Al suroeste, en Venecia, Fulano de Tal conoció a Erminson, un minero del carbón. Mostraba con orgullo sus manos de callos abiertos, rotas por las herramientas y el mineral: “mi papá me enseñó a tumbar carbón. Así me crié yo”, decía. Con Erminson, Fulano de Tal bajó al socavón. Descubrió, bajo la tierra que pisaba todos los días, un pueblo lleno de luces donde no se oye nada, donde hay muchos túneles y es fácil perder la orientación. Comprendió la frase que repetía su amigo: “Sólo el minero conoce la inmensidad de la tierra”.
“¿Por qué esta tierra tiene tanto oro, tantos minerales?”, se preguntó muchas veces Fulano de Tal.
Las mayores reservas de oro están al nordeste: en Tarazá, Cáceres, Caucasia, Nechí, El Bagre, Zaragoza, Segovia, Remedios y Nare. Las minas de Titiribí, abandonadas por años, están renaciendo. Plata hay en Caucasia, El Bagre, Remedios, Segovia y Zaragoza. El eje Amagá–Sopretrán es el más rico en carbón. Petróleo hay, no mucho, en Casabe y Nare, en el Magdalena Medio antioqueño.
Los geólogos conocen el porqué de tanta riqueza: las rocas más antiguas de Antioquia salieron de zonas muy profundas de la Tierra, próximas al núcleo, hace unos 600 millones de años. Allí, a altísimas temperaturas y presiones, los metales y minerales empezaron a transformarse. Cuando salieron a la superficie, se enfriaron muy rápido. Esto ayudó a que se formaran minerales nuevos. A esa extensa y profunda formación rocosa, en la cordillera Central, se le llama el Batolito Antioqueño. Allí está la mayor concentración de oro y plata. En los pliegues de la cordillera Occidental también hay oro. Y hay mucho oro de aluvión en los ríos. En el río Cauca, hombres, mujeres y niños pasan el día agachados y mojados moviendo sus bateas, barequeando.