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El hombre imita a las aves

El hombre imita a las aves

El hombre imita a las aves

Los pioneros de la aviación fueron osados aventureros que a diario se rompían los huesos saltando desde peñascos y altos puentes. Creían que podrían volar si se amarraban a las espaldas pesados armazones imitando las alas de los pájaros. “¡Están locos!”, les decían.

“¡Un cuerpo más pesado que el aire jamás podrá volar!”. Por fortuna no hicieron caso. Sabían que sólo les faltaba el empuje, un motor que hiciera realidad su sueño.

Los hermanos Wright, mecánicos constructores de bicicletas, dieron la sorpresa. Un buen día de diciembre de 1903, lograron que una rara armazón con alas, construida con piezas de madera, tubos metálicos, tela endurecida y un débil motor, despegara de la tierra.

Un motor de explosión hacía girar un par de hélices que se atornillaban en el aire, jalando el aparato hacia adelante. Un sistema de palancas servía para gobernarlo. Ante el asombro de todos, voló una distancia de 12 metros. Ese mismo día, en la tarde, lograron volar 250 metros.

Siendo ya medianito, Fulano de Tal descifró el secreto de los aviones para poder volar. El pájaro tiene alas y se impulsa moviéndolas. Los aviones tienen alas fijas, pero tienen motor con hélice para impulsarse.

Las alas fueron construidas imitando las de los pájaros, para que la velocidad del viento fuera mayor en la parte superior. Así el aire chupa el avión hacia arriba. Los helicópteros tienen alas que giran movidas por un motor. Si no las hace girar, no puede volar. Pero todos, pájaros, aviones, helicópteros y planeadores, vuelan porque tienen alas y una fuerza que los impulsa.

A punta de porrazos aprendieron a volar

 

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El primer vuelo en Colombia fue en Barranquilla en 1912. Lo hizo un piloto canadiense de apellido Smith. Con su extraño aparato volador hizo su exhibición aérea meses más tarde sobre Medellín. Bogotá tuvo que esperar para ver volar un avión hasta agosto de 1919, cuando el norteamericano Knox Martin, con ocasión de los 100 años de la Batalla de Boyacá, voló sobre el centro de la ciudad y lanzó flores desde el aire.

Ese mismo año, en Medellín, un grupo de empresarios decidió montar una compañía de aviación. Fue la primera en su género de toda América. “La Antioqueña”, así le decían a la CCNA (Compañía Colombiana de Navegación Aérea). En solo tres meses ya habían comprado cinco aviones y contratado, en París, pilotos y mecánicos. Sus socios fueron Alejandro Echavarría e Hijos, R. Echavarría y Compañía, Gonzalo Mejía, Pedro Nel Ospina, Vásquez Correa y Cía. El primer vuelo de exhibición fue en Cartagena en febrero de 1920. La primera pasajera fue la señorita Tulipán I, reina del Carnaval de esa ciudad. Sobrevolaron la plaza de toros y saludaron al famoso torero Manolete.

Pero la empresa tuvo una corta vida. Sus aviones, de tela, varas de madera y ruedas como de bicicleta, no resultaron apropiados y uno tras otro se accidentaron. Scadta, compañía creada por alemanes y colombianos en Barranquilla, logró sobrevivir. Trajo aviones metálicos con enormes flotadores para acuatizar sobre una pista segura: el río Magdalena.

Llegaron pilotos y técnicos alemanes. Los aviones se elevaban dando brincos, como sapos, sobre el río. Los técnicos los remendaban con cabuya y jabón de tierra. Scadta se convirtió en Avianca en 1942.

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