Cuando Francisco era todavía un muchacho, iba a vender las pulpas de tamarindo típicas de Santa Fe de Antioquia en los hoteles del pueblo. El tamarindo era de los pocos productos que había en la región, y muchas familias sabían, por tradición, cómo amasarlo y procesarlo.
Después de muchos años, al ver que el tamarindo dulce tenía tanto éxito entre los turistas, decidió ampliar el negocio, y llevó sus productos a Medellín en 1985. A su negocio lo llamó La antioqueñita.
Para abrir este nuevo mercado, Francisco y Doralba, su sobrina, acudieron a un distribuidor que les ayudó a vender directamente las pulpas de tamarindo en las tiendas y los supermercados de la ciudad. Les iba tan bien en el negocio, que en 1990 pasaron la fábrica a Medellín.
Cuando Francisco murió, Doralba y sus cinco hijos quedaron a cargo del negocio. Para crecerlo, acudieron a Interactuar Famiempresas, que les ayudó a hacer más eficiente el proceso de producción y distribución.
La antioqueñita es ya una marca reconocida. Hoy Doralba y sus hijos se sienten orgullosos del trabajo que han hecho: industrializaron el proceso de producción, buscaron nuevos mercados y llevaron más lejos un saber local.