Una pobre mujer tenía una hija llamada Masha. Una mañana cuando iba por agua, Masha vio un hatillo envuelto en un trapo, junto a la puerta de su casa. Dejó los cubos de agua en el suelo y desato el hatillo. En cuanto tocó el trapo que lo envolvía, alguien hizo “Ua, ua, ua.” Y Masha vió que era un recién nacido. Estaba muy colorado y gritaba: “¡Gue, gue, gue! “ La niña lo llevó a su casa , donde le dio a beber leche a cucharadas.
—¡Que has traído? –preguntó su madre.
—Un niño recién nacido, que encontré en la puerta.
—Somos muy pobres. ¿Cómo vamos a alimentarlo? Voy a decirle al alcalde que lo recoja. Mamaíta, quedémonos con él, ya verás cómo no va a comer mucho –exclamo Masha, echándose a llorar–. Fíjate qué arruga- das y qué coloraditas tiene las manos.
La madre de Masha miró al recién nacido y le dio lástima de él. Consintió en que se quedara. Desde entonces, Masha fajaba al pequeño, le daba de comer y le cantaba canciones para dormirlo.