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Francisco Lopera

Francisco Lopera

El guardián de la memoria

(Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1951)

“La memoria es la función mental que nos ubica en la historia. Sin memoria no tenemos historia, y sin historia estamos perdidos como sujetos”.

Francisco Lopera Restrepo envidiaba a sus tres hermanas mayores porque ya sabían leer; él no podía hacerlo, pues aún no había cumplido ocho años, edad requerida para ingresar a la escuela de Aragón, un corregimiento de Santa Rosa de Osos. Sus ansias se debían a que estaba convencido de que la lectura le permitiría conocer todo el universo y por eso les insistió a sus padres para que encontraran una solución. Fue así como llegó a la guardería de la señorita Inés, donde, por fin, aprendió a leer.

Su familia era numerosa, compuesta por 13 hijos, la madre y el padre, un campesino que tenía una tienda de alimentos en este territorio lechero del norte de Antioquia. De allí tuvieron que mudarse porque la escuela no tenía bachillerato; se trasladaron a Yarumal, un municipio cercano, donde él y varios de sus hermanos ingresaron a la iglesia como monaguillos, labor por la que les pagaban 30 pesos al mes; “¡una fortuna que nos permitía estrenar tenis cada año!”, recuerda Lopera, a quien el cura le propuso que continuara con su formación religiosa en el Seminario de Santa Rosa de Osos. Al principio dudó de la propuesta, pues quería ser un misionero, no un párroco, pero el cura, convencido de que tenía vocación, le dijo que ensayara y que, a cambio, le seguiría dando su sueldo de monaguillo. “Ante semejante oferta tuve que aceptar, pero como no era lo mío, al poco tiempo regresé a Yarumal a terminar mis estudios”.

En la época escolar empezó a leer el suplemento literario, cada domingo, en el periódico El Espectador; sus relatos favoritos eran sobre ovnis y otros enigmas espaciales; quería saber todo cuanto pudiera sobre esto, por lo que estudiar astronomía se convirtió en el plan a seguir. Sin embargo, otro artículo de prensa cambió su rumbo: leyó que los ovnis no existían en realidad, sino que eran producto de lo que pasaba en la mente de las personas, lo cual le pareció aún más intrigante. Para comprenderlo, sería médico, pero antes debía convencer a su papá.

“En ese entonces pensar en la universidad era un imposible, más para un muchacho de pueblo. En Yarumal había apenas un par de universitarios, los admirábamos, queríamos ser como ellos”, cuenta Lopera, quien tuvo que pedirle a una tía que intercediera ante su padre. Ella le escribió una carta diciéndole que su sobrino era inteligente y que, además, el estudio en Medellín no sería tan costoso como él imaginaba. Su padre, finalmente, aceptó y lo apoyó en la decisión de irse para la ciudad a terminar el último año de bachillerato, pues así tendría más posibilidades de ingresar a la Universidad de Antioquia.

“El premio más significativo que he recibido en mi vida fue el día que abrí la carta de la Oficina de Admisiones de la universidad, en la que me informaban que había sido aceptado como estudiante de Medicina. Ese día me sentí médico porque sabía que en adelante todo dependía de mí. Solo necesitaba una oportunidad y la tuve”, afirma el doctor Lopera, quien luego de graduarse se especializó en Neurología para poder estudiar más detalladamente el funcionamiento del cerebro.

En 1984, cuando hacía sus prácticas en neurología clínica, conoció a un paciente que, con apenas 47 años, había perdido la memoria y las capacidades mentales a tal punto que ya no podía trabajar y necesitaba de alguien que lo cuidara todo el tiempo. El diagnóstico fue demencia tipo alzhéimer, sufría de una enfermedad que hace que las conexiones de las células del cerebro se degeneren y mueran.

Este paciente le recordó a su abuela paterna, a quien hacía unos años había visitado con su padre. Fue una de las pocas ocasiones en las que lo vio llorar, estaba desconsolado porque ella no podía caminar ni hablar, y tampoco lo reconocía a él ni a su nieto. Lopera sintió mucha impotencia, no podía creer que no hubiera cura para una enfermedad tan cruel que hacía que al cuerpo se le olvidara vivir. Y es que a quienes sufren de esta peste de la memoria, como él la llama, les es imposible precisar el tiempo y el espacio en el que se encuentran, no pueden construir nuevos recuerdos y van perdiendo los que ya tienen almacenados. Es una tragedia que no solo afecta al paciente, sino a todos a su alrededor. “Solo cuando se hace evidente el derrumbe de la mente, es posible valorar lo maravilloso que es ser consciente de ser parte del milagro de la vida”, asegura Lopera, quien lleva más de 30 años investigando cuál es la causa de esta enfermedad y si es posible curarla, prevenirla, o, por lo menos, retrasar su aparición.

Sus investigaciones, llevadas a cabo con el grupo de Neurociencias de la Universidad de Antioquia, han permitido descubrir que en Yarumal, y otros municipios cercanos, está la población más grande del mundo que sufre de alzhéimer hereditario con inicio precoz, un tipo específico de esta condición que ahora se conoce como mutación paisa y cuyos pacientes empiezan a desarrollar síntomas alrededor de los 44 años. En este proyecto conocieron a Aliria, una mujer humilde que mostró una pista de la posible cura para este mal que afecta a más de 50 millones de personas en el mundo. La importancia de haberla encontrado tiene que ver con que ella no solo era portadora de la mutación del alzhéimer precoz, o sea, de aparición temprana, sino de otra mutación que retrasaba sus consecuencias, razón por la que su enfermedad comenzó a los 72 años, y no a los 44. Ella portaba, al mismo tiempo, la enfermedad y la cura.

Tras la muerte de Aliria, su familia le donó el cerebro a la ciencia. Gracias a esto, se podrá conocer cómo estaba protegido, lo que ayudaría a fabricar un medicamento que actúe de la misma manera que lo hacía su mutación protectora demorando la aparición de los síntomas. “El mensaje que nos deja esta mujer es sencillo: leer e imitar la Naturaleza; si leemos bien cómo la mutación defendió al cerebro de Aliria del alzhéimer, podremos replicarlo y cambiar el curso de esta enfermedad”, explica el doctor, quien una vez más pudo comprobar por qué era tan importante aprender a leer lo antes posible.

 

(Ilustración: María Luisa Isaza G.)

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