Gustavo llegó a Ibagué sin más futuro que las ganas de salir adelante. Venía de la vereda Laureles Cocora, tenía 23 años y ya había vivido el horror de la guerra. Entró al Sena a hacer un curso sobre fique prensado, en donde aprendió hacer lámparas y bateas, y con la misma técnica comenzó a hacer bisutería. Luego, con su esposa, consiguió una libra de fique, e inspirado en la naturaleza, fabricó las primeras muestras de collares para vender.
Después de un tiempo, pidió un préstamo en el banco. A la gerente le dijo que podía respaldar la deuda con su compromiso y su talento. Ella le creyó y a los pocos días ya contaba con dos millones de pesos con los que pudo comprar la materia prima que necesitaba.
Por ese entonces, la Fundación ATA hizo una convocatoria para buscar nuevos proyectos y talentos de la región, y Gustavo se presentó y salió elegido. Aprendió sobre costos, mercadeo y ventas, y animado con sus nuevos conocimientos, se lanzó a conquistar nuevas plazas. Primero en otras ciudades, luego en otros países.
Para lo primero viajó a Medellín, donde conoció grandes distribuidores, y para llevar su mercancía al extranjero, hizo contactos en las ferias con comerciantes de Puerto Rico y Estados Unidos que hoy le ayudan a exportar sus productos.
De su experiencia dice que la clave de sus logros ha sido no quedarse esperando a que le caigan las ayudas del cielo, sino creer en sí mismo y ponerse a trabajar.