Pampa significa en quechua llanura. Son 60 millones de hectáreas de tierras fértiles de las cuales la mitad son pastizales ubicadas en Argentina, al sur del continente americano; son territorio de los gauchos.
La República Argentina tiene una extensión 2.791.000 kilómetros cuadrados de los cuales más de la mitad son llanuras y una población de cerca de 38 millones de personas.
Su capital es Buenos Aires con cerca de diez millones de habitantes.
La palabra gaucho designa al ‘hombre de a caballo’, nómada, libre en todo el sentido de la palabra, sin vínculos con la tierra ni con los hombres.
Los gauchos fueron por mucho tiempo una especie de jinetes errantes, con domicilio en cualquier paraje de la llanura. Nacidos en la pampa, del mestizaje de indios y españoles, crecieron con el ganado que llevaron a Uruguay los jesuitas hace más de 300 años: ¡5000 cabezas que encontraron tanto alimento que en menos de cien años ya se hablaba de 25 millones y se arreaban ‘tropas’ –rebaños– de hasta 20 mil reses para poblar estancias –fincas– en lugares alejados de la pampa argentina!
El oficio de los primeros gauchos, pobres y vagabundos, fue el sacrificio de los animales, como ‘carneadores’ y ‘cueradores’. Las cosas han cambiado: ya no hay amplias praderas abiertas sino estancias –fincas– cercadas y muchas de las tradiciones gauchas son hoy cosas del pasado.
Los gauchos son los caballeros de la pampa -inmensa pradera de 700.000 kilómetros cuadrados en el norte de Argentina y la mayor parte del Uruguay-
A los gauchos siempre se les representa galopando, sobre caballos cogidos de las manadas que andan libres, sueltos en la pradera, sin dueño conocido. Los empiezan a domesticar enlazándolos con su rejo o derribándolos con las boleadoras –dos bolas de piedra o de madera–, forradas con cuero, un poco más grandes que una bola de billar, atadas a los extremos de una cuerda; en el centro de ésta, va amarrada otra cuerda que también lleva una piedra en el extremo, que se coge para lanzar las boleadoras.
Montado a caballo, el gaucho hace girar sobre su cabeza las boleadoras –herencia de sus antepasados indígenas– y las arroja a las patas traseras del caballo. Cuando lo derriba, lo monta de un salto y lo doma. Antes se cansa el potro dando fuertes corcoveos, que el jinete rodar por el suelo. Al final, el animal se entrega manso a su nuevo amo.
La montura del gaucho son dos almohadillas –lomillos– acomodadas sobre un trozo de tela gruesa, amarrada al caballo con una cincha de cuero. Encima se coloca un pequeño cuero curtido de carnero, cabra, o caballo; el freno y las riendas completan la montura. En su caballo, el gaucho lleva todo lo que necesita, y todo lo que tiene: lazo, boleadoras y cuchillo. Si no tiene familia, se queda o se va a la hora que le provoque. La libertad es su esencia.
El gaucho se parece mucho al llanero colombiano: es silencioso, observador y reservado, pero muy hospitalario. “Es un buen mozo –dicen–, es un mozo callado”. Y aprende primero a ser un buen jinete que a caminar sobre sus propios pies. Desde niño participa de las tareas de ‘rodear’ el ganado –juntar la manada que anda desparramada por el campo– y domina el arte de estaquear las pieles –estirar un cuero fresco en todas las direcciones y asegurar sus bordes con estacas–, aprende a hacer sus propios rejos, sus aperos de montar y sus boleadoras. Y desde pequeño también ayuda en la marcada, con hierro al rojo vivo, y en la señalada –faena en la que se hace una señal, con tijeras o cuchillo, al ganado menor– y se hace el corte de cola a las hembras y la castración a los machos.
Al gaucho siempre se le ha conocido por su destreza para pasar, con sus caballos, grandes ríos. Se arrojan al agua, jinete y caballo. Va desnudo y el caballo en pelos, sólo con el freno para dirigirlo. A veces pasaba la ropa y la montura en una pequeña balsa de cuero tirada por una correa, también de cuero, cogida entre sus dientes.
La compañera del gaucho –la ‘china’– se desempeña de igual a igual con su compañero en las cabalgatas; por lo general va con un buen tabaco en la boca. Su tarea era, además de criar a los niños, cultivar maíz, algo de trigo, algunas patillas y muchas cebollas; hacer el pan, moler los granos y tejer los ponchos.
La vivienda tradicional del gaucho está estructurada a partir de cuatro esquineros enterrados firmemente. Se colocan las varas de amarre y se levantan las paredes con masa de paja y barro, llamada chorizo. Los techos se hacen de manojos de paja amarrada con juncos. Las puertas y ventanas son, simplemente, cueros secos. Al lado se levanta la ramada, en donde se guardan los aperos y demás útiles de trabajo y, a veces, donde se duerme en las noches de calor. Por ser siempre dos construcciones separadas, los gauchos no hablan de ‘su casa’ sino de ‘sus casas’.
Nunca falta el horno de barro –en forma de cúpula– propio de toda la pampa argentina. Se usa para cocer el pan casero. Tampoco falta el aljibe para guardar el agua lluvia. El ñoque es un recipiente de cuero utilizado para almacenar cereales. Se cuelga de partes altas, para evitar las hormigas y otros bichos.
Los gauchos comen preferentemente carne de vaca asada y si no, de caballo, ñandú –avestruz americano– de cualquier animal que se deje cazar.
Con el cuero fino de un potrillo se hace las botas. En la punta del pie están cortadas y dejan salir las puntas de los tres primeros dedos, con las cuales se toma el estribo. El gaucho siempre lleva grandes espuelas de hierro. Semejante calzado es apropiado para los trabajos a caballo, pero inútil a la hora de caminar, por corto que sea el camino.
Un sombrero alón le protege la cabeza. Los guardamontes –similares a los zamarros–, hechos del cuero más grueso, le protegen las piernas. El pantalón es bombacho y metido entre la bota. Lleva al cuello un pañuelo anudado por las puntas.
Atados a su ancho cinturón, lleva todo lo que necesita: la bolsa con el tabaco, el papel para armar sus cigarrillos y el encendedor. Atrás, entre la faja, su afilado cuchillo en la vaina –el facón–. Las boleadoras y un lazo, a un costado.
El poncho es indispensable para viajar por los campos, porque defiende de la lluvia, de la tierra, del calor y del frío. Es de lana y de algodón, con franjas de diversos colores. El gaucho puede aquerenciarse, quedarse en una estancia y convertirse entonces en un ‘paisano’ –como se le llama allí al campesino–.
El pato, deporte hípico tradicional en Argentina, es de origen gaucho. Juegan dos equipos de cuatro jugadores. El ‘pato’ es una bola de cuero de 70 centímetros con seis manijas de cuero. El objetivo es pasar el ‘pato’ a través del aro de los oponentes. Se originó en las competencias entre los habitantes de ranchos vecinos en la pampa. Entonces no había límite para el número de jugadores y la pelota era una canasta con un pato vivo adentro. El objetivo del juego era llevar la canasta, con el pato, de vuelta al rancho propio.