(REGIÓN CARIBE / MITO WAYÚU)
Hace muchísimos años, en el inicio del pueblo Wayúu, un muchacho salió una vez a cazar. Iba con su arco y flecha, cuando en el monte escuchó un ruido. El muchacho pensó que eran espíritus, y se asustó. Volvió a escuchar, y oyó como una cancioncita en medio del monte. Se asomó, y vio que era una niña muy fea. Era ojona, barrigona, toda negrita, feíta.
El muchacho le preguntó que ella qué hacía ahí, y ella no le contestó. Ella jugaba con las hormigas sin decir nada. Y de tanto insistirle qué hacía ella ahí, si venía de algún lugar, si tenía papás, la niña finalmente le contestó. Le dijo que se había perdido, que sus padres hacía mucho tiempo habían fallecido, y que se llamaba Cocorona. Él se la llevó para su casa donde tenía dos hermanas. Cuando llegaron, él presentó a la niña y le pidió a las hermanas que por favor la cuidaran y se encargaran de ella. Él iba a cazar todas las noches, como es tradicional en las rancherías y comunidades, sobre todo cuando es luna llena. Mientras él cazaba, las hermanas, en vez de cuidar a la niña, lo que hacían era maltratarla debido a su fealdad. El muchacho había dejado un chinchorro para Cocorona, pero las hermanas se lo quitaron y la hicieron dormir en el suelo.
Cuando él llegaba en la mañana, la niña no le contaba nada, solamente lloraba, lloraba y lo abrazaba. Él ya sentía como un cariño de padre hacia la niña, pero no entendía por qué ella estaba llorando. Y las hermanas le decían cosas: mira que la niña que trajiste no hace caso, nos trata mal…
Pasó un buen tiempo y una noche las hermanas obligaron a la niña a dormir fuera de la casa; y la niña no sabía qué hacer y fue a dormir por allá en el monte. Esa noche, la niña tuvo un sueño, como una revelación: ella se transformó en la noche, de repente se convirtió en una hermosa muchacha Wayúu y de su boca salían hilos, como las telarañas que hacían las arañas. De ahí viene la leyenda de Wareke, que significa araña tejedora.
Con el hilo que salía de su boca hizo bastantes cosas. Los Wayúu hasta ese momento no sabían hacer mochilas, chinchorros y todo lo que se hace con tejidos. Entonces, al día siguiente, ella volvió a convertirse en una niña y las hermanas vieron esos tejidos tan bonitos en el tronco del árbol donde la niña había amanecido. Cuando el muchacho llegó, ellas le contaron que los tejidos los habían hecho ellas. La niña fea no decía nada, porque sabía que no le iban a creer. La misma transformación volvió a pasar en las noches siguientes.
Cada vez que la niña veía que el muchacho regresaba, ella lloraba con ganas de contarle lo que sucedía, pero no le contaba nada. Él sospechaba que las hermanas podían tratarla mal y pensó: voy a ver qué es lo que pasa, no creo que mis hermanas, siendo tan flojas, hayan hecho estos tejidos. Entonces, esa noche, él se quedó cerca de la casa y no salió a cazar. Así, se enteró de que las hermanas sacaban a la niña a dormir fuera de la casa.
Justo esa noche, la niña no durmió junto al árbol, sino cerca a la cocina, y el muchacho vio una luz, y a la niña que se transformaba en una hermosa mujer. Él estaba sorprendido por lo que sucedía. En ese momento, las hermanas también salieron y vieron la transformación. Cuando la hermosa muchacha las vio, ellas se convirtieron en murciélagos.
La muchacha siguió tejiendo y sabía que el muchacho estaba cerca y que la observaba. Así que le dijo: ¿qué haces escondido? ¿Por qué no te acercas? Él no sabía qué decir, pues estaba mudo al ver la transformación de una niñita fea en una muchacha bonita, y se enamoró de ella.
Ella le dijo que, en agradecimiento, se quedaría transformada como estaba, pero con una condición: que no le dijera a nadie que ella hacía esos tejidos. Le contó que su misión era enseñarle a los Wayúu a tejer, pero que no le dijera a ninguno.
Un día, llegaron unas personas invitándolo a él a un velorio, como es la tradición. Pero en realidad, éstas no eran personas, sino espíritus que querían saber de dónde venían esos tejidos. El muchacho llegó al velorio bien adornado, con varios tejidos: el chinchorro, el cirrá o pajón, la wuaireña, la mochila, todo.
El velorio no era real, estaba planeado por los espíritus. Éstos comenzaron a preguntarle al muchacho que de dónde había sacado esos tejidos. Él recordaba la promesa que le había hecho a la muchacha y por ello no decía nada. Pero los espíritus lo emborracharon, le dieron chirrinche hasta no más y le preguntaron tanto hasta que él dijo la verdad. En ese momento los espíritus comenzaron a reírse y se fueron a buscar a la muchacha. Ella ya no estaba en la casa.
Cuando el muchacho despertó, recordó que había incumplido la promesa y salió corriendo a buscar a la muchacha. Y se lamentaba: cómo es posible que traicioné lo prometido. La buscó y encontró en su lugar a una araña. Comenzó a perseguirla y a perseguirla, pero ella se perdió en el monte: la muchacha se había convertido en una araña, en una araña tejedora.
Cuenta la leyenda, que fue Wareke, la araña tejedora, quien enseñó a tejer a los Wuayúu.
Narrador: Aminta Peláez (Riohacha).
Recopiló: Javier Burgos.
Ilustraciones: Alejandra Higuita.