(Condoto, Chocó, 1982)
“Si uno mismo no enciende su propia luz, nadie se la va a encender”.
Para Gloria Emilse “Goyo” Martínez, la música es tan natural como respirar. En Condoto, Chocó, el pueblo donde nació, la vida no se concibe sin ritmos, melodías y canciones. Tampoco en el resto de la costa pacífica colombiana, una región selvática y olvidada que, en palabras suyas, “tiene magia”.
De su infancia en el pueblo recuerda las comparsas y verbenas, las fiestas patronales, los carnavales, la voz de su madre, entonada desde que amanecía, y la inmensa colección de discos de su padre, que encargaba por catálogo a Medellín. También se acuerda de su hermano Miguel Andrés probando ritmos y tonadas con las tapas de las ollas y los cubiertos. Cuando se iba la luz, algo que ocurría con frecuencia, las mujeres cantaban para alegrar la noche; sus tías hacían los coros y su madre la voz principal.
De pequeña no soñó con ser cantante, quizá porque era algo que todos los días hacía. A los nueve años su familia se mudó a Quibdó, la capital del departamento, pues su padre consiguió trabajo en una emisora. La ciudad, comparada con Condoto, le pareció enorme. Después de clases, salía a la calle a jugar baloncesto, a escuchar música, a estar con los amigos. Allí conoció a Carlos Valencia, un joven al que le gustaba la percusión, y con el que se identificó en los intereses musicales. Él se fue a vivir a Cali, donde luego se encontrarían.
Goyo hizo el bachillerato en Buenaventura, Valle del Cauca, el puerto más grande de Colombia y un lugar rico en expresiones culturales diversas. Allí tuvo la posibilidad de conocer el rap y el hip hop, que le llamaron la atención porque se identificaba con los intérpretes afroamericanos, pero desconocía los temas que desarrollaban. Al ser géneros urbanos, originados en Norteamérica, abordan la vida en la ciudad, la violencia de las barras, el dinero como símbolo de estatus, preocupaciones inexistentes en la infancia tranquila de Goyo. Sin embargo, le gustaron los beats, es decir, los ritmos muy marcados, los cuales incorporó al conocimiento musical que ya tenía.
La intención de formar un grupo musical nació en Cali, a donde se mudó para estudiar Sicología. En la universidad también aprendió sobre instrumentos folclóricos como la marimba, el bombo y el guasá, de herencia africana, los cuales reafirmaron sus raíces. Cuando se reencontró con Carlos Valencia, a quien hoy le dicen Tostao, “hicieron clic”, dice Goyo, para explicar no solo la afinidad por la música, sino lo que esperaban hacer con ella: hablar del lugar de donde venían. “Queríamos poner el mapa del Chocó en el mapa de Colombia”, explica Goyo. Ambos, en compañía del hermano de Goyo, a quien hoy le dicen Slow, conformaron ChocQuibTown en el año 2000, y son, además, una familia, ya que Goyo y Tostao se casaron y hoy tienen una hija, Saba.
Su canción Somos Pacífico es la carta de presentación de la banda, pero también de la gente del Pacífico. En ella hablan de aquello que los une como región, y no de lo que los separa, una filosofía que ha sido clave en el éxito que tienen. “Nos une la región, la pinta, la raza y el don del sabor”, dice su letra, mas la fusión no para ahí. También hay mezcla de ritmos urbanos con otros tradicionales como la cumbia, el bunde y el currulao. Con ellos conquistaron el panorama nacional y luego el internacional.
A su regreso de la primera gira por fuera del país, se dieron cuenta de que la gente los reconocía en la calle y los admiraba. “No teníamos el afán de la fama, sino de hacer música”, dice Goyo, cuya emoción fue inmensa cuando, en una visita a Quibdó, la gente se amontonó a recibirlos en el malecón. Más de 8000 personas celebraron el grupo que los representaba. Los integrantes de ChocQuibTown consideran que no son nada sin su pueblo.
“Cada que se me ha presentado una oportunidad en la vida, no la desaprovecho porque creo que son muy pocas para dejarlas pasar”, dice Goyo, quien quisiera que en su tierra las posibilidades fueran mayores. Sabe que son muy pocos los recursos económicos que se destinan para motivar a los jóvenes a dedicarse a la cultura. Por ello, se siente orgullosa de ser ejemplo para cientos de ellos que sueñan con hacer música profesionalmente, pues su labor ha puesto a su región y a su gente, llena de talento, en el panorama musical.
A su madre, Nelfa Perea, le debe la disciplina que la caracteriza. Desde pequeña tuvo responsabilidades en su casa, pero su madre, además, le exigía rendimiento académico y estaba atenta a las amistades y la manera como Goyo pasaba el tiempo libre. Hoy agradece el ejemplo y aplica muchas de sus enseñanzas en la educación de su hija.
Vivir lejos de su tierra le ha dado perspectiva para reflexionar. El racismo, los estereotipos y los prejuicios son una realidad a la que ha tenido que enfrentarse. Recuerda el dolor que sintió cuando a ella y a una amiga las obligaron a bajarse de un bus en Bogotá por ser negras, o lo extraño que le parecía cuando alguien se pasaba de acera para evitar topársela de frente. Sin embargo, ha evitado llenarse de rabia. Por el contrario, experiencias como estas le han servido para crecer como artista y como persona. Por eso sus versos denuncian el racismo y buscan resaltar las condiciones luchadoras de su gente. En una de sus canciones más conocidas, lo dice con claridad: “De donde vengo yo, la cosa no es fácil, pero siempre igual sobrevivimos”.
A pesar de sus muchos logros, Goyo todavía tiene infinidad de aspiraciones. Convertirse en mamá la ha hecho más consciente de la inequidad de género. Por eso, sueña con hacer un disco sola, en el que cuente su historia y la de las mujeres. Como compositora y cantante, quiere darles voz a todas aquellas que no pueden expresar las injusticias que contra ellas se cometen. Considera que su principal logro es haber creado todo un movimiento en torno a la afrocolombianidad que impulsa a amar y valorar su cultura. Espera poder hacer lo mismo por las mujeres.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)