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Contra viento y marea

Contra viento y marea

Este cuento resalta la importancia de quererse a sí mismo, de ser responsable con la propia vida y la ajena, y de lo valioso que es tener un proyecto de vida. También, de aprender a escuchar consejos sabios y valorar el amor incondicional de la familia.

 

Cuando todavía le faltaban dos años para terminar el bachillerato, Angélica empezó a sentir que el corazón no le cabía en el pecho porque todas las tardes, a la salida del colegio, Elkin la esperaba en su moto, la llevaba hasta la vereda donde vivía y la dejaba a una distancia prudente de su casa, en medio de cultivos de caña de azúcar. Él manejaba despacio, demorándose a propósito, para tener tiempo de conversar y coquetear con ella. Así la fue enamorando.

Unos meses después, a Angélica le empezó a crecer la barriga porque una criatura se estaba formando en su interior. Cuando Mónica, su madre, se dio cuenta de esto, se llenó de espanto e interrogó a su hija al respecto. Angélica le contó sobre Elkin, le confesó que aún no le había dado la noticia y le pidió el favor de que todavía no le dijera a su padre Joaquín, pues ella pensaba hacerlo cuando hablara con Elkin y ambos pudieran encarar la situación.

Mónica se mordió los labios durante dos semanas y no hizo un solo comentario a su marido, a pesar de que estaba muy preocupada, muy molesta y muy triste, todo a la vez. Durante este tiempo pensó mucho sobre el asunto y las consecuencias que podría acarrear a la familia y particularmente al futuro de su hija. Habló con ella un par de veces y la convenció de que pasara lo que pasara, por ningún motivo abandonara los estudios.

Un sábado por la noche Mónica vio a Angélica acostada en su cama con cara de tristeza. Se le acercó y le preguntó por qué todavía no conocían a Elkin y cuándo le iban a contar a Joaquín que iba a ser abuelo. Angélica no aguantó más y comenzó a llorar desconsoladamente. En medio de sollozos, le contó a su madre que Elkin se había asustado con la noticia y que no había vuelto a aparecer. Cuando lo había ido a buscar a su casa, le dijeron que se había enlistado en el ejército. Mientras decía esto, apareció Joaquín en la puerta, colorado de la rabia. Se quitó la correa y la hizo zumbar en el aire varias veces. Sin embargo, se detuvo por los gritos de su hija y los ruegos de Mónica, que pedía calma y repetía que los problemas no se solucionan a los golpes.

 

Y vuelve la burra al trigo

Angélica dio a luz a un niño y le puso por nombre Sebastián. Pese a la furia de su padre, Angélica siguió viviendo en su casa y los abuelos se encargaron de cuidar a la criatura mientras ella terminaba el bachillerato. Los abuelos estaban encantados con el nieto, lo cuidaban con cariño y lo consentían. Sin embargo, pensaban que no era lo ideal, pues ellos ya habían criado a Angélica y era a ella y al padre de Sebastián a quienes les correspondía cuidarlo y educarlo. Pero Elkin no aparecía y, poco a poco, Angélica se resignó a no verlo más y Joaquín y Mónica se fueron haciendo a la idea de no tener un yerno.

Cuando ya estaba próxima a terminar el bachillerato, a Angélica le surgió un nuevo pretendiente que estaba detrás de sus ojos verdes. El tipo era conocido en el pueblo por andar en malos pasos y tener negocios turbios, pero a ella le gustaba porque le hacía regalos y porque desde que estaba con él, muchos comerciantes no le cobraban alguna chuchería y la atendían mejor.

Joaquín le recriminaba constantemente sus largas ausencias de la casa después de la jornada escolar, y le decía que un niño necesita una madre y que no estaba bien que se criara solamente con sus abuelos. Por esos días, padre e hija comenzaron a discutir: él la llamaba “mala madre” y ella agarraba a su niño y le gritaba a Joaquín: “viejo metido”. Daba un portazo y se encerraba en su habitación. Pronto la vida en casa se volvió una pelea constante y un infierno para todos.

Cuando Angélica terminó el bachillerato, se llenó de valor y decidió abandonar la casa de sus padres. Estaba cansada de los regaños y los reproches. Su nuevo novio, Fredy, la invitó a irse a vivir con él al pueblo, así que Angélica hizo sus maletas y se fue con su hijo, que apenas empezaba a caminar. En la casa de Fredy nunca faltaba la comida y Angélica estaba feliz porque podía estrenar ropa a menudo y no tenía que trabajar. Al niño lo dejaba con frecuencia al cuidado de una de las hermanas de Fredy que vivía con ellos y por las noches era habitual que se fueran a bailar y a tomar trago.

Unos meses después, Angélica sintió mareos y notó que no le llegaba el período. A sus dieciocho años estaba encinta por segunda vez. Fredy ni se alegró, ni se molestó, pero poco a poco fue perdiendo el interés en ella, hasta que un día, borracho, le dijo que se fuera de su casa, que no la quería ver más. Ella se negó a irse, alegando que no tenía a dónde ir, pero él le respondió dándole un golpe en la cara y arrojándole la ropa a la calle. Sebastián, llorando, abrazó a su madre, sin comprender muy bien lo que pasaba. Angélica se llenó de furia y quiso responder la ofensa, pero Fredy alzó nuevamente la mano en son de amenaza y le dijo:

—No la quiero volver a ver por acá, vagabunda. A mí no me va a ver la cara de bobo. Quién sabe de quién es ese hijo.

Angélica salió llorando con su niño cogido de la mano. Recogió algunas de las cosas que Fredy le tiró a la calle y se fue. Llamó a un par de amigas con las que acostumbraba a salir por esos días, pero ambas le dieron la espalda, alegando que no la podían recibir y que no se podían enemistar con Fredy. Ellas le tenían miedo. Así que Angélica se sentó en el parque a llorar. Fue entonces cuando se le acercó Sofía, una excompañera del colegio. Le preguntó qué le pasaba y Angélica le contó todo sobre Elkin, sus padres, Sebastián, Fredy y el nuevo ser que se gestaba en su vientre.

 

Más fuerte es el que se levanta…

La casa de Sofía era un caserón grande, con varias habitaciones y un solar. La acomodaron en la pieza del fondo, que estaba desocupada porque un hermano de Sofía se había ido para la ciudad a estudiar. Al principio se limitaron a dejarla estar en la casa con el niño, le permitieron llorar y desahogarse, le ayudaron a cuidar a Sebastián y le evitaron toda clase de preocupaciones que podrían afectar al bebé que estaba en camino. Cuando ya habían pasado dos semanas, Sofía y su madre se sentaron a hablar con Angélica mientras tomaban chocolate y veían revolotear los pájaros en torno a los frutales del solar.

—Yo entiendo tu desconsuelo, Angélica —empezó la madre de Sofía—, pero lo peor que puedes hacer en este momento es entregarte a la pena y renunciar a la oportunidad que tienes.

Angélica la miró extrañada y le preguntó qué oportunidad veía, pues para ella todo eran desgracias y un futuro incierto.

—La oportunidad de hacerte cargo de ti misma y de tus hijos —continuó la señora—. Ahora vas a tener que ponerte de pie y hacer de tripas corazón para sacar adelante a Sebastián y al que viene. Tienes la oportunidad de depender solamente de ti misma, de ser independiente, de hacer las paces con tu familia, de conseguir un empleo, aprender un oficio y volverte una madre amorosa para tus hijos. Tienes la oportunidad de poner a esos tipos en su sitio, para que otras mujeres no sufran sus abusos. Y, sobre todo, es el momento de que aprendas a quererte como es debido.

Angélica empezó a sentir que el alma le volvía al cuerpo, que se llenaba de valentía, que se renovaban sus esperanzas, que había muchos caminos allí donde ella solo veía oscuridad. Esa tarde, las tres conversaron largamente y la vida de Angélica cambió.

 

Del dicho al hecho

Al otro día, lo primero que hizo Angélica fue bañar y organizar a Sebastián, luego se bañó y se vistió ella y, cuando estuvo lista, se fue con su niño tomado de la mano para la oficina del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y se presentó ante el defensor de familia. Quería que la orientaran sobre cómo iniciar un proceso contra Elkin, para que reconociera su paternidad sobre Sebastián, y otro contra Fredy, para que hiciera lo mismo con la criatura que estaba gestando, y solicitar de ambos una paternidad responsable que incluyera una cuota de alimentación. Luego fue a la Estación de Policía y acudió ante el inspector para denunciar a Fredy por maltrato intrafamiliar.

Al medio día se montó con Sebastián en un camión de escalera que los llevó hasta la casa de sus padres. Ya se le notaba la barriga, pero no trató de esconderla. Su padre y su madre estaban reposando después del almuerzo y se sorprendieron mucho de verla. Joaquín se enfureció cuando se dio cuenta de que iba a tener otro bebé, pero ella se mantuvo calmada. Les dijo que los extrañaba mucho y quería hacer las paces porque, al fin y al cabo, ellos habían sido siempre las personas más importantes de su vida y ella venía a reconocer frente a ellos sus errores. Les dijo también que estaba viviendo en el pueblo en casa de la familia de Sofía y que le habían ofrecido la posibilidad de permanecer allá por un tiempo. Ella, tras considerar el asunto, pensaba que era una buena opción mientras nacía el bebé, pero luego quería regresar a la vereda. Si se lo permitían, podría irse a vivir a la casita que tenía desocupada su tío y que era muy cercana a la de sus padres. Ella conseguiría un trabajo y le pagaría un arriendo al tío. A Joaquín y a Mónica les pareció bien.

Hablaron toda la tarde del pasado, de los errores, de las actitudes que cada uno había asumido y de las perspectivas del futuro. Joaquín le dio un largo discurso sobre la responsabilidad que ahora tenía sobre sus hombros por convertirse en la madre de dos hijos. También se disculpó por haber querido golpearla con la correa. Y aunque a ella nunca le habían gustado los discursos de su padre, en esta ocasión pareció comprenderlo mejor: entendió que ella era lo más importante para Sebastián y lo sería para el bebé en camino. Advirtió que de sus acciones y de lo que ella les procurara a sus hijos para su bienestar dependerían el futuro y las oportunidades que ellos tendrían, y que si seguía como hasta ahora, seguramente nada bueno les depararía la vida.

Al final Angélica sintió que, a pesar de que sus padres eran algo severos, no hacían más que preocuparse por ella y quedó claro que siempre podría contar con ellos para lo que fuera.

 

Viento en popa

Angélica dio a luz una niña y la llamó Lucía. Navegó contra viento y marea para salir adelante. Antes del parto trabajó en el pueblo en una tienda, mientras vivía en casa de Sofía. Después de que nació Lucía se fue para la casa de su tío y se volvió vecina de sus padres. Estando allí pensó que ya no podría trabajar más en el pueblo pues debía estar cerca de sus hijos y se le ocurrió crear una marca para la panela que producía la gente de la vereda y comercializarla en los pueblos de la región… y le sonó la flauta: le llovieron los vecinos interesados en participar en el proyecto y abundaron los clientes. Joaquín, que también era panelero, siempre estuvo presente apoyando el proceso y a veces acompañaba a Angélica a buscar clientela y a entregar pedidos. Otras veces lo hacía él, para que ella pudiera atender sus labores de madre, o se quedaba cuidando a los nietos cuando ella iba sola.

Angélica, no contenta con crear la empresa, empezó a estudiar y aprendió cómo mejorar los procesos y expandir el mercado; algo que le trajo más prosperidad a ella, a su familia y a sus vecinos.

Elkin apareció un tiempo después. Había hecho vida en un pueblo cercano, pero reconoció su paternidad sobre Sebastián y lo empezó a visitar los fines de semana. También asumió sus responsabilidades económicas.

A Fredy sus actos lo llevaron a la desgracia y al poco tiempo fue a parar a la cárcel. A todos les hubiera gustado que Lucía tuviera un padre que velara por ella, pero terminaron por pensar que era mejor que estuviera alejado de la familia, pues era un reconocido delincuente y su cercanía solo traería problemas. Así que Lucía siempre contó con su madre, su hermano y sus abuelos y tuvo una infancia feliz, rodeada de amor.

(Ilustraciones: Ana María López)

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