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¿PODRÁS SER “SECRETERA”?

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¿PODRÁS SER “SECRETERA”?

Ya llevaba dos años como promotora de lectura y un año como bibliotecaria de Titiribí, mi amado pueblo, en el que nací y crecí.  

Extenuada por las largas jornadas laborales, cansada de tener que leer lo que no quería leer pero que era necesario para mi trabajo, agobiada por sentirme como una artista que entretiene por el solo hecho de entretener y movida por la renuncia de mi jefe, que además es mi mejor amigo, hermano y brújula, tomé la decisión que llevaba rumiando durante tres largos años: enviar mi hoja de vida a Secretos para contar e irme del lugar donde conocí la dicha y la miseria en poco tiempo. 

El documento se envió. La respuesta llegó en muy corto tiempo. Mi nuevo presente: pertenecer a un lugar que he seguido y he admirado a lo largo de varios años.  

Mis días volvieron a tener luz, ahora iba a la biblioteca a ordenar todo para entregársela a alguien más. Las dudas empezaron a aparecer ¿quién será esta persona?, ¿le interesará en realidad la educación y la cultura de Titiribí? En el proceso de dejar ir, sintiéndome nostálgica y un poco decepcionada de mí misma por rendirme de la ardua labor de hacer enamorar a los titiribiseños de la lectura, llegó a mí un sentimiento de tranquilidad, el sentimiento que trae consigo el esforzarse al máximo para que todo esté bien.  

Con el corazón listo pero un poco aporreado por la decisión que se tomó en la alcaldía acerca de mi reemplazo, empecé la Escuela de Secretos. Con el pasar de los días la rabia se transformó en intenciones de seguir trabajando por la educación y la cultura de mi municipio, pero convencida de que ahora lo iba a hacer desde el lugar adecuado.  

Ahora estaba al frente de mi nuevo equipo de trabajo en el municipio de Angelópolis, enfrentando el miedo más grande que he podido sentir en los últimos años de mi vida: orientar a maestros. El miedo no es un sentimiento cercano a mí, cuando llega a mi corazón es difícil convivir con él ya que es un extraño visitante que pasa rápidamente y no deja muchos estragos en mi ser. Nunca lo sentí en una noche oscura. Nunca corrí a la cama de mi mamá buscando protección porque unos espantos me hacían aterrorizar. Nunca dejé de transitar los caminos oscuros y solitarios que el destino eligió para mí por este sentimiento ajeno a lo que soy.  

Pero exponerme ante los maestros era paralizante, al menos pensaba “son los de Angelópolis, no son los de Titi” y ¿qué demonios iba yo a hacer cuando estuviera parada ante los maestros rurales de Titiribí?, ¿cómo iba yo a entonar canciones y a jugar espontáneamente ante ellos como toda una “Secretera”? y con esta pregunta identifiqué a mi visitante poco recurrente. Mi miedo no era exponerme ante los maestros rurales, mi miedo no era hablarles como en tantas veces lo hice cuando visité sus escuelas, mi miedo aterrador era que me vieran como una “Secretera”, como esos que he seguido y admirado. 

El taller con los profes de Angelópolis salió muy bien, quedé satisfecha con mi corta intervención y mi desempeño. En mi trabajo vi reflejados a mis profes de la Escuela y a mi nuevo equipo de trabajo que me ha acogido y enseñado con sabiduría, sinceridad, sutileza y dulzura los secretos para ser un secretero.  

Y el día llegó, el taller con los maestros de Titiribí era una realidad, las piernas me temblaban, me dolía el estómago y por mi mente veía pasar el rostro de cada uno de ellos. Pero decidí ver solo los rostros de los profes que me dijeron: “Andrea, estás donde debes estar”.  

Nuevamente las enseñanzas de mi nuevo equipo de trabajo lograron sacar lo mejor de mí y pude verme ante los maestros rurales de Titiribí segura de mí misma y entonando una bella canción que antecedía la entrega de un hermoso libro.  Esa tarde en el balcón de mi casa me tomé una foto con la camiseta azul y la subí a las redes sociales llamándome “Secretera”.  

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