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Caterine Ibargüen

Caterine Ibargüen

La sonrisa de oro del atletismo

(Apartadó, Antioquia, 1984)

“Es mi momento, esa es mi estrella y voy pa´lante”.

En la Escuela Heraclio Mena Padilla de Apartadó estudiaba Caterine Ibargüen, a quien todos reconocían por sus piernas kilométricas y la sonrisa explosiva que parecía revelar un fuego interior. También porque era la ganadora absoluta de las carreras de velocidad, sin importar si los contrincantes eran niñas o niños.

Esta espigada mujer competía en pruebas atléticas de 75 y 150 metros, y también en relevos por equipos. Además de correr, jugaba voleibol con las selecciones de Turbo y Apartadó. Su cuerpo, al parecer, estaba diseñado para destacarse en cualquier disciplina, lo cual llamó la atención de un entrenador de atletismo local, quien quedó sorprendido con los más de cinco metros que alcanzó a elevarse en los Juegos Intercolegiados de 1995.

El profesor le dijo que tenía todas las condiciones para ser una atleta de alto rendimiento, pero que debía irse para Medellín, donde tendría mejores espacios de entrenamiento y oportunidades de educación. Caterine, siendo apenas una adolescente, le consultó la decisión a su abuela Ayola Rivas, con quien vivían ella y su hermano desde que sus padres salieron de Urabá en busca de un trabajo para sostener, a distancia, a su familia.

Cuando le preguntan acerca de su niñez y juventud en Apartadó, Caterine es enfática: había pocas posibilidades de salir adelante y los recursos eran escasos, pero ni ella ni su hermano se acostaron un solo día sin comer, nunca pasaron hambre. Es más, según ha dicho, el tipo de alimentación que tuvo mientras crecía, a base de banano, plátano y pescado, fue lo que le dio su contextura física, esa fibra corporal especial que la hace ser tan poderosa en salto y velocidad.

En Medellín se especializó en tres modalidades del atletismo: salto alto, salto largo y salto triple. Su compromiso y sus ganas fueron evidentes desde el principio, nada se interpondría entre ella y su sueño de ser una medallista olímpica. “No me robaba ni una abdominal”, afirma Caterine, “pues eso no era hacerle trampa al entrenador, sino a mí misma, y luego, en las pruebas, no estaría tranquila pensando en esa abdominal que no hice”.

Su primer gran triunfo llegó en 2001 en los Juegos Bolivarianos de Ambato, en Ecuador, en los que ganó la medalla de oro en salto de altura, modalidad de la que sería campeona suramericana en 2004; sin embargo, esa no era la especialidad en la que podía sacar su mejor potencial, ella estaba destinada a brillar en el salto triple. Nuevamente se desplazó de lugar, esta vez sería a Puerto Rico, a donde iría a entrenar. En esta isla caribeña aprovechó, además, para estudiar enfermería.

En 2012 llegó el momento de la verdad: los Juegos Olímpicos de Londres, la competencia para la que se había preparado desde que tenía 14 años. La suerte, sin embargo, no parecía estar a favor de Caterine, quien dos días antes de que comenzaran las pruebas de clasificación se lesionó el isquiotibial izquierdo, es decir, el músculo que está en la parte de atrás de la pierna, justo debajo del glúteo. Su entrenador era incapaz de mirarla a los ojos, sentía su mismo dolor, su misma frustración; era el final de un sueño.

Había que encontrar una solución provisional, lo que fuera, pensaba ella, lo único que importaba era correr y saltar un par de veces. El milagro por el que rogó con toda su fe llegó en forma de muslera ortopédica, una faja que le sujetó con fuerza el muslo, controlando un poco el dolor y evitando que el desgarro fuera peor. Caterine la ocultó bajó sus shorts lo que más pudo, pues, aunque podía utilizarla según el reglamento, no quería que sus contrincantes supieran que sus condiciones no eran óptimas. Se encomendó a Dios, a la muslera y se dijo a sí misma: “Ya estoy aquí, calenté y puedo ejecutar el salto; solo necesito conseguir la marca para la final. Y ya en la final, que se me parta lo que se vaya a partir, que yo ya estoy aquí y estos son mis sueños”.

A la Pantera Negra, apodo con el que es conocida esta deportista, no se le partió nada, es más, fue la segunda mejor de la competencia: obtuvo la medalla de plata, a pesar de estar gravemente lesionada. Antes de subir al podio recorrió la pista atlética ondeando la bandera de Colombia, un gesto que ha repetido con orgullo en los Mundiales de Atletismo en Rusia y en China, en los que también quedó de campeona; y en las seis oportunidades en que ha ganado la Liga de Diamante, un evento de atletismo anual cuyo ganador, por disciplina, es quien más puntos acumule en todo el año.

No obstante, el salto de oro lo daría en 2016, en la ciudad brasileña de Río de Janeiro, donde Caterine logró el salto triple de 15,17 metros que le otorgaría la tan anhelada medalla de oro en unos Juegos Olímpicos. Ese día, como de costumbre, se puso los aretes que le regaló su mamá cuando tenía 16 años, los mismos que, según dice, son su amuleto de la buena suerte, “tan importantes como los zapatos de competencia”.

También escuchó, como siempre antes de salir a la pista, un vallenato que le dedicó su mamá, y que ella asocia con su propia historia, una canción que dice: “Ay, cada quien tiene en la vida su cuarto de hora, que lo motiva, que lo entusiasma a ser triunfante. Es un momento de buena suerte que uno adora. Es mi momento, esa es mi estrella y voy pa´lante”.

Y así ha sido la trayectoria profesional de esta afrocolombiana de 1,81 metros de estatura, quien en 2021 cumplió 37 años; siempre para adelante con una sonrisa enorme, con una determinación inquebrantable. Su fortaleza, afirma, consiste en visualizar lo que quiere alcanzar y no rendirse hasta lograrlo; gracias a esto, es nada más y nada menos que la atleta más importante en la historia del deporte colombiano.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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