(Buga, Valle del Cauca, 1988)
“Valiente es quien es capaz de renunciar a la comodidad de lo fácil por la incomodidad de lo extraordinario”.
A los 17 años, Francisco Sanclemente creía tener un único problema: embetunar todos los días los guayos con los que jugaba fútbol y envolverles en la punta un pedazo de cinta adhesiva para que su dedo gordo no se asomara. Este inconveniente, pensaba el arquero nacido en Buga, Valle del Cauca, pronto tendría solución, pues gracias a sus destrezas y a los buenos resultados que había conseguido con la Selección de fútbol del Valle del Cauca, su futuro estaba en un equipo profesional.
De hecho, todo estaba listo para que llegara a las divisiones inferiores del Once Caldas de Manizales, lo que le producía una enorme sonrisa desde que se levantaba. ¡Iba a jugar en el equipo que acababa de ganar la Copa Libertadores de América! Y no solo eso, también estrenaría guayos y ayudaría a su familia, cuya situación económica era complicada, pero, como bien afirma él, “a pesar de las necesidades, no faltaba el amor”.
Sin embargo, de la noche a la mañana su vida cambió por completo. El viernes 14 de julio de 2006 salió de su casa, fue a trabajar al supermercado en el que era empacador y luego se fue a entrenar. Llegó a su casa al finalizar la tarde, le dolían las piernas y la espalda; se acostó para descansar un poco, pero al intentar ponerse de pie se desmayó. Se despertó y lo primero que vio fueron los ojos de su madre, estaba llorando, y a su lado había un médico. “Noté que mis piernas estaban cubiertas con una cobija; entonces las destapé para ver si aún estaban allí, porque ya no las sentía”, relata Sanclemente, quien días después, y luego de múltiples exámenes, supo que no volvería a caminar. El diagnóstico era una mielitis transversa, una enfermedad que ocasiona daño a la médula espinal, el tejido que conecta el cerebro con los nervios de la mayor parte del cuerpo. Esta condición impide que los mensajes del cerebro, como ponerse en movimiento, lleguen a las extremidades.
“¿Por qué a mí? ¿Por qué justo antes de mi llegada a un gran equipo? ¿Por qué ahora que voy a tener una hija?”, se preguntaba desconsolado, pues sabía que su condición de discapacidad no solo lo afectaría a él, sino también a su madre, abuela, hermanas y a la mamá de la niña, quienes, en adelante, tendrían que ayudarle hasta en las actividades más básicas. Las preguntas cambiaron y empezó a cuestionarse qué hacer para llevarla al parque, darle estudio y ser un ejemplo.
Lo primero que hizo fue terminar el colegio para luego ingresar lo antes posible a la universidad. Después se matriculó en Administración de Empresas y así comenzó una rutina que incluía estudio, terapia física y control de la mielitis. Quería recuperar su fuerza física, pero para lograrlo debía fortalecer su espíritu y esto dependía, necesariamente, de la aceptación de su nueva condición. “Asumí que lo que me había pasado era un milagro, aunque estuviera disfrazado de tragedia. Puede sonar extraño, pero la silla de ruedas fue un milagro para mí. En ella aprendí a superar el miedo, me hice fuerte físicamente, superé barreras mentales, gané independencia y aprendí a pedir para dar”, afirma Sanclemente.
Sus ganas de ser deportista profesional regresaron, y aunque sabía que ya no sería arquero, había otras opciones, como correr, en la silla de ruedas y con la ayuda de sus manos, la Media Maratón de Bogotá 2010. En esta competencia se dio cuenta de que personas como él podían ser atletas de alto rendimiento y que incluso hay un evento similar a los Juegos Olímpicos para quienes tienen alguna discapacidad física, mental o sensorial: los Juegos Paralímpicos.
En Bogotá quedó de último, pero cruzó la meta y ese logro fue suficiente para animarlo a seguir adelante; tres años después empezó a ganar casi todas las maratones a las que asistía. Ha ganado medallas en Colombia y el exterior, en pruebas tan exigentes como las maratones de Buenos Aires, Miami y Madrid.
Sin embargo, “lo importante no es lo que haces, sino lo que inspiras cuando lo haces”, dice este deportista, para quien los logros atléticos no serían tan significativos si no les sirvieran de ejemplo a otros que, como él, han pensado que hay pruebas insuperables. Por esta razón, creó la Corporación Ser Inspiración, que ayuda a que personas en condición de discapacidad encuentren la manera de cumplir sus sueños. También cuenta su historia y replica su mensaje de tenacidad en charlas motivacionales y en un libro que escribió en 2018 llamado El camino del valiente, en el cual le hace un homenaje a su abuela, una mujer excepcional que le entregó lo mejor de su vida cuando más lo necesitaba. Asimismo, inspiró a su círculo más cercano: su mamá, por ejemplo, se graduó como abogada a los 53 años después de haber suspendido, en varias ocasiones, sus estudios. “Es que de nada sirve encender la luz solo para ver; hay que alumbrar a los demás”, dice cuando le preguntan por su papel de líder.
En la actualidad, Francisco Sanclemente divide su tiempo entre el deporte, las conferencias y su familia. Se casó con una mujer que conoció en la misma época en que comenzó su carrera como maratonista; su hija, a quien su esposa aceptó como propia, vive con ellos y sigue siendo la mayor motivación para superarse cada día. Lo llena de orgullo contarle acerca de todos los lugares que ha conocido gracias a su inquebrantable compromiso; ella lo escucha con admiración, quiere ser valiente como él, luchar por lo que desea sin importar cuántas sean las caídas.
Cualquiera puede transformar su vida, asegura el maratonista. Pero no hay una fórmula mágica ni 10 pasos por seguir. Se trata de un proceso que toma tiempo y precisa actitud y disciplina. Como su preparación para los próximos Juegos Paralímpicos, en los que espera demostrar que a veces no es necesario tener piernas para conquistar el camino.
(Ilustración: María Luisa Isaza G.)