Daniel Nesquens
Tengo un primo que es un oso. No es que sea fuerte como un oso. O que sea muy feo y le digan que cuanto más feo más hermoso, como el oso. Es que mi primo Javier es un oso.
El día que mi tía Argelis acudió al médico y éste le dijo que estaba embarazada, se alegró tanto, que nos dio una fiesta en su casa de campo. Todos estábamos muy contentos, pero sobre todo mi tía Argelis y mi tío Gonzalo. Nos lo pasamos de miedo. Había de todo: pepinillos en vinagre, bocadillos de queso, de jamón, torta, helado de limón, refrescos, avellanas…
Cuando, semanas después, volvieron a ir al médico y éste les dijo que había algo que no alcanzaba a comprender, mi tía Argelis se puso triste y mi tío Gonzalo, serio, como si le hubieran dicho que tenía que irse a vivir a Bruselas. Fue en el cuarto mes de embarazo cuando el médico les confirmó que, lo que llevaba mi tía dentro no era un niño o una niña, sino un osezno.
El médico les tranquilizó diciéndo que si bien era la primera vez en el mundo que una mujer iba a dar a luz a un oso, se conocían casos en que mujeres embarazadas habían dado a luz a otras cosas. Y que todo había ido perfectamente. Cuando nació mi primo Javier, nadie decía que había sacado la nariz de su padre, los ojos de su madre o las orejas de su abuelo. No.Mi primo Javier era un auténtico osito de peluche.
Era una dicha pasarle la mano por su pelo suave y delicado.
Al principio, mis tíos no terminaban de acostumbrarse a tener un hijo oso, pero cuando lo acariciaban y reconocían lo suave de su pelaje olvidaban todas sus penas. Cada día que pasaba queríamos más a mi primo Javier, era tan tierno.
Poco a poco, mi primo Javier fue creciendo y haciéndose mayor. En la escuela le enseñaron a leer y a escribir. Mi primo era muy bromista. La profesora le decía que no hiciera el oso. El se miraba su pelaje largo y espeso y se echaba a reír.
Pero un día, comenzadas las fiestas de nuestro barrio, un circo se estableció cerca de su casa. Mi primo se enamoró perdidamente de una joven osa nacida en las montañas de Ucrania. La osa era la principal atracción del circo. Montaba en bicicleta y en moto.
No sé qué vería mi primo en aquella osa que no tuviesen las chicas del barrio.
Cuando acabaron las fiestas, y con lágrimas en los ojos, mi primo Javier anunció a mi tía Argelis y a mi tío Gonzalo que se iba a enrolar en el circo para así estar cerca de su amor.
Mis tíos se disgustaron mucho, pero comprendieron que no podían hacer nada para aplacar los sentimientos de su hijo. La vida es así. Mis tíos dieron una fiesta de despedida. Mi primo Javier nos presentó a su novia. Nunca había visto a dos osos tan contentos. Parecían dos tortolitos arrullándose. En la fiesta de despedida había de todo: pepinillos en vinagre, bocadillos de queso, de jamón, torta, helado de limón, refrescos, avellanas… y lágrimas.
Ayer recibí la primera carta de mi primo Javier, desde Buenos Aires.
Está muy contento, pero nos echa de menos. Cuenta que el otro día un niño le regaló una bolsa de crispetas. Que aquel niño tenía mi misma mirada y mi misma sonrisa. Y que casualmente se llamaba igual que yo: Óscar.