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Gloria Valencia de Castaño

Gloria Valencia de Castaño

La primera dama de la televisión

(Ibagué , Tolima, 1927 – Bogotá, 2011)

“Mientras más cosas hago, más tiempo tengo”.

La primera vez que Gloria Valencia estuvo frente al público tenía 12 años. Fue en el Conservatorio del Tolima, en Ibagué, donde recitó el famoso poema de Rafael Pombo, “La pobre viejecita”. El público quedó sorprendido, no tanto por su belleza, que era mucha, como por el tono de su voz, pausada y grave, su espontaneidad y su estilo elegante, que nunca la abandonaría.

Ese mismo año, su padre, Clímaco Botero, un hombre influyente en Ibagué, decidió que debía irse a estudiar interna a Bogotá. Gloria era hija por fuera de su matrimonio, y la popularidad que adquiría a medida que crecía amenazaba con revelar su origen y desprestigiar al padre. De golpe debió dejar su vida tranquila, la cual transcurría en compañía de su madre, Mercedes Valencia, su abuela Eloísa y sus tres hermanos menores, en una casa donde no había comodidades, pero donde jamás faltó el ejemplo. Mercedes trabajaba como costurera y era el sustento de la familia.

En Bogotá se enfrentó a la soledad, y el vacío que sentía por la ausencia de su familia lo llenó con la lectura. Esto le permitió adquirir un gran conocimiento que cultivaría durante el resto de su vida. De todos los géneros, prefería las biografías, en especial las de mujeres que con su valentía transformaron el mundo. Juana de Arco, Golda Meir, Policarpa Salavarrieta, entre otras, fueron su ejemplo e inspiración.

A los 17 años conoció a Álvaro Castaño, un joven abogado bogotano que se enamoró de sus enormes ojos azules y de su alegre personalidad, y quien siempre sostuvo que Gloria era mucho más culta que él. Ambos formaron equipo para toda la vida, pues eran una pareja compatible en el trato y en los sueños que aspiraban conquistar. Les gustaba la lectura, la música clásica, el arte, el teatro. Se casaron y un año después ya tenían un hijo. Esto, sin embargo, no impidió que Gloria Valencia apoyara a su esposo y un grupo de sus amigos en la fundación de la HJCK, una emisora radial cuyo propósito era promover la cultura en el país.

“El mundo en Bogotá, una emisora para la inmensa minoría” fue la consigna con la que sus fundadores buscaron que la capital fuera parte del panorama mundial de la cultura, para desde allí replicarlo al resto del país. La idea era crear un espacio para la historia, la literatura, el arte, la música y el teatro, manifestaciones poco reproducidas en la radio del momento. La aparente contradicción de palabras pretendía eliminar la mentalidad de que muy pocos pueden acceder a contenidos cultos: la emisora quería que su público fuera inmenso.

Debido a los escasos recursos con los que contaba la HJCK, Gloria se desempeñó en distintos oficios. Escribía los guiones de algunos programas, visitaba a personas que podían apoyar el proyecto, era locutora, buscaba patrocinios, hacía entrevistas, modelaba. Además, siguió trabajando para la Radio Nacional, en la cual leía cuentos infantiles. Desde entonces su voz fue inconfundible, el sello de calidad de los programas que presentaba. En 1954 llegó al país la televisión. En ese mismo año Gloria sumó a los oficios anteriores el de actriz: representó el papel de Ofelia en una producción televisada de Hamlet, la famosa obra de Shakespeare. Así, se convirtió en la primera mujer de la pantalla.

El primer programa que condujo fue Conozca a los autores. Su propósito, en palabras de Gloria Valencia, era “presentarle al país a los autores de todo, a los autores de los libros, a los autores de los cuadros, a los autores de las cosas, de la ciudad y del país”. El invitado fue el poeta León de Greiff, y Gloria estaba nerviosa. En ese entonces no había lugar para los errores, pues los programas se transmitían en vivo y no había guiones ni teleprónteres, los aparatos que reflejan los textos en una pantalla para que los presentadores tengan una guía de apoyo. Al momento de comenzar, lo único que se le ocurrió decir fue “buenas noches, estoy muerta del susto, no sé cómo va a empezar el programa”. Con su espontaneidad superó el percance; a partir de ese momento fueron más de 40 años de trabajo ininterrumpido en el medio.

Otra de las grandes pasiones de Gloria era la ecología. En 1972, ella y su esposo le sugirieron a la programadora RTI dedicar un espacio para mostrar a los animales en su hábitat con el propósito de crear conciencia acerca de la importancia de protegerlos. Primero se encontraron con algo de oposición porque muy pocos conocían el término, menos aún su significado. “¿Eco qué?”, era la pregunta más frecuente. Sin embargo, con Gloria Valencia como presentadora, Naturalia se transmitió durante casi 20 años y acaparó un público amplio y variado, marcando un hito en toda una época y una generación. El orgullo más grande de Gloria, decía, lo sentía cuando los jóvenes se le acercaban para decirle que gracias a Naturalia habían elegido carreras enfocadas en el medioambiente.

Por su elegancia innata fue un referente constante de la moda. Creció entre telas, patrones y revistas, y los diseños que su mamá confeccionaba para las mujeres más distinguidas de Ibagué estimularon en ella una imaginación que le permitió combinar atuendos y accesorios con gusto y originalidad. Por esto se convirtió en un paradigma de clase y estilo, algo que quiso transmitir a través de programas de moda hasta ese momento inexistentes.

A pesar de la fama, fue una trabajadora incansable. Quienes la conocieron no dudan en decir de manera unánime que su ética laboral era intachable. Madrugaba sin quejarse y podía repetir una toma hasta que quedara perfecta. Por este motivo, consideraba injusto que su salario fuera inferior al de los hombres que hacían lo mismo que ella, realidad que constantemente denunciaba.

Gloria Valencia de Castaño a menudo repetía: “Es de mala educación no ser feliz”, una frase que revela la determinación con la que decidió forjar su rumbo. Luego de seis décadas de incansable trabajo, se alejó de la pantalla y la vida pública para dedicarse a su familia, a la pintura y la escritura. Capaz de adaptarse al cambio, fue feliz.

 

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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