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El hombre que toca la flauta celestial

El hombre que toca la flauta celestial

Cuento tradicional chino

Hace muchísimos años, al pie de las montañas Cinco Dedos, vivía un hombre que tocaba maravillosamente la flauta de bambú. Tan bien la tocaba, que el sinsonte no se atrevía a competir con él, el turpial no entonaba tan bellas melodías y ni siquiera el mirlo trinaba con tan rica sonoridad. Cuando empezaba a tocar la flauta, los pájaros se detenían en pleno vuelo, los campesinos que labraban la tierra dejaban sus faenas, los ancianos se sentían rejuvenecer y los niños saltaban de alegría.

Y tan hermosa era su música que la gente creía que había bajado del cielo, por lo que lo llamaron “el Hombre que Toca la Flauta Celestial”.

Un día, el Rey-Dragón del mar del Sur agasajó a las divinidades con un banquete en la playa al pie de las montañas Cinco Dedos. Ocho mil divinidades con ricas y exóticas ropas charlaban y gozaban bebiendo en torno del anfitrión, que llevaba un hábito ceñido con un cinturón de jade. Y precisamente aquel mismo día de la fiesta, “el Hombre que Toca la Flauta Celestial” llegó a la playa para pescar. Echó la red sobre el mar apacible, se sentó sobre una piedra limpia y lisa, y comenzó a tocar la flauta.

En ese mismo instante, cuando el Rey-Dragón levantaba la copa para brindar con sus huéspedes, oyó un sonido tan maravilloso como nunca creyó haber oído antes. Todas y cada una de las divinidades se quedaron en suspenso; incluso se olvidaron de las mesas repletas de manjares y dejaron caer sus copas de jade. El Hombre de la Flauta no sabía ni podía imaginarse que en aquel momento tantas divinidades estuvieran escuchando cómo tocaba su flauta. Y las divinidades, por su parte, estaban convencidas de que quien así la tocaba sin duda debía haber descendido del cielo.

Tanto le gustó al Rey-Dragón el sonido de aquella flauta que quiso encontrar al músico para que le enseñara a su hijo a tocar el instrumento. Y, siguiendo la dirección de donde venía el sonido, halló al hombre, el cual, después de oír su invitación, recogió su red, metió la flauta en su ancho cinturón y siguió al Rey-Dragón hasta su palacio.

Después de tres años, el hijo del Rey-Dragón había aprendido a tocar la flauta de bambú, por lo que el flautista, que añoraba a su familia y a su pueblo, le rogó al padre que lo dejara volver a casa. El Rey-Dragón, agradecido, aceptó su petición y le pidió a su hijo que acompañara al maestro para que escogiera dos regalos, los que quisiera, del tesoro real.

Allí había cientos de piedras preciosas rojas, amarillas y azules, lingotes de oro resplandecientes y miles de valiosísimos objetos. El flautista recorrió detenidamente el salón del tesoro del Rey-Dragón y al ver una cesta cilíndrica hecha de tiras de bambú pensó: “Este canasto me puede servir para guardar los camarones y peces que atrape con la red”. Así que la tomó y la sujetó al cinturón. Después, en un armario, descubrió una capa para la lluvia y pensó: “Con esta capa puedo ir a la playa a pescar los días de lluvia y viento”. Y este fue el segundo y último regalo que escogió.

Al salir de la sala del tesoro, el hijo del Rey-Dragón, muy intrigado, le preguntó:

—¿Por qué has escogido estos objetos tan sencillos entre montones de oro, plata, perlas y piedras preciosas?

El maestro le contestó con una sonrisa:

—El oro y las piedras preciosas se gastan y desaparecen. En cambio, con esta cesta de bambú y esta capa para la lluvia puedo ir de pesca todos los días y con los peces que atrape nunca pasaré hambre.

Pero cuando regresó a su casa y fue por vez primera a pescar, el hombre de la flauta descubrió que aquellos regalos eran realmente dos objetos maravillosos. Al volver de la pesca, la cesta de bambú siempre rebosaba de relucientes peces, y la capa, desplegada, lo llevaba volando al lugar donde abundaba la pesca en el mar del Sur.

De esta manera, con la cesta de bambú y la capa para la lluvia, “el Hombre que Toca la Flauta Celestial” llegó volando a su casa, cerca de las montañas Cinco Dedos, y tan pronto como tocó su flauta, el sonido se extendió por el firmamento y el mundo entero se llenó de júbilo y alegría.

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

 

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