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Alberto Lleras Camargo

Alberto Lleras Camargo

Un estadista al servicio de Colombia

(Bogotá, 1906 – Bogotá, 1990)

“Hay que abrir a todo colombiano una esperanza cierta, una oportunidad operante y una expectativa legítima”.

Alos ocho años, Alberto Lleras Camargo aún no pensaba en ser presidente de Colombia; sí sabía, en cambio, que quería ser periodista. Todas las semanas tomaba papel y lápiz y escribía un periódico que luego le vendía a su padre, un agricultor de Sopó, municipio de Cundinamarca, donde vivía con su familia.

Desgraciadamente, el pequeño Alberto perdió muy pronto a su fiel lector, quien murió cuando este tenía nueve años, hecho que obligó a la madre a trasladarse a Bogotá con sus dos hijos. En la capital empezó la escuela primaria y conoció a dos familiares que tuvieron gran influencia en su vida: el tío Santiago, que tenía una enorme biblioteca, y el tío Fídolo, un pintor que lo impulsó a dibujar y luego a enviar uno de sus dibujos a un concurso infantil.

El dibujo, publicado en una reconocida revista de ese entonces, era, según Lleras, “definitivamente malo”; sin embargo, lo impactó ver su nombre impreso; quería volver a verlo publicado y el camino era el periodismo, por eso retomó su antiguo pasatiempo infantil. Lo hizo en el periódico de la Escuela Ricaurte, donde inició el bachillerato, pero de la que no se graduó porque, aunque era un alumno brillante en las materias que lo apasionaban, era descuidado en las que lo aburrían.

A los 15 años se retiró del colegio y de inmediato empezó a trabajar en las salas de redacción de los diarios más importantes del país: primero en El Espectador y después en El Tiempo, en las que demostró, rápidamente, que combinaba a la perfección agilidad y precisión. Disfrutaba lo que hacía, pero se sentía atrapado en la ciudad, “me resultaba estrecha, quería conocer el mundo”, decía.

Primero viajó a Argentina y luego a Europa, donde escribió para ganarse la vida. En el Viejo Continente se encontró, además, con dos personajes centrales de la política colombiana: Eduardo Santos Montejo y Alfonso López Pumarejo, quienes lo alentaron a regresar al país y a involucrarse en la actividad política, en la que, estaban seguros, tendría éxito gracias a su inteligencia y capacidades discursivas. No se equivocaron: a partir de 1929, y con solo 23 años, Lleras Camargo inició una carrera política, en el Partido Liberal, que lo llevó a ocupar múltiples cargos en los ámbitos municipal, nacional e internacional; en los que se destacó por luchar con firmeza por sus ideales, buscar soluciones pacíficas a los conflictos, respetar las leyes y pensar primero en el bien común.

Uno de sus momentos estelares se dio en 1944, cuando era ministro de Gobierno del presidente López Pumarejo, quien había sido retenido en Pasto por un grupo de militares que quería obligarlo a renunciar. Lleras se llevó los micrófonos de la Radio Nacional para el Palacio de Nariño y mantuvo al país informado durante todo el día, generando así confianza en que la rebelión sería derrotada. Sus intervenciones no fueron improvisadas, todo lo que los colombianos escuchaban había sido escrito antes de ser leído; pensaba, escribía rápidamente y luego leía; de esta manera se aseguraba de no decir nada imprudente.

Gracias a su actuación en tan difícil momento, Lleras fue nombrado por el Congreso para asumir la Presidencia ante la renuncia de López Pumarejo, a quien le quedaba todavía un año de gobierno. En su corto mandato propició la fundación de la Flota Mercante Grancolombiana, conformada por un conjunto de naves y buques no armados dedicados al comercio y al transporte de mercancías, como el café. También contribuyó a la creación de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC), con el fin de contrarrestar las crecientes huelgas obreras en el país; y buscó la reconciliación de los partidos políticos, para lo cual se aseguró de darles idénticas garantías a sus rivales del Partido Conservador.

Una vez terminó su periodo presidencial, regresó al periodismo, actividad que alternaba con la política, pues estaba convencido de que la gente necesitaba recibir información clara en relación con lo que sucedía en el país. “El pueblo es responsable y atiende a su responsabilidad cuando está informado, cuando puede crearse una conciencia de los problemas públicos, cuando sabe que su opinión decide, es decir, cuando gobierna”, afirmaba Lleras.

A mediados de los 50, y después de varios años de violencia política en Colombia, se estableció la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, cuyo gobierno se caracterizó por los excesos de poder y la restricción de las libertades. Preocupado por el futuro del país, Alberto Lleras se reunió en España con Laureano Gómez, líder conservador, y firmaron un pacto conocido como el Frente Nacional, que tenía el propósito de restablecer la democracia y terminar las disputas entre ambos partidos. Se decidió establecer una alternancia en la Presidencia entre los partidos Liberal y Conservador: cada uno la ocuparía por cuatro años intercaladamente. En 1958 se dieron las primeras elecciones bajo este modelo y Lleras Camargo resultó elegido como presidente; terminado su turno, les tocaría a los conservadores.

Su programa de gobierno se enfocó principalmente en pacificar el campo, donde aún había enfrentamientos políticos, mejorar el sector agrícola, fomentar la educación primaria y fortalecer las relaciones internacionales, en especial con Estados Unidos. Al término de su mandato no quedaba duda alguna de que se había convertido en un estadista, término con el que se nombra a las personas que tienen gran saber y experiencia en los asuntos del gobierno. Por esta razón, hasta poco antes de su muerte, en 1990, seguía teniendo enorme influencia en los mandatarios del país, quienes lo consultaban porque apreciaban su visión, sabiduría y honradez.

Pasó sus últimos años en la sabana de Bogotá, cuyo paisaje era el de su infancia. Allí recibía las visitas de sus amigos, daba largas caminatas, montaba en bicicleta, pintaba, escribía y cuidaba sus rosales y sus dos vacas. Con la misma modestia que lo caracterizó siempre, les dijo a su esposa e hijos que al morir quería una ceremonia sencilla. “Por ningún motivo permitan coronas, flores ni discursos”. No los hubo, en vida él había pronunciado los mejores, los más vibrantes y elocuentes, los que parecían una clase de educación cívica. En síntesis, los que confirmaban el compromiso de un verdadero patriota siempre dispuesto a trabajar por el país.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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