(Medellín, Antioquia, 1919)
“Siempre debemos reconocer nuestro origen y estar orgullosos de él”.
La historia laboral de José María Acevedo empezó cuando apenas tenía 10 años, y continúa, aunque tenga más de 100, pues no se ha retirado ni piensa hacerlo. Su primer empleo lo encontró justo en el solar de su casa; allí recolectaba naranjas que luego vendía a los albañiles que trabajaban con su padre, un humilde carpintero que ganaba apenas lo suficiente para mantener a la familia. Vivían en una casa tan pequeña que don José María dice que era del tamaño de un cuadrito. La falta de espacio y las difíciles condiciones de esos días, en los que su madre debía cocinar con la leña que él y sus hermanos recogían, lo llevaron a tomar una decisión importante: buscar un trabajo para mejorar la situación familiar.
Como la venta de naranjas no dejaba tan buenas ganancias, buscó empleo como mensajero en un taller de reparaciones eléctricas, en el que, además, aprovechaba los tiempos muertos para aprender sobre este oficio que le parecía tan mágico y entretenido: le impresionaba que las lámparas, los radios, las planchas, las parrillas, las estufas, entre otros aparatos, entraran sin funcionar y salieran arreglados. Ponía cuidadosa atención al quehacer del electricista, aunque no podía hacerle muchas preguntas, porque este era celoso de su trabajo e incluso tapaba con su cuerpo lo que estaba haciendo para que Acevedo no lo viera.
Aun así, lo que podía pillar lo ponía en práctica cuando tenía oportunidad. Desarmaba los aparatos, analizaba las partes que los componían, trataba de entender las conexiones y las rutas que seguían los cables; quería saber cómo funcionaban las cosas y, más importante aún, por qué a veces dejaban de hacerlo. Quería reparar hasta lo que parecía imposible, sentía que esa era su misión en la vida.
Irónicamente, su debut en el taller ocurrió cuando el electricista se enfermó y él debió reemplazarlo. No solo pudo reparar el esterilizador que les llevaron de la Cruz Roja, el cual iba a ser desechado, sino que se volvió famoso porque sus arreglos eran definitivos: no necesitaban garantía. En ese trabajo aprendió dos lecciones que marcarían el resto de su vida. La primera, que casi todos los problemas tienen solución; y la segunda, que la calidad está por encima de todo.
El padre de José María admiraba su tenacidad y estaba convencido de que su hijo llegaría a ser un profesional; sin embargo, la crisis provocada por la Segunda Guerra Mundial le impidió retomar sus estudios. Solo cursó hasta quinto de primaria, pero la guerra, que al principio fue un obstáculo en su camino, terminó siendo una gran oportunidad, pues las parrillas eléctricas, que provenían de Europa y Estados Unidos, ya no pudieron llegar al país. Teniendo en cuenta esta escasez, y la motivación adicional de resolver las dificultades que a diario enfrentaba su madre al momento de preparar la comida, Acevedo decidió producir sus propias parrillas.
Lo primero que hizo fue, precisamente, seguir un consejo de su mamá, quien le decía que “la necesidad es la madre de toda industria”; lo siguiente, conseguir los 90 pesos que costaba el arriendo de un garaje. Así nació, en 1940, el Taller Eléctrico Medellín, en el que, con apenas un alicate, dos destornilladores y la ayuda de Pedro Nel Bedoya, quien sigue trabajando con él, este ingeniero empírico de 21 años creó una pequeña cocineta, la cual solucionaría muchas de las urgencias domésticas de ese entonces.
A esta revolucionaria parrilla le siguieron calentadores, estufas, neveras, hornos, lavadoras y aires acondicionados, creaciones que don José María ha supervisado hasta en el último detalle. Con el paso de los años, el pequeño negocio se convirtió en una próspera empresa llamada JACEV, nombre que resultó de la unión de la inicial de su nombre y su primer apellido. Fue un cliente el que le sugirió cambiarle el nombre, ponerla HACEB, pues con la H sonaba más internacional y eso podía ayudarles a las ventas.
Hoy en día, HACEB es reconocida, gracias a la preocupación rigurosa de su fundador por la calidad, como una gran productora de electrodomésticos en Colombia y América Latina. Hasta los norteamericanos han querido trabajar con este hombre: les parece increíble que algunos de sus aparatos funcionen bien por más de 50 años, es decir, ¡medio siglo! En la actualidad, los productos HACEB se venden en 14 países.
La aventura empresarial de este pionero de los electrodomésticos no solo ha beneficiado a quienes compran sus productos, también ha impactado positivamente a un municipio entero, Copacabana, donde fue instalada, en los años 80, la planta de la empresa. El lugar en el que trabajan miles de personas mide 250.000 metros cuadrados; el cuadrito en el que vivía con su familia medía 25.
En 2020, más de un siglo después de su nacimiento, don José María seguía yendo a su oficina todos los días. El único impedimento que tenía, el de las distancias dentro de la planta, lo resolvió acondicionando su antiguo Renault 4 blanco, conocido como El Pichirilo, para hacer los recorridos. Visitar los distintos espacios de la planta le ha permitido participar de los procesos de concepción, diseño y creación de las máquinas y ha sido, a la vez, una maravillosa oportunidad para trasmitir su propio conocimiento, para ponerse el overol y entrar como cualquier operador; don José María nunca ha olvidado su origen.
Don José María no solo se ha preocupado por la calidad de los electrodomésticos que reciben sus clientes, también lo ha hecho por la calidad de vida de sus empleados, a quienes ha querido ayudar a progresar profesional y personalmente. Ha velado por que ellos, al igual que él, encuentren en HACEB su proyecto de vida. Cuando se trata de sus empleados, y de todos aquellos a quienes pueda beneficiar, don José María pone en práctica una de las enseñanzas de su padre, quien le decía: “Mijo, uno estira la mano para dar, no para recibir”.
Además de resolver acertijos eléctricos, ha dedicado su tiempo a jugar ajedrez. Lo que más le gusta de esta disciplina es que le ha permitido enseñarse a sí mismo, estar siempre dos jugadas más adelante. “¿En este tablero cuál es la mejor movida que puedo hacer?”: es la pregunta que se ha hecho en el ajedrez, en los negocios y en la vida. Su trayectoria empresarial es prueba de que este entrenamiento le ha servido. La de don José María es la exitosa historia de un visionario con mucha iniciativa.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)