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Andrés Orozco Estrada

Andrés Orozco Estrada

Una batuta prodigiosa

(Medellín, Antioquia, 1977)

“Quizás tengo un don, pero sin trabajo, compromiso y dedicación no habría logrado nada”.

Según Nora Estrada, madre del maestro Andrés Orozco Estrada, es casi imposible encontrar una foto de su hijo en la que no aparezca tocando un instrumento musical; de hecho, su juguete favorito era el tambor, que conoció a los tres años gracias a un tío que formaba parte de una chirimía. “Tocaba muy bien los instrumentos de percusión, y no solo tenía ritmo, lo hacía con mucha alegría”, recuerda ella. Por eso, lo llevó a presentar una prueba de ingreso en el Instituto Musical Diego Echavarría, un colegio en el que la formación musical es tan importante como la académica, y donde fue becado gracias a su talento.

Allí cambió el tambor por el violín, el cual fue, de cierta manera, su tabla de salvación. ¿La razón? Andrés Orozco nació en Manrique, uno de los barrios más violentos de Medellín en los años 80 y 90, época en que la ciudad presenciaba la guerra entre el Estado y los grupos ilegales dedicados al negocio de la droga, los cuales solían reclutar a los jóvenes de los barrios populares para peligrosas labores. Adicionalmente, el padre de Andrés los había abandonado a él y a su joven madre, lo que aumentaba las probabilidades de tomar un camino equivocado, tal como ocurrió con muchos de sus vecinos.

La práctica del violín, como él mismo explica, le fue mostrando el camino de la música clásica, un género en el cual la labor del director es fundamental para lograr la mejor interpretación de los músicos, por cuanto es quien los unifica. Esta figura es muy llamativa para el público, pues se trata de una persona que está de pie sobre una plataforma, dándole la espalda, y a quien no le ven la cara, pero sí las manos que se mueven de acuerdo con los rasgos expresivos que quiera imprimirles a las piezas.

Orozco Estrada empezó a sentir fascinación por lo que hacían los directores de orquesta, tanto así que le arrancó la antena al televisor e hizo de la sala de su casa un salón de conciertos imaginarios en los que guiaba a los músicos con la ayuda de su improvisada batuta, la varita con la que los directores marcan el ritmo de una obra musical.

En el colegio dio sus primeros pasos hacia la dirección gracias a la maestra Cecilia Espinosa, quien dirigía la orquesta de la institución y le enseñó el solfeo, es decir, la forma de leer y entonar las notas musicales que aparecen en las partituras. Al notar el talento innato de su alumno y su determinación para aprender, la maestra fue dándole oportunidades de poner en práctica las enseñanzas; solía simular que tenía ocupaciones y le pedía el favor de dirigir a sus compañeros de las clases de música mientras regresaba.

Un día, sin embargo, no tuvo que fingir. Estaban en la Plaza de Bolívar de Bogotá, cuando empezó a sentirse muy enferma, no podía dirigir a los 250 niños y jóvenes escogidos para inaugurar el programa Batuta de la Presidencia de la República. Entonces miró a su pupilo de confianza, quien con apenas 15 años debió dirigir su primera orquesta sinfónica. Y no solo le dio esa gran oportunidad, también le regaló su primera batuta de verdad, de fibra de vidrio, con la que reemplazó la antena de televisor.

“Andrés siempre ha sido una persona muy dinámica, muy echada para adelante, con un carisma muy grande en la comunicación y la manera de relacionarse con los demás, con un humor muy agradable, un gran conocimiento de la música y de lo que hace”, así describe la maestra Cecilia a su alumno, quien luego de graduarse del colegio se fue para Bogotá a estudiar Música en la Pontificia Universidad Javeriana.

En 1997 viajó a Viena, la capital de Austria, para estudiar dirección en una de las academias más reconocidas del mundo. Fueron años duros, de mucho estudio y sacrificio, que lo convencieron de que el talento no es suficiente si no está acompañado de trabajo. “Estudiar, prepararse y adquirir cada vez más conocimiento es lo único que puede convertir a un músico en un músico excelente”, afirma Orozco Estrada. En esta ciudad cumplió uno de sus grandes sueños: presenciar en vivo un concierto de la Orquesta Sinfónica de Viena. “No pude contener las lágrimas al escuchar la música. Es que no tuve ni que mirar, era como estar en el cielo; era algo que solo había visto en videos y ahora lo tenía al frente”, recuerda el maestro.

En 2004, él sería el protagonista de una escena que tampoco habría imaginado en el mundo de la música clásica: después de dirigir a la orquesta austriaca Tonkünstler, las personas del público fueron al camerino a pedirle un autógrafo como si fuera una estrella de rock, y no era para menos: por su actuación magistral fue calificado por los especialistas como el “milagro de Viena”.

A partir de ese momento, el maestro Andrés Orozco Estrada se convirtió en uno de los directores más importantes del mundo. Bajo su batuta han estado las orquestas más destacadas de Alemania, Francia, Estados Unidos y, por supuesto, Austria, donde terminó su formación profesional y regresó en 2021 para ocupar el prestigioso cargo de director titular de la Orquesta Sinfónica de Viena.

Aunque sus ocupaciones le impiden estar en Colombia con frecuencia, siempre que vuelve se asegura de dirigir un concierto y transmitir lo aprendido. “Me gusta que se den cuenta de que la música clásica es algo muy distinto a lo que se imaginan, no tiene nada que ver con una minoría culta y elegante, tampoco es para quedarse dormido. Es para disfrutar el momento y las sensaciones que producen las melodías”.

Y al país, aunque la mayoría no lo sepa, lo lleva puesto en todos sus conciertos. Los trajes que utiliza para dirigir fueron diseñados por él mismo y confeccionados en Colombia. En el interior tienen bordados su nombre y dos apellidos, Andrés Orozco Estrada; es el homenaje con el que honra a su madre por todos los sacrificios que hizo para sacarlo adelante.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

 

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