Julio Verne (1828 – 1905)
De pronto, frente a él, uno de los platos que estaban colocados sobre la mesa, empezó a levantarse.
—¡Señores! ¡Miren!
—¡Todo flota! ¡Incluso nosotros!
Miguel Ardan, más maravillado que nunca, se dio cuenta de que a una simple presión de la punta de sus pies, su cuerpo se elevaba con extraordinaria facilidad.
—¡Flotamos!
—¡Es la falta de gravedad, señores! —anunció Barbicante—. Hemos llegado al punto neutro entre la Tierra y la Luna.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Muy sencillo, Miguel —respondió Nicholl—. En cuanto rebasemos ese punto neutro, la atracción lunar nos arrastrará hacia la Luna.
—¡Hurra! ¡Hurra! —gritó el francés loco de entusiasmo.
Después, estuvieron casi una hora flotando por el interior del proyectil.
(…)
Julio Verne (1828 – 1905)
Así, amaneció el día cinco. Todos estaban excitados. Pasadas dieciocho horas, la gran aventura tendría que llegar a su fin.
Los expedicionarios no se cansaban de admirar al mundo maravilloso que les rodeaba.
En alas de su imaginación, los tres hombres se veían paseando por las regiones maravillosos y fantásticas de la Luna.
La conversación entre los tres compañeros era muy animada y llena de hipótesis. Cada uno de ellos especulaba en cómo sería la parte escondida de la Luna.
—¡Y pensar que somos los primeros seres humanos que disfrutamos de una experiencia así! —dijo Miguel—. La envidia que tendrán nuestros amigos cuando volvamos a la Tierra.
(…)