Al tejedor le pintó el cuerpo de negro y las alas de rojo; al turaco, de azul, verde y morado. Pero Manda no podía quedarse tranquilo y seguía incordiando para que lo atendieran antes que a los otros.

Para quitárselo de encima, Mulungu dejó de pintar a un ave zancuda que tenía en las rodillas y llamó a Manda.

—Está bien —le dijo—. Ven aquí y tendrás lo que quieres.

El ave zancuda se alejó a medio pintar, y por eso la cigüeñuela tiene las patas rojas y las alas negras, pero el resto de su cuerpo sigue siendo blanco.

Manda saltó a las rodillas de Mulungu dándose importancia frente a los otros pájaros, y el Dios, con gran rapidez, lo embadurnó de marrón y de gris y lo despidió sin más palabras.

Por esta razón, Manda es el ave menos vistosa, pero sigue siendo tan ruidosa y alborotadora como siempre, y aún se la puede oír llamando a Mulungu con el grito de: “¡Píntame a mí! ¡Píntame a mí!”.

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