English

>

>

>

Guillermo Cano Isaza

Guillermo Cano Isaza

El símbolo de la libertad de prensa

(Bogotá, 1925 – Bogotá, 1986)

“La verdadera libertad está en decir la verdad como cada uno la entiende, respetando la verdad de los demás”.

Los días más felices en la infancia de Guillermo Cano transcurrieron en Villaluz, la finca familiar. Allí se trasladaban los fines de semana y en las vacaciones escolares para que él y sus nueve hermanos pudieran correr libres, montar a caballo, bañarse en la piscina, disfrutar del clima cálido. Era la década de los 30 y la violencia por las diferencias políticas que dividían al país iba en aumento. Un día, al perro de la casa lo mataron en señal de amenaza. Villaluz era un lugar tranquilo; sin embargo, fue allí donde él conoció la intolerancia.

40 años antes, en 1887, Fidel Cano Gutiérrez, su abuelo, fundó en Medellín el periódico El Espectador. En ese entonces consistía en cuatro páginas que se publicaban dos veces a la semana con las ideas liberales que le hacían oposición al gobierno conservador. Luego la sede se trasladó a Bogotá y primero un tío y luego el padre del joven Guillermo asumieron la dirección del periódico. En su familia imperaba la idea de que el público necesitaba y merecía estar bien informado, conocer los hechos para tener un criterio propio.

Por este motivo, fue apenas natural que Guillermo Cano se convirtiera en el jefe de redacción de El Aguilucho, el periódico del tradicional Gimnasio Moderno de Bogotá, su colegio. Además de orientar a los demás estudiantes en la escritura de sus textos, también se destacó como escritor en la publicación. Sus artículos sobre fútbol, su mayor afición deportiva, contribuyeron a aumentar el interés por ese deporte en la institución educativa. Dos años después, varios exalumnos fundaron el club Independiente Santa Fe, que luego se convirtió en el equipo de fútbol profesional del que fue hincha por el resto de su vida.

Las muchas horas dedicadas a la lectura y su curiosidad innata le permitieron formar desde muy joven un carácter propio y una idea clara del mundo y de las personas, que le serían útiles para el oficio de periodista que desempeñaría toda su vida. Cuando se incorporó a la sala de redacción de El Espectador, recién egresado del colegio y con 18 años, lo hizo por tradición familiar, pero también por convicción. Sabía que las luchas del periódico, censurado y cancelado en varias oportunidades por ser capaz de oponerse a poderes abusivos, no habían terminado.

De hecho, en 1952, asumió el cargo de director. Tenía 27 años, pero ocho de experiencia y el apoyo de su padre. Eduardo Zalamea Borda, un reconocido autor que en ese entonces escribía para el periódico, le dio la bienvenida con las siguientes palabras: “Grande es el peso que recae ahora sobre Guillermo Cano, pero no superior a sus capacidades ni a su voluntad de servir a sus ideas y a su país”.

Como director, Guillermo Cano fue el encargado de coordinar la elaboración, edición y publicación de El Espectador. Enfatizaba en los reporteros la importancia de que el lector tuviera el mayor número de elementos para poderse formar una opinión propia y fundamentada. Además, se sumaba como escritor al equipo de periodistas, que estuvo conformado por los mejores del país. Sus columnas fueron un espacio dedicado a debatir las ideas, a denunciar los escándalos económicos y políticos, a publicar la violación de los derechos de quienes no podían hacerlo. En más de 40 años de trayectoria, informó al país sobre los sucesos más importantes, como El bogotazo, el nacimiento de los grupos guerrilleros y el surgimiento del narcotráfico.

Una de las causas que con mayor seriedad asumió fue desenmascarar a los grupos que se dedicaban al comercio ilícito de drogas con el fin de impedir que con su poder económico y su deshonestidad acabaran con los valores de la sociedad. La extorsión, las amenazas y los sobornos fueron algunos de los métodos empleados para manipular a la prensa e impedirle divulgar la verdad. La posición de Guillermo Cano fue clara: “Nos comprometemos a defender los derechos humanos donde se intente vulnerarlos, en materia leve o grave. No habrá vacilaciones en ese sentido, ni poder que nos intimide”, escribió en un editorial que fijó las pautas del periódico, que ningún otro medio en el país secundó.

En 1982 reveló en un artículo los antecedentes penales de Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante que luego sería el jefe del temido Cartel de Medellín, y que en ese entonces había sido elegido representante a la Cámara en el Congreso de Colombia; y la guerra contra el periódico comenzó. Los periodistas que delataban las acciones delictivas eran intimidados, amenazas que luego se concretaron con el asesinato de varios de ellos. El director de El Espectador no dio su brazo a torcer y el periódico continuó apoyando el tratado de extradición, el cual permitiría que los narcotraficantes fueran juzgados en el exterior, donde no tenían poder para influir sobre los fallos en su contra. En la noche del 17 de diciembre de 1986, cuando salía de las oficinas del periódico, fue abaleado por dos sicarios de Pablo Escobar.

El dolor de su familia fue inmenso. Era un hombre casero y cariñoso, que buscaba momentos para compartir con ellos. Su esposa, Ana María Busquets, y sus hijos solían acompañarlo a los partidos de fútbol del Santa Fe, único espacio en el que mostró fanatismo. A pesar de la importancia de su cargo y del peso de las muchas responsabilidades, Guillermo Cano consideró a su familia su mayor tesoro. Y ya sin él, decidieron continuar con su legado ejerciendo en el periódico la libertad de prensa por la que dio la vida.

Desde 1997, la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) instituyó el Premio Mundial a la Libertad de Prensa Guillermo Cano, que reconoce la valentía y la integridad de aquellos periodistas que han luchado en contra de la censura y la intolerancia, con el propósito de mostrar al mundo entero la necesidad de respetar los valores propios de su profesión. Cada año el homenaje es rendido a un periodista que ha defendido, a costa de su integridad personal, el derecho a la libre expresión. Guillermo Cano es su símbolo.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

 

Contenidos relacionados:

Compartir