English

>

>

>

A veces solo es necesario escuchar 

Buscar

A veces solo es necesario escuchar 

En la mañana del 8 de febrero de 2023, me dirigía camino a la escuela La Fe del municipio de Jericó. Para llegar hasta a este destino es necesario emprender el viaje por el único camino, camino de herradura.  En ocasiones una preocupación que emerge al tener estas rutas de caminata es el tiempo; logra que nos concentremos explícitamente en caminar, aligera los pasos, baja un poco la mirada, roba el detalle, pero este no era el caso. De tiempo estábamos bien, eran las 6:15 am, suficiente para alzar un poco más la mirada, sintonizar con sonidos y armonías que presenta el camino en ese momento del día y específicamente en ese lugar.   

Me disponía a iniciar la caminata con el docente de la sede, Nelson, y mi compañera Melisa. Vestíamos abrigos para cubrirnos del frío y próximamente del sol, botas pantaneras, gorra y botella de agua para hidratarnos. Estábamos preparados para emprender el camino, al menos eso pensé. Los que conocen Jericó, saben que por la altura en que está ubicado, son usuales las mañanas parcialmente cubiertas de neblina, que opacan la visibilidad de las diferentes formas y tonalidades del panorama, pero este día contábamos con suerte. Desde muy temprano los rayos del sol fueron prominentes y la claridad del cielo nos acompañó durante todo el trayecto.  Tengo este recuerdo tan vivo en mi cuerpo que cuando lo evoco siento la humedad de los árboles, el tono azul del cielo, los tonos de verdes de las montañas que podía observar al frente, el canto de una cantidad de aves que no logro identificar, los habitantes de la comunidad que se dirigían hacia el pueblo y con voz amable nos saludaban.  

Durante el recorrido pensaba “qué difícil para las personas que habitan en esta vereda”. Lo hacía desde una perspectiva un poco ignorante, observando desde la superficialidad lo complejo que podrían ser muchas situaciones, como estar enfermo por ejemplo y vivir en un lugar tan lejano del núcleo de la población urbana. Este pensamiento llegó a mi después de escuchar una entre tantas historias que contó el profesor Nelson, sobre una visitante que bajó a la escuela y se puso mal de salud, se desmayó y la comunidad buscó la forma de subirla hasta el centro de atención hospitalaria. Cuatro voluntarios crearon de forma artesanal una camilla y emprendieron camino.  

No puedo negar que por momentos mi mente divagaba, se desconectaba del presente, se trasladaba a otros espacios, pasando desapercibo el escenario del momento. Entre conversaciones y risas por un momento dimos lugar al silencio y este fue el punto en que logré una conexión con el paisaje. Escuché enérgicamente el trinar del turpial, al instante no supe identificar qué ave lograba seducir mi oído de tal manera, solo recuerdo la sensación de quietud, de abandono, de asombro, y me puse alerta, queriendo identificarlo en medio de los árboles. Me detuve a echar una ojeada a cada uno de los árboles que formaban el camino, la potencia con la que el turpial emitía el sonido, me decía que no se encontraba lejos. Como en la mayoría de los casos, cuando algo me asombra y quiero compartirlo con alguien más, acudo al recurso que tengo a la mano: el celular. Lo saqué inmediatamente y grabé su trino, era un sonido tan relajante, sereno y dulce que quería apresarlo dentro de un aparato como si no fuera suficiente el espectáculo que estaba presenciando. 

Continué el camino, seguía disfrutando de la fragancia de las flores, el pasto y algunas plantas aromáticas, dispuse mis sentidos para contemplar de forma consciente lo que pasaba esa mañana. Cuarenta y cinco minutos después llegamos a la escuela, esta vez ya estábamos en compañía de Jeremías, un niño de 7 años y Poly, un cachorro de una casa vecina que no paraba de mover su colita y buscar juego. Después de prepararnos para iniciar la jornada escolar, iniciamos con las actividades de forma conjunta con una presentación. Cuando íbamos a continuar con la oración, de repente escuché un sonido extraño y fuerte, jamás había escuchado algo así. Mi reacción fue detenerme, hacer silencio para escuchar mejor. Entre más escuchaba, más admirada y aterrada me sentía, y claro que se notaba. Inmediatamente pregunté con voz sobresaltada:  

–Profe ¿qué es ese ruido? ¿Qué suena así? –Me sentí como una niña que apenas comprende el mundo, una niña que experimenta una nueva sensación, sentí que mi capacidad de asombro no se había escapado, que estaba ahí, más presente que nunca y que hacía buen tiempo no se sacudía como lo hacía entonces.  

–Son monos aulladores –contestó el profesor con un tono sereno.  

– ¿Quéééé… cómo así que monos aulladores? –respondí aún más asombrada.  

–Sí, por esta zona hay muchísimos, nosotros los escuchamos sobre todo en este momento del día –dijo el profesor  

–Qué increíble, jamás pensé que estuvieran en este lugar, es más, no sabía que estaban en esta zona –respondí. 

Pasó un momento mientras el docente y los estudiantes nos contaban historias y relataban de forma muy natural, sin ningún asombro, la cercanía y el conocimiento que tenían sobre los monos aulladores. Yo no dejaba de pensar en ese sonido tan extraño, que me despertó tanta curiosidad, me estremeció, me robó la atención y activó algo a nivel cognitivo y sensorial totalmente nuevo para mí. Haber coincidido en ese lugar, con ese momento, esas personas, esa experiencia, valió la pena, me enseñó que no solo puedo asombrarme con lo que logro percibir con mis ojos, sino que también hay sensaciones que vienen de la escucha.  

Este suceso me llevó a pensar en lo que viven los niños día a día cuando experimentan algo por primera vez, esa sensación de satisfacción al encontrarse con la incertidumbre y la respuesta al mismo tiempo, esa magia de lo inesperado que rompe con la cotidianidad y permite resignificar las experiencias vividas. 

Y como es natural en el ser humano, sentí la necesidad de verlo, apreciarlo desde el sentido de la vista, guardé la esperanza de verlo durante todo el camino de regreso a casa, pero no sucedió. Me quedé con la idea de que a veces es necesario solo escuchar.  

Compartir