Cuentos del Talmud
Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo que cargaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino que el cargador hacía a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón. Cuando el hombre llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos, lo mismo sucedió. La vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección, y se sentía miserable porque sólo podía cumplir con la mitad de su trabajo.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habla al aguador diciéndole:
—Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo, porque debido a mis grietas, sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir—.
El aguador, apesadumbrado, le dijo compasivamente:
—Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la tinaja. Y vio muchas flores hermosas a lo largo, pero, de todos modos, se sintió apenada, porque al final sólo quedaba dentro de ella la mitad del agua que debía llevar. El aguador le dijo entonces:
—¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen del lado en que tu vas? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar partido de ellas. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas, y todos los días has venido regándolas. Durante dos años yo he recogido estas flores para decorar el altar de mi Maestro. Si no fueras tal como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.