Después de siglos de darle y darle vueltas a la olla para moldearla, alguien ingenió un tipo de mesa que giraba. Un disco de piedra o de madera, apoyado en un eje, giraba facilitando el trabajo del alfarero.
Fue la primera versión del torno. La que daba vueltas frente al artesano, era ahora la vasija. Los alfareros no sabían que tenían ante sí uno de los inventos más revolucionarios de la historia de la humanidad: la rueda, un disco con su correspondiente eje.
Las aplicaciones de esta piedra que giraba apoyada en un eje aumentaron y pronto el mundo se llenó de ruedas: ruedas hidráulicas para robar la fuerza del agua, para poner en funcionamiento molinos de viento y moler granos y semillas de una manera más rápida. Ruedas para triturar metales, bombear agua, accionar los fuelles para que avivaran la llama en los hornos de las fundiciones.
Aparecieron las carretas, el carro de tracción animal, los coches de pasajeros. Con la rueda pudo el hombre transportar pesadas cargas a distancias muy largas. Se activó el comercio, se abrieron caminos.
Hoy, las ruedas y sus ejes son piezas fundamentales en toda suerte de mecanismos: motores, transmisiones, engranajes, mecanismos de precisión, vehículos, etc.