REGIÓN CARIBE / CUENTO GUAJIRO
Cuentan los ancianos de la Guajira que el mapurite era el mejor curandero de aquellos viejos tiempos en que los animales eran como los hombres de hoy.
Un día, el mapurite cogió camino hacia Riohacha para curar a un enfermo a quien se le había metido un mal espíritu en los pulmones que le hacía toser y doler el pecho.
Iba camino de este a oeste, cuando se encontró con el conejo que venía de oeste a este.
—Ajá, curandero. ¿Adónde vas con tanta prisa?
—Voy a Riohacha a curar a un enfermo. Y tú, ¿hacia dónde vas?
El conejo dio dos brincos y dijo:
—Pues… hacia donde me lleve el camino, de aquí para allá, de occidente a oriente, al Jorrottuy donde brilla el sol naciente.
—Ajá, ¿sí? —respondió el mapurite sin mirarlo porque tenía unos ojos chiquiticos y casi no podía ver.
—Oye, viejo —dijo el conejo—, ¿no tienes por casualidad un tabaquito para mascar y entretenerme por el camino?
—Pues sí tengo, amigo.
Y metiendo la mano en su bolso, el mapurite le dio tamaño tabaco para que fumara y mascara.
Entonces se separaron.
El mapurite siguió camino a occidente y el conejo se fue contento con su tabaco. Hizo como si se alejara, pero le dio la vuelta a una loma y volvió a caer en el mismo camino, delante del mapurite.
Cambiando la voz, dijo el conejo:
—Hola, curandero. ¿Adónde vas con tanta prisa?
—Voy a Riohacha a curar a un enfermo —respondió el mapurite pestañeando.
—¿Y qué se dice por el camino que has recorrido, viejo?
—Pues nada. Sólo me encontré hace un rato con un conejo que sigue tu mismo camino.
—Lo alcanzaré para que me sirva de compañero —dijo el conejo—.
Pero por casualidad, ¿no tienes un tabaco que me regales?
El mapurite metió la mano en su bolso y le regaló un tabaco.
Entonces se separaron.
Pero en cuatro saltos el conejo dio vuelta a otra loma y volvió a presentarse delante del mapurite.
Esta vez el conejo remedó la voz temblorosa de un viejo:
—Me complace verte, anciano, residuo de los tiempos idos. Soy un viejo achacoso que desea recordar sus primeros días.
El mapurite se sintió muy contento al oír estas frases y quiso conversar de las andanzas de su juventud. Levantó la cabeza pero con sus ojos chiquiticos como dos pulguitas casi no podía ver a quien le hablaba.
—¿No tienes un tabaco que me regales? —Preguntó de prisa el conejo.
—Sí, me complace —dijo el mapurite, y le dio otro tabaco.
El conejo se fue corriendo contento con sus tres tabacos y el mapurite siguió camino a occidente.
Cuando el mapurite llegó a Riohacha, vio que no le quedaba ni un solo tabaco para dar masajes a su enfermo, y recordando, recordando… se dio cuenta de que el conejo, con su astucia, lo había engañado.
—¡Ya verá lo que le va a pasar! —dijo indignado el mapurite.
Y comenzó a preparar un raro menjunje: puso ají picante en un mortero, puso resina de pringamoza, zumo de tabaco, y un chorrito de pipí. Batió muy duro… así, así. Y cuando la mezcla estuvo a punto, hizo dos cigarros con ella y los puso en su bolso.
Camino a su casa, pasó por el mismo lugar en donde se había encontrado con el conejo y… ¡qué casualidad! Allí estaba el conejo.
—Hola, viejo, amigo mío. Nos volvemos a encontrar. ¿Tendrás otro tabaco que me regales?
—Sí, con mucho gusto. En Riohacha compré unos y son muy buenos.
El mapurite le dio los dos cigarros y siguió pasito a paso a su casa.
El conejo se puso a fumar, chupa que chupa, y sintió un mareo. Algo raro le ocurría. Sentía como si le picaran hormigas en la nariz, como si le hicieran cosquillas en la boca. Pero no le importó. Siguió chupando y escupiendo el aroma de su tabaco. El hocico se le empezó a hinchar y la nariz se le movía rapidito sin que él lo quisiera. Entonces, botó el tabaco, se frotó la nariz y estornudó. Pero… nada. Su nariz seguía húmeda, rosada y moviéndose sin parar.
Dice la gente de la Guajira que desde entonces a todos los conejos les tiembla el hocico y la nariz, porque todavía sienten la picazón del tabaco mágico del mapurite.
Recopilado por: Ramón Paz Ipuana.
Adaptado por: Verónica Uribe.
Ilustraciones: Alejandra Higuita.