English

>

>

>

Débora Arango Pérez

Débora Arango Pérez

Una artista provocadora

(Medellín, Antioquia, 1907 – Envigado, 2005)

“Me gusta la Naturaleza en todo su esplendor: por eso pinto paisajes y desnudos”.

Desde 2016 un gran número de colombianos ha tenido a Débora Arango Pérez en sus manos y, quizás, no se ha dado cuenta. ¿Cómo es posible? La respuesta está en el nuevo billete de 2000 pesos, en el que aparecen dos imágenes de la pintora antioqueña, perteneciente al movimiento de arte expresionista, el cual se caracteriza por que en las obras priman los sentimientos del artista y no la descripción objetiva de la realidad.

Este homenaje se lo hizo el Banco de la República por ser una de las protagonistas de la historia del país, y no solo en el ámbito cultural, sino también en el político y el social, ya que utilizó su pintura como voz de protesta en contra de la violencia, la pobreza y la doble moral. Ella quiso, igualmente, reivindicar el papel de la mujer y movilizar a la sociedad. “Está en nuestras manos aportar al cambio del país”, decía ella, “lo cual es posible desde nuestro quehacer”.

Su sensibilidad artística se manifestó desde muy joven en las clases de confección y costura del colegio, lo que la motivó a continuar su formación en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, al que ingresó con una carta de recomendación del escritor y filósofo envigadeño Fernando González. También recibió el apoyo de su familia, especialmente de sus padres, quienes anteriormente le habían permitido romper otras reglas de la época: la dejaron ponerse pantalones. Además, fueron cómplices la tía Francisca, que le dio acceso a una biblioteca en la que encontró escritores de todas las tendencias; sus hermanos estudiantes de Medicina, en cuyos libros estudió el cuerpo humano; y Elvira, la hermana que le sirvió de modelo para sus pinturas de desnudos.

En Bellas Artes fue alumna del maestro Eladio Vélez; con él aprendió a dibujar figuras y naturalezas muertas, y practicó el retrato. Pero la rutina académica la aburría y la institución le parecía muy convencional. Allí no eran bien recibidos sus retratos desafiantes protagonizados por personajes tradicionalmente rechazados, como las prostitutas, a quienes pintó como ella consideraba debido: desnudas. Así lo hizo en la acuarela Friné o Trata de blancas, en cuyo centro aparece la figura de una mujer blanca, con el torso descubierto, intimidada por la mirada de los hombres que la rodean.

Su aprendizaje continuó, más informalmente, con otro gran maestro: Pedro Nel Gómez, quien acababa de regresar de Italia y tenía por encargo decorar con murales el Palacio Municipal. Su estilo descarnado y el uso de colores fuertes, casi agresivos, suscitaron en Arango gran admiración. Así quería pintar ella: “Sus frescos me revelaron algo que hasta entonces desconocía, algo que no había tenido ocasión de comprender. Gómez abrió ante mí un nuevo e inmenso campo de realización”.

A partir de entonces no solo pintó desnudos femeninos, sino que se atrevió a satirizar a reconocidos políticos, a los que representó con figuras de animales. En el óleo La salida de Laureano está, precisamente, Laureano Gómez, expresidente conservador, retratado como un gran sapo cargado en una litera por cuatro gallinazos. De la política nacional también dio cuenta en La República, una acuarela en cuya base está la imagen de una mujer desnuda a punto de ser devorada por dos aves de rapiña; la mujer representa a Colombia y las aves, a la clase dirigente. Estos son apenas dos ejemplos de lo que Arango hacía con su arte: evidenciar lo que muchos pensaban, pero no se atrevían a decir.

Las voces críticas, sin embargo, no tardaron en llegar, y sus obras fueron calificadas como obscenas e inmorales. De hecho, la Liga de la Decencia, un grupo de mujeres de la sociedad de Medellín, denunció a la artista ante la Iglesia católica y por poco logran que fuera excomulgada. El sacerdote de su parroquia, quien conocía su fe, evitó el castigo de la excomunión, un gran alivio para la pintora que siempre le pedía a Dios que bendijera su trabajo. Ella solía decir que no se separaba de Dios ni un instante, y en defensa de sus pinturas decía que aquello que estaba en sus lienzos era, simplemente, lo que le hacía sentir aquello que la rodeaba.

A pesar de su determinación y de ignorar a sus detractores, no pudo hacer nada en contra de las acciones que algunos de estos emprendieron con el propósito de invisibilizar su obra, tal como ocurrió con su primera exposición individual en Bogotá, en 1940, la cual fue cerrada por orden de un político. Lo mismo le ocurrió años después en una muestra en España, donde sus cuadros fueron descolgados sin ninguna explicación.

Los malos tratos, los insultos e incluso las amenazas que recibieron tanto ella como su familia la llevaron a aislarse en Casablanca, su casa-taller en Envigado. Allí siguió pintando óleos y acuarelas, y también elaboró zócalos, baldosines y murales en cerámica cocida.

En los años 80 empezó su reivindicación artística gracias a que los historiadores y críticos de arte reconocieron su obra como un testimonio único, radical y femenino de los momentos más importantes de la historia moderna de Colombia. En la Biblioteca Pública Piloto y el Museo de Arte Moderno, ambos en Medellín, se exhibieron sus acuarelas, óleos y cerámicas. Posteriormente, muchas de las piezas fueron donadas por la artista a este museo y ahora pueden verse allí de manera permanente.

Débora Arango solo dejó de trabajar unos años antes de su muerte, cuando las limitaciones naturales de un cuerpo que se aproximaba a los 100 años le impidieron usar con precisión sus queridos pinceles. El paso de los años, como ha ocurrido con otros artistas, se ha encargado de darle el lugar que se merece en la historia de Colombia porque ha contribuido con un inmenso legado cultural y con su ejemplo, el de una mujer que nunca se apartó de sus ideas.

Quienes han estudiado su vida coinciden en que no fue una rebelde, fue una revolucionaria, pues no iba en contra de las normas establecidas porque sí, por simple desobediencia, sino porque tenía un mensaje que entregar con sus pinturas, un mensaje en favor de los oprimidos. Un mensaje en contra de todo aquello que fuera señal de injusticia.

 

(Ilustración: María Luisa Isaza G.)

Contenidos relacionados:

Compartir