English

>

>

>

Bajo el sol de enero

Bajo el sol de enero

Este cuento explica cómo una persona ajena a un problema puede tener una visión más clara sobre él, y esto le permite encontrar soluciones acertadas que los involucrados no han podido ver.

 

El viejo Rigoberto tenía unos ojos claros que gozaban de muy buena reputación entre sus vecinos. No porque fueran bonitos, sino porque parecían poder ver más allá que los ojos normales de la gente: Rigoberto tenía tan buen ojo, que sabía, a simple vista, cuántas cargas de café salían de un sembrado, cuánto pesaba un costal de frutas y cuánto se demoraba una persona para ir caminando de un lugar a otro; también era capaz de determinar de qué estaba enferma una vaca, cuándo iba a llover o si un aguacate ya estaba listo para comer sin tener que tocarlo. Pero lo que más asombraba a todos sus conocidos era esa capacidad para ver en el interior de los demás: reconocer sus estados de ánimo y vislumbrar sus preocupaciones. Siempre con una sonrisa tranquila, el viejo Rigoberto ofrecía consejos sin callarse lo malo de las cosas pero resaltando lo bueno. Hasta en las situaciones más difíciles era capaz de encontrar oportunidades para mejorar y por esto sus vecinos y conocidos confiaban en su criterio.

Un día de enero, bajo un sol intenso, Rigoberto vio desde el corredor de su casa una nubecita de polvo que subía la loma. Un momento después reconoció el sombrero de Elías, sus ojos, su bigote, su postura. Parecía tenso y preocupado cuando levantó la mano para saludar desde su caballo. Elías vivía cerca de allí, con su esposa y dos hijos, era agricultor y vendía sus productos en el pueblo. Rigoberto le brindó una limonada y se sentaron en una banca del corredor a conversar. Rigoberto le preguntó qué le pasaba que lo veía tan tenso.

 

Las dos caras de la moneda

Elías tenía un problema con Argemiro, su vecino: llevaban varias semanas discutiendo por el agua que compartían, pues el verano estaba intenso y ambos habían tenido dificultades con el suministro.

—Es que don Rigo, sin agua no hay vida —decía Elías, exaltado—. Cuando falta es que uno se da cuenta de lo indispensable que es. El rollo empezó hace varias semanas, un domingo que me estaba bañando y se me cortó el chorro de la ducha. Como no había nadie en la casa, me puse una pantaloneta y salí enjabonado para la bocatoma, a revisar qué pasaba. La quebrada estaba con poco caudal, por tanto verano, y me encontré con que, aunque la bocatoma estaba bien, el tanque desarenador que compartimos estaba vacío, y como la salida del agua de él está en un nivel más bajito que la mía, y tiene una manguera más gruesa, se estaba llevando la poquita agua que entraba al tanque. Ese día me dio tanta rabia verme ahí enjabonado y sin agua, que le tapé la manguera a Argemiro con una piedra, esperé a que se llenara el tanque hasta el nivel de mi manguera, y cuando vi que ya me estaba bajando agua, me devolví para mi casa a terminar de bañarme. Eso ya me había pasado y yo le había dicho a Argemiro que pusiera una tubería más delgada, para que nos tocara la misma cantidad de agua, pero el tipo estuvo muy agrio cuando le conversé de ese tema, y me dijo que él no tenía ni plata ni tiempo para ponerse con arreglos. Al otro día fue a mi casa y me insultó por haberle tapado la manguera y, no le voy a decir mentiras, don Rigo, yo también le pegué su insultada. Desde eso todo va de mal en peor y cada vez que yo me quedo sin agua, voy y le tapo la manguera. El asunto va en que ayer llegó a mi casa con el machete desenfundado, sin levantarlo pero mostrándolo, diciendo que si le volvía a tapar la manguera me iba a enseñar a no meterme con él. A mí no me da miedo, porque no soy mocho, pero preferiría que las cosas se solucionaran sin violencia. Vivo muy bueno sin enemigos y no quiero ninguno… y menos de vecino.

Elías paró de hablar y sus últimas palabras quedaron retumbando por el corredor. Rigoberto lo miraba serio. Luego sonrió y le preguntó:

—¿Y en qué le puedo ayudar, Elías?

Elías quería que Rigoberto hablara con Argemiro para que el problema se solucionara de la mejor manera. Reconocía que ni su actitud ni la de Argemiro estaban ayudando, y quizás Don Rigo, que había intervenido en situaciones similares, los podía acercar a una resolución pacífica y satisfactoria para ambos. Rigoberto se quedó un momento pensando en silencio y luego dijo:

—Bueno, Elías. Voy a intentar ayudarles. Esta misma tarde voy a la finca de Argemiro a hablar con él, a preguntarle si está dispuesto a que yo intervenga en este asunto y a averiguar cuál es su visión, porque todo problema tiene diferentes maneras de ser mirado.

Elías se levantó del banco y, complacido, le dio la mano a Rigoberto mientras le agradecía su ayuda. Luego se fue en su caballo y una nubecita de polvo lo siguió bajo el sol sofocante del mediodía.

Cuando el calor de la tarde fue cediendo y la brisa suave refrescó el ambiente, Rigoberto tomó su bastón y emprendió camino rumbo a la finca de Argemiro. Estando en sus tierras, estuvo atento a las mangueras que alimentaban los bebederos de los animales. Encontró a Argemiro cortando pasto para las vacas. Se estrecharon las manos amistosamente porque se conocían de vieja data y conversaron un rato sobre cosas cotidianas, hasta que Rigoberto dijo de repente:

—Bueno, Argemiro, le tengo que confesar que no pasé solamente a saludarlo. Vengo por un asunto espinoso. Imagínese que esta mañana fue Elías a mi casa y me comentó que ustedes dos han tenido algunos problemas con el agua y que el asunto se está poniendo color de hormiga. Él fue a buscarme para pedirme el favor de que yo terciara entre ustedes y los ayudara a encontrar una solución que les sirva a ambos y les evite más problemas y malentendidos. Así que yo estoy acá para preguntarle a usted si está dispuesto a que yo les ayude con esto y para escuchar su versión del inconveniente.

Mientras escuchaba a Rigoberto, a Argemiro se le fue borrando la sonrisa de la cara. El solo pensar en aquel asunto le agriaba el ánimo. Permanecieron en silencio unos momentos y Argemiro contestó:

—Sí, don Rigo, tenemos un problema serio. Estamos en un tire y afloje hace días. Tengo que darle crédito a Elías por tener la buena idea de pedirle ayuda a usted, porque ya no nos podemos ni ver sin empezar a pelear, y eso que hemos sido buenos amigos.

Argemiro le contó su percepción del problema: hacía varios años Elías y él habían construido un tanque desarenador para tomar las aguas de la quebrada y evitar tantos taponamientos por hojas y pantano, pero el verano estaba golpeando duro, mucho más que en años anteriores, y el caudal había disminuido considerablemente. Habían puesto las dos mangueras que sacaban el agua del tanque una encima de la otra, y la de Argemiro era la de más abajo. Como había poco caudal, el tanque no se llenaba del todo y a Elías era al primero que se le cortaba el suministro; y el hombre, muy egoísta, le tapaba la manguera. Argemiro se daba cuenta porque veía que no estaba llegando agua a los bebederos de sus vacas y caballos. Entonces subía al tanque y quitaba la piedra.

 

Con los ojos bien abiertos

Rigoberto se percató de que la explicación del asunto que daban los dos era similar y le pidió a Argemiro que lo llevara a la bocatoma y al tanque para ver con sus propios ojos el funcionamiento del pequeño acueducto. Rigoberto estuvo atento todo el camino a la manguera y al cauce de la quebrada. Miró sin hacer comentarios. El tanque tenía buen nivel de agua y las dos mangueras tenían flujo en ese momento. Cuando terminaron la revisión, Rigoberto le preguntó a Argemiro si se podían reunir con Elías al día siguiente, por la mañana, en la casa de Rigoberto. Argemiro estuvo de acuerdo. Rigoberto se despidió cordialmente y, sonriendo, se dirigió quebrada arriba a echar un vistazo. Luego cruzó la quebrada, que servía de lindero entre las dos propiedades y bajó hasta la finca de Elías revisando la manguera y los sistemas de riego de sus cultivos. Cuando llegó a la casa, saludó cortésmente. Elías le ofreció algo para tomar y le preguntó si había hablado con Argemiro. Rigoberto le dijo que sí y añadió:

—¿Le parece si nos encontramos los tres mañana temprano en mi casa para que discutamos el asunto? Yo ya tengo varias cosas pensadas.

Elías estuvo de acuerdo. El viejo Rigoberto salió caminando rumbo a su casa, apoyado en su bastón, mientras en el cielo el crepúsculo pintaba las nubes de rojo y los pájaros entonaban sus últimos cantos.

 

Un problema, muchas soluciones

Al otro día, muy temprano, estaban los tres sentados en el corredor de la casa del viejo Rigoberto, en medio de un ambiente tenso. Los compadres se miraban recelosos cuando don Rigo empezó a hablar:

—Según lo que pude ver, en este inconveniente hay muchas cosas por mejorar, de uno y otro lado. Hay aspectos que tienen que ver con el consumo de agua y aspectos que tienen que ver con la quebrada y el sistema del acueducto. Así que hay soluciones de corto plazo y soluciones, más definitivas, de mediano y largo plazo. Quiero que empecemos por las de corto plazo, porque el agua es vital y no da espera.

Argemiro y Elías estuvieron de acuerdo, así que Rigoberto prosiguió:

—Lo primero que tiene que quedar claro acá es que ninguno de los dos utiliza el agua como lo que verdaderamente es: un tesoro que vale más que el oro. ¿Por qué lo digo? Porque ambos la desperdician. Argemiro tiene flujo constante de agua a los bebederos de los animales. Cuando se desbordan, esa agua cae a la tierra y busca el camino de regreso a la quebrada, así que saca más de la que utiliza. Y Elías hace lo mismo, pues los sistemas de riego también devuelven agua a la quebrada.

Elías y Argemiro se miraron. Lo que decía don Rigo era cierto, ambos devolvían agua a la quebrada.

—¿Qué se les ocurre que podrían hacer? —preguntó el viejo Rigoberto con una mirada maliciosa. Quería que ellos también encontraran sus propias soluciones.

—Pues a mí se me ocurre una cosa sencilla —dijo Elías—. Yo puedo regar menos mis cultivos, solo lo necesario, y Argemiro puede llenar los bebederos una o dos veces al día, según lo que los animalitos requieran.

—Esa está sencilla —dijo Argemiro— y no le veo problema. A mí se me ocurre otra: podemos poner unas válvulas que controlen el flujo del agua y se abran solo para lo indispensable.

—Ambas son buenas opciones y más si se combinan —dijo Rigoberto—. Esas válvulas son baratas. Eso sí, debe instalarse una en cada tubería, para que ambos tengan forma de controlar la cantidad que sale del tanque.

Argemiro y Elías se sonrieron por primera vez en semanas y se dieron cuenta de que por la ofuscación del uno con el otro no habían podido pensar con claridad y buscar soluciones. Luego le pidieron a don Rigo que continuara con las soluciones a mediano y a largo plazo, pues también les pareció que no se podían pasar la vida subiendo al tanque a cada rato para abrir y cerrar el suministro de agua.

—A mediano plazo la solución es más costosa y requiere más trabajo: primero, deben dirigirse a la Corporación Autónoma Regional que tiene oficina en el pueblo, para que les expliquen cómo se debe hacer adecuadamente un tanque. Ellos van a determinar la medida de agua que necesita cada uno de los predios según la extensión y lo que producen. Luego, deben reformar el tanque y, además, sería ideal que cada uno hiciera un tanque de reserva que tenga un flotador que corte el suministro cuando esté lleno. Así, solo recibirán agua cuando gasten. Por otro lado, hay que hacerle mantenimiento a todo el acueducto, porque vi fugas en las mangueras de ambos. Poco a poco pueden ir ahorrando el dinero.

Los dos replicaron, dijeron que no tenían plata para esos arreglos ni tiempo para las diligencias, pero Rigoberto los hizo notar que de eso dependía su sustento y les facilitaría la vida, y con eso los calmó. Además les dijo que al ser una solución a mediano plazo no requería que se realizara de inmediato y que incluso ellos mismos, sin contratar a nadie, podían realizar los arreglos del tanque primero, luego el mantenimiento de las mangueras y, por último, cuando hubieran logrado ahorrar, instalar los tanques de reserva. Entonces Elías preguntó:

—Bueno, don Rigo, y ¿cuál es la solución de largo plazo?

—Pues es la más importante y la que les va a asegurar que nunca les falte agua. No es complicada y también se puede hacer de a poco. La pueden hacer entre ustedes con la ayuda de sus familias. Yo noté que la quebrada está desprotegida de vegetación en los terrenos de ambos. Eso hace que disminuya el caudal. Hay que protegerla con matas de guadua, mafafa, amarrabollo, nacedero, quiebrabarrigo y sembrar guamos, dragos, robles y sauces. Eso les va a asegurar el agua para el futuro. Si no se hace, no valen las otras soluciones, porque se les seca la quebrada. Y otra cosa importante es visitar el nacimiento y ver si está bien cubierto de vegetación, y si le falta, sembrarle plantas de protección, y hacerle un pequeño cercado para que los animales no entren.

 

Pacto de compadres

Elías y Argemiro se quedaron pensativos. No habían pensado que el problema fuera tan complejo, pero los argumentos de Rigoberto les parecieron aterrizados y, si esa era la manera de arreglarlo, pues había que hacerlo. Así que dijeron que sí a todo lo que propuso Rigoberto. Pero el viejo, que conocía el carácter de los hombres, dijo:

—Yo sé que para muchas personas la palabra es sagrada, y lo que se conversa se vuelve un pacto en el que se deposita la confianza, pero es mejor evitar malos entendidos. Así que les propongo que dejemos todo esto por escrito, que establezcamos plazos para cada uno de los trabajos que deben emprenderse y que cada uno de ustedes se vaya programando en gastos y labores para que estos inconvenientes no se repitan.

Elías y Argemiro estuvieron de acuerdo. Ya no se miraban con recelo, más bien se miraban con complicidad y preocupación por el trabajo y los gastos que se les venían encima. Eran conscientes de que la subsistencia y la tranquilidad de ambos dependían de arreglar el problema. Así fue como los tres se dedicaron a escribir el resto de la mañana un acuerdo en el que se establecían los trabajos inmediatos que era necesario realizar y se creaba un cronograma para que en diciembre ya estuviera todo listo. Cuando terminaron, Elías y Argemiro firmaron el acuerdo y los tres brindaron con aguapanela.

Bajo el sol de enero, Elías y Argemiro se fueron caminando juntos rumbo a sus hogares, conversando sobre conseguir las válvulas e instalarlas esa misma tarde. Los ojos de Rigoberto los vieron alejarse en medio de la luminosidad del mediodía y notaron sus posturas relajadas y sus ademanes tranquilos: los ademanes de dos viejos amigos que se reencontraban tras una larga ausencia.

 

(Ilustraciones: Ana María López)

Contenidos relacionados:

Compartir