Carlos Castro Saavedra
Elogio de los oficios
En pueblos y ciudades del mundo, hasta muy avanzada la noche, se ven pequeñas ventanas iluminadas, tras de las cuales las máquinas de coser hacen su trabajo, gobernadas por mujeres del pueblo, cuyas manos son hábiles en estos menesteres, además de ser sabias en las tareas del amor maternal.
…En silencio acarician los botones, antes de unirlos a la tela, como estrellas o gotas de rocío. Anónimamente avanzan con el hilo, y, si éste se enreda, por una u otra causa, no lo abandona en la ruta. Se detienen con él, le devuelven la libertad y lo llevan hasta los nudos que coronan el viaje.
…Cosen la ropa de las niñas, que es un poco más grande que la ropa de las muñecas. Cosen los trajes de las muchachas casaderas y los adornan con trocitos de vidrio y botones dorados. Cosen las blusas y las faldas de las mujeres que van a ser madres, y lo hacen sin ahorrar tela, con generosidad y con ternura. Cosen el luto de las viudas y de las viejas, y, a unas y a otras, las visten simplemente, tal como lo exige la tristeza, para que vayan a llevar flores a sus muertos.
Las etaminas que más convienen al verano y al viento, pasan por las manos de las costureras, antes de ceñir el talle de las mujeres jóvenes, y otro tanto ocurre a las telas que se agrupan en las procesiones de Semana Santa, antes de cubrir los cuerpos inclinados por el peso de las oraciones. El trabajo de las costureras está presente en todas partes: en las calles y plazas de los pueblos, el día domingo especialmente, y donde quiera que la vida propone soluciones jubilosas y el cielo estrena sol y cometas azules