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El entierro de Perico Ligero

El entierro de Perico Ligero

El entierro de Perico Ligero

REGIÓN CARIBE

humor1

 

Una tardecita, Perico Ligero llegó a casa de Tío Conejo. —Vengo a notificarte que mañana me muero y como tú eres carpintero quiero que me hagas un buen cajón.

—Pero de qué te vas a morir, si no estás achacoso y te veo joven y lleno de vida —contestó Conejo.

—Sucede que día y noche hago cama en la rama del camajón, y con este invierno son pocas las hormigas que me caen en la boca, y los retoños están muy altos y es mucho el esfuerzo que tengo que hacer para conseguir la comida y así no vale la pena vivir. Conejo, entonces, le dijo:

—Hombre, Perico, me parece una tontería que te mueras de flojo, pero si es ésa tu voluntad, yo cumplo con hacerte el cajón y corro con los gastos del entierro. Y así fue. Al día siguiente, entre Conejo y los demás animales acomodaron a Perico en el ataúd y lo cargaron calle arriba hasta el cementerio.

En el camino, con el alboroto del desfile y el doble de las campanas, Zorra se asomó a la ventana, Burro sacó su cabezota por las pencas del corral, Tigre salió al balcón de su casa y Gallina salió al corredor. La muy averiguona, esponjándose toda, le preguntó a la concurrencia:

—¿Y quién es el difunto?

—Tío Perico Ligero —contestaron todos en coro.

—Pero Tío Perico estaba vivo ayer, joven y lleno de salud, ¿cómo puede estar muerto hoy? —cacareó Gallina.

—Así es —dijo Conejo—. Lo llevamos a enterrar vivo por voluntad propia. Figúrese, señora Gallina, que vive muerto de hambre por-que con estas lluvias no le caen hormigas a la boca y es mucho el trabajo que le cuesta mochar los cogollos altos del camajón.

—Si es por hambre no se va a morir —cacareó con mucho aspa-viento la gallina—. Yo tengo por ahí unos buenos granos de maíz y se los puedo regalar.

En eso, Perico fue sacando perezoso la cabeza del cajón, y entre bostezos le preguntó: —Ah, Tía Gallina, ¿y esos maíces están ya cocinados?

—No, mijo —contestó ella—, tú nada más tienes que cocinarlos. Enseguida, Perico gritó: —¡Que siga el entierro! —y se desplomó en el fondo del cajón.

 

Narrador: Pello Valencia (Los Palmitos, Sucre)

Recopiló: Jairo Mercado Romero.

Ilustraciones: Alejandra Higuita.

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